Las elecciones del 17 de febrero sólo servirán para confirmar la continuidad en el poder del presidente Rafael Correa Delgado, quien desde 2006 ha ganado elecciones sucesivas y luego de 5 años de gobierno mantiene indicadores de popularidad y credibilidad. Y es que, según los más recientes sondeos tiene atada su suerte a los resultados en la primera vuelta electoral gracias al buen uso de su imagen política que lo ha sabido utilizar de manera inteligente, eficiente y estratégica frente a sus opositores que no aprendieron a organizarse y que, apenas, han construido un discurso reiterativo sobre la lógica de la negatividad en un vano esfuerzo por ocultar la realidad nacional.
Lo sorprendentemente difícil de anticipar, percibir o aventurarse tiene que ver con la elección de los integrantes de la Asamblea Nacional y una posible mayoría oficialista, tanto por la abundancia de listas y candidatos como por el método elegido para asignar los escaños en donde los electores podrán votar por listas completas o por candidatos definidos.
Así, la elección de la Asamblea se presenta muy compleja y si la oposición obtiene la mayoría, pues ésta, con sus plenos poderes no sólo cambiaría la Carta Política, sino que pondría en grave riesgo la gobernabilidad y estabilidad democrática. Pero en política lo no dicho suele ser más importante que lo que se dice, entonces habrá que esperar.
Las elecciones presidenciales y de asambleístas se dirimirán en las redes sociales, que por su inmediatez resultan más eficientes para la difusión de ideas y propuestas sin necesidad de llenar plazas ni participar en debates esclarecedores. A través del twitter se profesa al candidato una devoción férrea e inflexible por más desinformados que estén frente a la realidad nacional. Hay otros sectores desatendidos de la política y expresarán su desprecio por los candidatos y partidos hartos de los discursos demagógicos de siempre y optarán por la
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silenciosa venganza de la indiferencia.
Entre el electorado no afiliado a partido o movimiento político alguno entre los que están quienes tienen un conocimiento superficial de la realidad política y de otros porque lo conocen demasiado bien les mueve una certeza mayor que la de cualquier aficionado partidista: la certidumbre de que su voto no servirá de nada, ya que es irrelevante quien gane, y sin saberlo, será la mayoría triunfadora. No podemos culparlos ya que su decisión está influenciada por la campaña más exitosa y convincente: la que la clase política opositora ha realizado con abrumadora precisión para desprestigiar a la democracia en medio de traiciones y decepciones.
No existe un medio de comunicación que sea imparcial ni editorialista que sea plenamente objetivo. Medios y columnistas cuentan con líneas editoriales y expresiones que están sujetos a circunstancias, intereses y preferencias que los orientan a interpretar el entorno de una forma parcial.
Hoy en Ecuador, más que nunca, los medios son libres y los líderes de opinión pueden expresar sus ideas sin temor alguno. La clave, por tanto, no está en qué dicen los medios y los periodistas, sino a quiénes leemos, vemos o escuchamos, qué credibilidad tienen sus fuentes y cómo construyen sus argumentos para justificar sus posiciones. La libertad radica en escoger qué estación de radio o televisión escuchar o qué periódico leer, qué columna citar o cuál evitar.
Hasta ahora la jornada electoral nos ha dejado bastante información para procesar: propuestas, acusaciones, descalificaciones, debates, encuestas, movilizaciones, entrevistas, mucha actividad en las redes sociales. Ahora nos toca como ciudadanos hacer nuestra parte, y ello empieza con ese ejercicio reflexivo, en el que debemos razonar nuestro voto a fin de elegir la opción que nos represente lo mejor para el futuro del país.
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