Por Eugenio Lloret Orellana

 

Eugenio Lloret Mientras cerca de 900 millones de personas pasan hambre y miles mueren diariamente por esa causa, cada día se tiran a la basura miles de toneladas de alimentos aptos para el consumo. Alimentos que Occidente desperdicia entre comerciantes, consumidores y hotelería. Entonces la cuestión no es tanto de insectos sino de insana desigualdad
   
   

 

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura ( FAO ) presentó un informe en el que sostiene que comer insectos puede ser una posible solución al hambre en el mundo, pues no solo constituye una fuente de alimento muy nutritivo, sino que además su producción es barata y está al alcance de la mayoría de las regiones.
 
Igualmente indica que más de 2 millones de personas en todo el mundo consumen insectos como parte de su dieta diaria e igualmente explica que  “ la repugnancia de los consumidores“ continúa siendo un gran obstáculo en muchos países occidentales.
 
La propuesta de la FAO que si bien parece extraña, tiene fuerte sustento económico, demográfico y ecológico. Pero alberga desigualdades ya que la nueva dieta de bichos tiene destinatarios a la vista: los pobres.
 
La otra desigualdad es que mientras cerca de 900 millones de personas pasan hambre y miles mueren diariamente por esa causa, cada día se tiran a la basura miles de toneladas de alimentos aptos para el consumo. Alimentos que Occidente desperdicia entre comerciantes, consumidores y hotelería. Entonces la cuestión no es tanto de insectos sino de insana desigualdad.
 
Ahora bien, más allá de los gustos culinarios, lo cierto es que en un futuro no muy lejano las personas van a tener que hacer ajustes no sólo en su forma de vivir, muchas veces displicente con el entorno, sino también en su dieta y luchar contra un viejo prejuicio arraigado en Occidente, pues en África y Asia se comen escarabajos, orugas, hormigas, grillos y langostas, entre otras tantas especies.
 
¿Por qué no comer insectos?  Qué asco, es la respuesta y hasta se les califica de abominables cuando en realidad estas criaturas son más aptas para el consumo humano que muchos de los “manjares “ que tanto valoramos ahora. Y, sí nos fijamos en la comida de la que se alimentan los insectos, son vegetarianos por excelencia.
 
Pueden citarse ejemplos de consumo de insectos desde los tiempos más remotos, y pasando por todos los períodos hasta el actual. 
 
 
 
Desde los tiempos de Moisés, Herodoto y Homero, las cigarras han servido de tema para todos los poetas griegos, tanto por su musicalidad como por su delicioso sabor. Aristóteles nos cuenta que los apreciaban los griegos más cultos, que tenían a las crisálidas por los bocados más exquisitos.
 
Los chinos que comen todo lo que vuela gustan de los gusanos de seda, los fríen en mantequilla, añaden yema de huevo y condimentan con sal, pimiento y vinagre y quienes lo han probado dicen que les pareció nutritivo y saludable. Incluso las arañas han sido apreciadas como bocados exquisitos, no solo por los pueblos “incivilizados”, sino también por europeos cultos.
 
Sería una bendición, para las amas de casa, incorporar un nuevo plato para variar la monotonía de las comidas y servir “larvas al curry“ o escarabajos salteados en vino blanco, y para variar un ceviche de caracol o crisálidas a la china… ¿Qué le parece?
 
El asco generalizado a los insectos casi parece haber aumentado, en vez de disminuir, debido, sin duda, a que ya no son usados como medicina. En tiempos pasados, al ser recetados como remedios por los curanderos de los pueblos, por lo menos  la gente estaba familiarizada con la idea de engullirlos. Los ciempiés eran un valioso remedio contra la ictericia, los escarabajos, contra la peste, las mariquitas contra los cólicos y el sarampión. Los avances de la medicina y la desaparición de los curanderos han acabado con esta creencia en las propiedades medicinales de los insectos, salvo en rincones apartados, donde algún brujo o curandero tienen la misma influencia que el médico de la ciudad.
 
La mayoría de las polillas comunes y las malas- nuevas llevadas por su amor suicida por la luz y que revoltean por la noche en nuestros campos y jardines se convierten en un motivo para el mejor paladar. En fin, puede que sea necesario un gran esfuerzo de voluntad para quitarnos de la cabeza prejuicios que llevan siglos con nosotros y nos resolvamos pronto a comer un plato de saltamontes fritos en mantequilla.
¡Buen provecho¡.
 

 

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