Por Eliécer Cárdenas

 

Eliécer Cárdenas
El asunto no es cuánto se gasta en cultura, sino con qué objetivos, si se trata de fortalecer las instancias del arte, la cultura formal, la popular, las artesanías, etc. o alimentar a un “elefante blanco”.

 

 

 

Durante las últimas semanas, la cultura ha sido motivo de varias alusiones presidenciales. Relegada a los últimos escalones de las agendas gubernamentales, la cultura suele ser la constante preterida y la comúnmente malinterpretada. El estado suele asignarla un papel entre el folclore y la diversión, cuando no la manipulación, y así en estos últimos tiempos no es que haya sido ignorada, sino que se la ha instrumentalizado en parte bajo criterios socio-antropológicos y de otro lado como una suerte de caja dispensadora de “fondos concursables” que, salvo excepciones, no han hecho sino alimentar unos cuantos egos o producir unos emprendimientos dignos de mejor causa.
 
El Presidente de la República ha señalado que próximamente enviará a la Asamblea Nacional un Código Orgánico de la Cultura, con lo cual se queda en el limbo la Ley de Culturas aprobada en primera y objeto nada menos que de docenas de mesas de diálogo con los “actores, gestores, productores, etc” de cultura, socialización onerosa que desembocó en Montecristi con la participación de centenares de actores, promotores, gestores culturales que formularon diversas recomendaciones para mejorar dicho proyecto. ¿Qué sucedió? Ese proyecto sencillamente se evaporó.
 
Entretanto, el Ministerio de Cultura mantiene una especie de juego del gato y el ratón con la otrora respetable Casa de la Cultura Ecuatoriana, creación de Benjamín Carrión. 
 
 
 
 
 
 
 
Hoy los tiempos son otros, y en el ínterin la Casa fue perdiendo autonomía, dinámica, propuestas, para volverse una especie de botín a disputarse cada cuatro años por facciones culturales donde los oportunistas no faltaban. Sin embargo, con sus defectos, la CCE es todavía un espacio no gubernamental, lo cual evidentemente no entra en la agenda cultural del gobierno que hoy mantiene “a pan y agua” a la institución, en tanto se nutren los recursos al Ministerio y otras instancias. El Presidente de la República ha dicho que se ha gastado en este último año nada menos que 120 millones de dólares en cultura. Mala inversión, ya que sus resultados, salvo algunas películas nacionales, no logran verse.
 
El asunto no es cuánto se gasta en cultura, sino con qué objetivos, si en realidad se trata de fortalecer las instancias del arte, la cultura formal, la popular, las artesanías, etc. o alimentar a un “elefante blanco”. La cultura es demasiado libre para admitir controles, tutelas, marcos burocráticos que pretendan encasillarla y hacerla marchar como, por citar un ejemplo, un hospital, donde todo es previsible, hasta los imprevistos, en tanto la cultura no siempre puede encasillarse, es más, cualquier dogal, por aparentemente necesario que parezca a los ojos del poder, la hace languidecer, la mata.
 
Hay que esperar el proyecto de Código de la Cultura, donde es probable que la Casa de la Cultura se convierta en apéndice poco significativo del Ministerio de Cultura en tanto las políticas culturales flaquean en todos los niveles. Una lástima por la cultura y su fortalecimiento en el país.

 

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