Por Eugenio Lloret Orellana
No es la política la que dirige la cultura, sino ésta la que dirige aquélla. La cultura no es una rama de la política, sino la política es una rama de la cultura; los Estados tienen la política que su nivel cultural les da | |
Cultura tiene la misma raíz etimológica que culto y cultivo: la palabra latina cultus, que significa dedicación cuidadosa a una tarea. De ahí que cultura sea aquello a lo que el hombre se ha dedicado preferentemente, la cosecha de su propia historia, el grano sin paja, lo valioso acumulado de su experiencia. La cultura es el contenido esencial de la tradición, el legado que una generación entrega como dote a la siguiente: su tesoro, su fortuna. El hombre necesita de la tradición para no empezar de cero en cada generación; el hombre es lo que es, el hombre progresa, precisamente porque es cultural. Ser cultural significa ser de tradición, apoyarse en la valiosa experiencia heredada de nuestros mejores predecesores.
Las siempre oportunas anotaciones de María Moliner nos recuerdan que la cultura se relaciona con las ciencias y con las artes, con lo que nos dejan el estudio, las lecturas y los viajes, con lo universal y lo particular, con lo luminoso, lo verdadero, lo abierto. La autora presenta como sinónimos de inculto: oscurantista y retardatario.
Hablar de cultura, más allá de las múltiples acepciones que la palabra comporta, siempre tiene que ver con lo comunitario, con lo público; porque tiene que ver con la identidad de una sociedad, con su historia y con sus proyectos para el futuro. La cultura tiene que ver con la vida, con el espíritu.
Si nos remitimos a su etimología, la cultura exige tiempo, trabajo y paciencia. Tiene relación con la capacidad de descubrir ritmos y ciclos. Toda cultura, de alguna manera, supone una suerte de liturgia. La cultura es por definición propia: libre, plural, no dogmática y capaz de dar razones y por lo mismo conviene subrayar que lo primordial de la cultura no es solamente la pluralidad de sus expresiones, sino sobre todo el valor de ellas en nuestra identidad, en cuanto recurso de construcción común.
En este sentido, podríamos decir que la cultura es la conciencia política en su momento más alto. Quien renuncia a la cultura o la subestima, máxime desde cargos públicos o ministerios, hace de la política algo que es menos que ella misma. No entenderlo es no entender la política.
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La cultura en Ecuador es un campo dentro del que se han hecho infinidad de ensayos, uno de los más notables es precisamente lo que se hizo con Benjamín Carrión con enorme esfuerzo y grandes sueños, con gestos de grandeza y patriotismo, sin populismo. Se fundó la Casa de la Cultura Ecuatoriana, hoy reducida al área administrativa de un ministerio cuya gestión tampoco ha satisfecho las expectativas.
No creo que el Estado pueda dirigir la cultura y, menos crearla, por una razón muy obvia: porque no es el Estado el que crea la cultura, no es la política la que dirige la cultura, sino que es ésta la que dirige aquélla. Es decir: la cultura no es una rama de la política, sino que la política es una rama de la cultura; los Estados tienen la política que su nivel cultural les da. ¿Qué es la política de los Estados? Es un reflejo de la mentalidad común, de los valores generales de la colectividad, que se reflejan en la manera de gobernarse, en el espíritu público, de manera que no es el Estado el que crea la cultura, es al revés, es la cultura lo que crea el Estado. Y reitero, no es la política la que dirige la cultura.
La cultura es un inmenso laboratorio donde cada pueblo crea su propia jerarquía de valores que se refleja en la política. Entonces, en esto de la cultura hay una serie de malentendidos. Se sigue creyendo que cultura es reunir a un grupo de intelectuales convertidos en burócratas en un lugar, y ponerse allí a perorar. ¡Eso no es cultura!
Es probable que una política cultural como política de Estado sea cuestión de debate: resistencias, oposiciones, luchas y más generalidades en medio de mucha tinta derramada y desatendida desde el sueño de Benjamín Carrión, pero necesaria para clarificar su sentido. Se trata en suma de la restitución de la formación y aliento de la cultura como una categoría de intervención pública, no exclusiva ni excluyente, no autoritaria, populista ni elitista, ni expresión de una frivolidad grosera.
Rescatar el concepto de cultura, acabar con instituciones insuficientes e interesar a la sociedad por una oferta cultural de calidad, acaso sea la tarea más ardua y apropiada. La más justa.
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