Por Julio Carpio Vintimilla
Los problemas educativos, todos, tienen solamente dos causas: la estupidez y la ociosidad. / Tercera ley educativa de Rafferty. |
Para ser de calidad superior, un sistema educativo debe llenar múltiples requisitos. Uno primerísimo: Debe reclutar -- para que trabajen como maestros -- a personas excelentemente dotadas. (Algo que se está enfatizando, al momento, en el muy renovador programa TEACH FOR AMERICA, de los Estados Unidos; y en sus similares de unos veinte diversos países. Los buenos maestros son, en lo social, más importantes que los buenos ingenieros.) Otros más. (2) Debe educar la inteligencia, la razón, la voluntad, la creatividad, la imaginación, el gusto… (3) Debe ser adecuado, dinámico, actualizado, autocrítico, autoevaluativo… (4) Debe ser flexible, diversificado, descentralizado… (5) Debe ser democrático, plural, laico y tolerante. (6) Debe articularse muy bien con los proyectos y objetivos nacionales. (7) Debe contar con una infraestructura y un equipamiento convenientes. (8) Debe ser accesible para todos -- según sus necesidades -- en lo social y en lo territorial. / En fin…/ Huelga decir que los ciudadanos comunes, de cualquier país, saben muy poco de esto. Y, peor todavía, en los casos más lamentables, tampoco lo saben o no lo quieren saber, los mismos pedagogos y los planificadores educativos de los países más pobres o ideologizados… / Base puesta. / Y, ahora, abordemos el problema ecuatoriano, en una forma necesariamente restringida; y con un enfoque histórico, que es el que aquí viene mejor. Adelante.
Ya hemos señalado, en otra ocasión, que nuestra Revolución Liberal no fue una buena educadora. En esto, los conservadores -- que la precedieron -- se desempeñaron mucho mejor. (Hicieron lo suyo, a pesar de cierto fundamentalismo católico y cierto aristocratismo… Y no es una coincidencia que García Moreno sea considerado el más grande reformador de la educación nacional.) Más bien tardíamente, -- en la administración de Isidro Ayora, cuando de hecho ya había comenzado el posalfarismo declinante -- se trae a la Misión Pedagógica Alemana. Fue ésta la que recomendó al Ministerio de Educación la creación de los normales. Y, así, por primera vez en el país, se capacita en forma sistemática a los maestros primarios. (Antes de ellos, ejercían la docencia básica los curas o los “hábiles”; cuando no los consabidos sucesores del viejo Maestro Siruela, aquel que no sabía leer y puso escuela…) De esta manera, la limitada educación nacional amplió su alcance: llegó a la población de las pequeñas ciudades de ese entonces; y, con las llamadas “escuelas unitarias”, por lo menos, a una parte de la dispersa población campesina. (En dichas escuelas, un solo profesor enseñaba en todos los grados; daba clase en uno y asignaba tareas en los demás.) Bueno, así, se atendió -- dentro de lo que cabía y se sentía -- al nivel primario. El secundario, intocado, siguió funcionando con los mismos “hábiles” de siempre. (Usualmente, abogados, médicos o ingenieros que no practicaban su profesión; o que sólo la practicaban en forma parcial.)
Posteriormente, las facultades de Filosofía atendieron las necesidades de la educación secundaria ecuatoriana. La primera de éstas -- en la Universidad Central, de Quito -- se fundó en la década del cuarenta. En los cincuenta, se fundan las similares de las universidades de Guayaquil y Cuenca. Catedráticos españoles y ecuatorianos promovieron y pusieron en marcha tales emprendimientos académicos. (Juan David García Bacca, Francisco Álvarez González, Gabriel Cevallos García…) Unos lustros después, dichas facultades habían crecido, se habían diversificado y habían empezado a tomar una orientación pedagógica. En este punto, el nombre Ciencias de la Educación se unió al originario de Filosofía y Letras. Como era explicable, tal proceso reveló la inadecuación de la tradicional estructura académica universitaria. (La llamada napoleónica; es decir, de facultades federadas; algunas de éstas, con sus escuelas iniciales o dependientes. Un sistema que había llevado, en todas partes, al aislamiento o “feudalismo” de las facultades.) Por esta razón, algunos profesores pioneros, en Quito y en Cuenca, propusieron la readecuación de la misma mediante el sistema departamental norteamericano. (Un sistema integrador y flexible; y, por lo tanto, literal y verdaderamente universitario; aparte de más personalizable, económico y eficaz.) Pero la iniciativa fue ferozmente resistida -- caso de Cuenca -- por los prejuicios ideológicos de la izquierda socialista radical.
La evaluación agita el ambiente universitario |
Lo demás es historia reciente. Las facultades de Filosofía -- creciendo en forma inorgánica y desordenada -- llegaron a constituir una especie de universidad dentro de otra. (La matrioska; las muñecas rusas.) Esto generó molestias y tensiones al interior de las mismas universidades: gastos abultados, irresponsabilidad, desorden y hasta violencia de los “filósofos”… Afuera: el sindicato único de los “educadores” maoístas; el fortalecimiento de unas pocas universidades privadas; la aparición de las grotescas universidades de “garage”… Y este mal, tan extendido, es el que se quiere curar con medidas como la intervención de la Universidad de Guayaquil -- unos 131.000 estudiantes; 30.000 de ellos en la sola “facultad” de Filosofía -- y la creación del supernormal de Azogues…
Ahora, recuerde usted el epígrafe de este artículo. Quizás demasiado general: se lo puede extender a otros campos. Pero, bueno, ¡qué hacerle!… Y terminemos. Paul Friedman -- al analizar el muy exitoso sistema educativo de Shanghai, China -- nos dice que éste no tiene realmente ningún secreto. Se explica nada más que por los procedimientos adecuados y el tesón. Es decir, en último término, exactamente, por lo contrario de la estupidez y la ociosidad. Y, vea usted, hemos cerrado así -- sin querer queriendo -- el círculo conceptual del contundente aserto de Rafferty.