La visita del Pontífice al Brasil demostró la espectacular capacidad de convocatoria de la Iglesia Católica en la América Latina
 
No hay, como el Papa, nadie que reúna a tantos millones de personas. Pero concentrar multitudes no puede ser el éxito de la presencia papal, pues si el poder de convocatoria está respaldado en principios de fe, también lo está en potencialidades financieras y estructuras internacionales como sólo las dispone la Iglesia Católica.
 
No se puede dejar de considerar que el obispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, apenas hace tres meses asumió la conducción del Vaticano y antes de entonces era un religioso desconocido por las multitudes que con sólo saberlo Papa, le rindieron culto en Brasil.
 
¿Cuál es el saldo de la concurrencia de Francisco a las Jornadas Mundiales de la Juventud? Habrá que vérselo con el tiempo: en el alejarse de la juventud a las tentaciones del dinero, del placer y del poder; en la disminución de la corrupción pública y privada; en el renunciamiento de los curas al boato y a la riqueza; en la disminución de la pobreza; en la tolerancia frente al pensamiento ajeno y a las diferencias entre los seres humanos.
 
En todo caso, la visita papal presentó la visión de un jerarca que marcha un paso delante de quienes le antecedieron desde hace unos 30 años, capaz de reconocer las falencias del clero y de protestar por la injusticia entre los ricos y los pobres del continente, aunque su lenguaje moderado y prudente parecía no querer enfocar en forma enérgica situaciones sociales, políticas y aun democráticas que ameritaban el pronunciamiento de una autoridad de su jerarquía.
 
Una ventaja tuvo Francisco en Brasil, en comparación con papas anteriores que hicieron rápidas visitas a la América Latina: ser un latinoamericano más. Lo mismo que él dijo, dicho en otro idioma, no habría tenido la misma repercusión en las masas multitudinarias. El lenguaje le permitió identificarse con carisma a un mundo que era el suyo propio.
 
Problemas palpitantes del momento apenas estuvieron en la prédica de Francisco: la democracia, la libertad de expresión, la migración, la legalización del consumo de drogas, el celibato de los curas, la mujer en el sacerdocio, la corrupción pública, el matrimonio homosexual o la pedofilia, temas sobre los que indudablemente esperaban la opinión papal los jóvenes del mundo representados en la cita de Brasil y todos los habitantes del continente. 
 
No puede dejar de tenerse presente que Jorge Bergoglio,  Francisco, sucedió a un papa que renunció sin atreverse a afrontar el reto de encarrilar a la Iglesia por los senderos que debería transitarlos en el siglo XXI. Lo menos que el mundo espera de su pontificado es, entonces, un cambio real en el pensamiento y la conducta de la Iglesia, para no marchar sobre los mismos pasos del pasado.
 

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