El fatal accidente en la provincia de Tunguraha, en plena temporada de celebraciones, evidencia que precisamente, con motivo de las festividades tradicionales debería ser más riguroso el control de las condiciones de los conductores y vehículos de transporte masivo

 

Foto de diario EL MERCURIO

La muerte de 13 personas en una tragedia de tránsito, en el trayecto de Píllaro a Ambato, provincia de Tungurahua, convirtió en tragedia la preparación de las fiestas de fin de año de gente sencilla de ese pueblo ecuatoriano.


Adicionalmente, 37 ocupantes del bus en el que viajaban, quedaron con heridas, varias de gravedad, debido a que el vehículo se desbarrancó por un precipicio de más de 250 metros hacia la quebrada La Joaquina, al borde de una carretera plagada de curvas.


El accidente, en tempranas horas del miércoles 26 de diciembre, conmovió a los habitantes de Píllaro y Ambato, así como del país, que apenas empezaba a laborar después del largo feriado navideño. Casi es una norma en el país, que las mayores celebraciones tradicionales y populares, acaben empañándose con accidentes de tránsito catastróficos.


Este accidente vuelve a actualidad el tema del control de las condiciones técnicas de los vehículos, especialmente de pasajeros, que recorren por las carreteras del Ecuador, labor que corresponde a las autoridades de Tránsito y a la Policía Nacional. Las versiones iniciales, de los pasajeros sobrevivientes, hacen presumir que el vehículo se habría quedado sin frenos mientras se deslizaba por la pendiente de la vía, sin que el conductor –que se dio a la fuga-  como es usual también en estas circunstancias- lograra controlar la máquina.


Las reacciones de angustia y desesperación de los familiares de las víctimas –padres, esposos, hijos- han sido observadas a través de los medios de comunicación como una escena más del drama constante de tragedias de tránsito en las vías del país. El penoso y doloroso rescate de los cuerpos de los fallecidos y de los sobrevivientes, fue una acción que mezcló el heroísmo de los cuerpos de socorro con la impotencia de los seres humanos por encarar sin angustia la desgracia ajena.


Cuando las últimas disposiciones legales sobre la materia han impuesto medidas severas para dar seguridad a los viajeros y cuando se han impuesto drásticas sanciones a los conductores que manejan a velocidades mayores a las permitidas, esta catástrofe contradice la eficacia de tales acciones: la única manera de disminuir el número de siniestros en las vías, es con la responsabilidad de los propios conductores, que deben estar debidamente capacitados para cumplir la responsabilidad de proteger la vida de las personas a las que conducen.


Hogares mutilados, muerte, lesiones de larga curación o invalidez por el resto de la vida, es la secuela de este percance ocurrido precisamente en temporada festiva de fin de año y año nuevo.

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