Por Yolanda Reinoso*

El vocablo catalán podría traducirse como “cagón” pese a que su mención bien puede repeler a los más sensibles, y más si se imagina tal figura en un pesebre navideño
 
 
Joan es un amigo catalán que mi esposo y yo conocimos en Denver, cuando él se encontraba en tan hermosa ciudad  disfrutando de una estancia. Entusiasmada y con la añoranza tan particular que invade a quien, como yo, habla de la Navidad en Ecuador estando en el extranjero, le describía a Joan el pesebre de mi madre así como el de mi abuela, y él se emocionaba al descubrir que la similitud de costumbres en este sentido no podían diferir mucho, ya que nos vienen de España.
 
Entonces Joan me preguntó si en Cuenca acostumbramos poner al “caganer” en el pesebre. Sin tener idea del significado del término catalán, peor aún de lo que es un “caganer”, supuse que, en cualquier caso, yo no estaría en lo cierto al pensar fugazmente en la implicación escatológica del vocablo. Mi sorpresa fue grande cuando Joan me explicó que el “caganer” es una figurita que se pone en los pesebres catalanes especialmente, y que representa a una persona en el momento justo de evacuar en cuclillas, como se hiciera en el campo a falta de un retrete.
 
Joan pasó a sorprenderme aún más: él mismo posee una colección de unas 600 figurillas de este tipo, y forma parte de una asociación de coleccionistas que, entre otras cosas, se han organizado para documentar de alguna manera el origen histórico de tan particular personaje del nacimiento catalán, a pesar de que no hay un dato preciso del cual se pueda partir. Si el pastorcito, la lavandera, la campesina acarreando agua o el labrador son los detalles indispensables de un pesebre hecho de manera tradicional entre nosotros, el “caganer” lo es en especial en Cataluña, aunque no es privativo de dicha zona. Su aparición, según algunos estudiosos, puede haberse dado en el siglo XVI cuando los artesanos pintaban en los azulejos la imagen en cuestión, por ser parte de la imaginería popular relacionada con la vida rural. Se cree que comenzó a representarse con mayor fuerza a partir del XVIII, gracias a la preponderancia que la naturaleza y la realidad como tal, sin adornos ni simbolismos, adquiere con el barroco.
 
Asimismo, la razón de ser del “caganer” dentro del pesebre, no se ha podido aún resumir a una sola afirmación, pues si por un lado muchos aseguran que hay una relación entre la idea de fertilizar la tierra con abono natural y, de ahí, los campesinos antes pensaban que excluir su presencia del pesebre traería mala suerte para las cosechas, por otro lado hay quienes hacen un estudio psicológico y antropológico del asunto, asegurando que la referencia nos remite a nuestra condición humana más básica en contraste con la idea sagrada del nacimiento del Mesías. Es decir, lo más terrenal que puede haber frente a lo celestial.
 
El vocablo, de origen catalán, podría traducirse a nuestro idioma como “cagón” pese a que su mención bien puede repeler a los más sensibles, y más si se trata de imaginar la presencia de tal figura en un pesebre navideño. Quizá algo de este mismo sentimiento imprime a los catalanes, puesto que esta costumbre se ejecuta con el cuidado de esconder al “caganer” bajo un puente, detrás de un árbol o un arbusto. Su ubicación en un sitio no muy evidente del nacimiento, aparte de apelar a la discreción, es motivo para otra costumbre propia de las fiestas: animar a la niñez de la casa a que encuentre a este singular personaje en el pesebre.
 
Los “caganers” fabricados en yeso por los artesanos más tradicionales, mantienen las características no sólo de ser hombres sino que tienen entre los labios una pipa o un cigarrillo, y hay los que leen un periódico que los distrae mientras hacen su deposición al aire libre. Joan me contaba que, en los últimos años, ya se ha vuelto común ver “caganer” modernos que no son necesariamente el hombre rural, sino figuras públicas de entre las cuales, los políticos son los preferidos. Las figuras femeninas son de reciente creación.
 
La preponderancia del “caganer” se manifiesta en su plena vigencia, y una muestra tangible es el negocio emprendido en Girona por la ceramista Anna María Pla, quien junto con sus hijos Marc y Sergi, ha alcanzado el éxito en la venta del singular personaje del pesebre. Los precios de estos, al ser de cerámica, oscilan entre los 7 y 16 euros. A Marc Alos Pla, quien con sus hábiles manos de escultor diseña los moldes de “caganer”, va un agradecimiento personal por las fotografías concedidas para este artículo.
 

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