Por Eugenio Lloret Orellana

 

Eugenio Lloret Entre las diversas técnicas de los movimientos sociales, los grupos e individuos para protestar y alcanzar resultados está el desnudo público que apareció en 1974 como arma de desobediencia civil
   
   

 

La protesta social debería figurar ya en nuestro calendario y ser parte de la celebración de nuestra renga modernidad. Cuántas veces hemos visto a un indignado ciudadano clavándose la aguja de una jeringa en la vena radial del antebrazo, extrayéndose algunos milímetros de sangre y retirando la hipodérmica con un movimiento rápido para después utilizarla como pluma fuente y escribir con la tinta de su sangre la palabra  “justicia”. O aquel otro rostro, con el torso al aire atado a una cruz que se hizo crucificar en protesta porque su familia, fue desalojada por la policía de un predio ubicado en la periferia de la ciudad. O a esa  mujer encadenada frente a un hospital protestando y pidiendo sanción ante una mala práctica médica. Cuántas veces hemos visto a un grupo de hombres y mujeres en ayuno forzado. La huelga de hambre tan devaluada, tan inútil en el logro de sus objetivos como perjudicial para la salud de los ayunantes.
 
Hemos visto a las organizaciones campesinas intentando otras formas de protesta, como el cierre de carreteras, estudiantes destruyendo los bienes públicos y privados, transportistas intentando paralizar el transporte masivo, comerciantes informales cerrando puentes, todos bajo la sentencia de ser juzgados en medio de odiosas imposiciones por parte del sistema imperante.
 
Las formas de protesta son múltiples y diversas, todas encaminadas a lograr objetivos comunes frente a una expresión de inconformidad con el status quo. Y entre las diversas técnicas que han utilizado los movimientos sociales, los grupos e individuos para protestar y alcanzar resultados está el desnudo público que apareció en 1974 como arma de desobediencia civil.
 
Esta forma de protesta, movilización y organización ha generado una fuerte expectación y atracción en los medios y en la opinión pública, a raíz de la presencia de Spencer Tunick, un gringo que deambulaba por el mundo fotografiando desnudos masivos.
 
 
Un desnudo masivo es capaz de construir un espacio de libertad que la cultura dominante niega sistemáticamente, pero por sobre todo, una arma concreta de afirmación cultural y política para advertir que la libertad de optar es un elemento sine qua non de la democracia y por tanto una forma de expresión de amplios sectores sociales al no ser interpretados por el discurso oficial al minimizar temas que son reclamados por una sociedad diversa y heterogénea.
 
Entonces, pechos y glúteos, penes y vaginas al aire, formando una cadena humana dispuestos a la transgresión para desconcertar y sacudir a la conciencia ciudadana y al poder político continuarán repitiéndose no obstante infringir algunos aspectos establecidos dentro de un orden social.
 
Podemos estar de acuerdo o no en la forma de protesta, más lo triste es que hoy en día tengamos que recurrir a algo tan natural como el desnudo para llamar la atención de la arrogante clase política.
 
El ocultamiento del cuerpo humano es propio de algunas sociedades y encierra un sello de imposición que reprime la libertad, en cambio, para algunas tribus indígenas, la casi desnudez es una parte esencial de su cultura.
 
En las Olimpiadas de Grecia, los atletas practicaban todas las disciplinas deportivas completamente desnudos hasta el punto de que los baños públicos, aparte de su función higiénica, eran todo un acontecimiento social y, por supuesto, carente de toda connotación negativa.
 
En el mito de Adán y Eva, cuya prístina y original desnudez era símbolo de inocencia, de su pureza y de su humildad ante Dios, su creador, sólo después de  “pecar” descubrieron su desnudez y sintieron vergüenza. Desde entonces la moral opresiva, a la par que hipócrita, acabará por convertirse en protesta social en contra del sistema imperante.
 
 
 

 

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