En contraste con la inestabilidad presidencial del Ecuador de 1996 a 2006, Rafael Correa Delgado inicia este mes un tercer período continuo de gobierno, con el respaldo de procesos electorales irrefutables y una Asamblea Legislativa en la que domina el sector político que lo lidera, caso excepcional en la vida de la República.
 
   Con esos factores favorables, más la experiencia de seis años de gestión, con la suma de abundantes lecciones –positivas y negativas- podría cumplir en los próximos cuatro años con excelencia el rol que le ha asignado la historia para hacer un Ecuador moderno, próspero, democrático y justo.
 
   El país que tenemos a partir de Correa en el Poder, nada tiene que ver con el que recibió en 2007, pese a las controversias surgidas, precisamente, a partir de la efectividad y rapidez con las que impulsó grandes transformaciones políticas, sociales y aun económicas. Ya no hay cabida para quienes –políticos, maestros, religiosos, comunicadores, intelectuales - no marchen al ritmo del ajetreo de la vida y de la historia que hoy tiene el país.
 
   Pero conviene advertir la necesidad de que, consolidada la Revolución Ciudadana, haya empeño por precautelar principios ciudadanos sustentados en la tolerancia, el diálogo y la concertación, para que lo conseguido en buen vivir se fortalezca y desarrolle para bien de todos los ecuatorianos, al margen de tendencias ideológicas o conveniencias políticas.
 

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