Por Marco Tello
Sabemos a ciencia cierta que Ernesto López nació en 1868. En consecuencia, murió a los noventa y cinco años de edad y no a los cien o más como algunos habíamos supuesto. Esta conjunción afortunada de investigación filológica y exploración documental debe complacer a quienes hemos intentado contribuir para resaltar la vigencia de un testimonio poético tan singular.
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En junio de este año, hará medio siglo de la muerte de Ernesto López Diez, escritor restituido a la memoria cultural de la ciudad, en los años ochenta, por Antonio Lloret Bastidas, alrededor de cuyo aporte ha girado cuanto se ha escrito sobre el personaje.
López es uno de los referentes para examinar el panorama lírico regional de su tiempo. En la pequeña ciudad, atrajo la atención el enigma de su diario vivir, apartado del bullicio urbano, recluido en la soledad de una mansión cuyos salones se abrían generosos para las celebraciones de la Fiesta de la Primavera. La obra, parva y asimismo sigilosa, despertó interés, más allá de la linde conservadora y romántica, en los espíritus inflamados por un ideal común. El lenguaje, extraño para la audiencia comarcana, guardaba en cambio proximidad con las formas que se ensayaban en la poesía hispanoamericana de comienzos del siglo XX. En alguno de sus poemas se percibe el impulso creador cercano al Huidobro de 1916. Probablemente, esto sea mucho decir; pero fue López un adelantado en la región por el gusto postromántico, por el ritmo musical del modernismo, por las premoniciones vanguardistas.
Su afán intelectual se mantuvo asimismo en la onda de reflexión que habiendo arrancado de Martí se expandía por la América hispana a principios del nuevo siglo. Ni la sensibilidad artística ni el vivir en soledad lo apartaron de la problemática social; al contrario, agitaron el espíritu las tribulaciones que aquejaban a la humanidad, que él bien conocía por las experiencias de viajero y de infatigable lector. Reclamó por la suerte de los desposeídos, en particular por las penalidades infligidas a la población indígena. Con la discreción que correspondía a sus convicciones cristianas, subvenía a las necesidades del prójimo y disponía de su fortuna material para obras de asistencia solidaria.
Su aventura vital se prolongó largamente, dando pábulo a especulaciones sobre la edad. Ahora, gracias a la aguda crítica de Cristóbal Zapata, que acaba de ser documentadamente confirmada por el escritor Rodrigo Pesantez Rodas, sabemos a ciencia cierta que Ernesto López nació en 1868.
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En consecuencia, murió a los noventa y cinco años de edad y no a los cien o más como algunos habíamos supuesto. Esta conjunción afortunada de investigación filológica y exploración documental debe complacer a quienes hemos intentado contribuir para resaltar la vigencia de un testimonio poético tan singular.
Es oportuno destacar en estas breves líneas la importancia de aquella feliz conjunción. Del análisis de la pieza “A encontrar el valor hombre”, Zapata dedujo que al tratarse de una novela autobiográfica era lícito aventurar la hipótesis de que la fecha de nacimiento del doctor López era el 1 de enero de 1868. Hace poquísimos días, este miércoles santo, recibimos del doctor Rodrigo Pesantez Rodas su interesante estudio “Tres escritores azogueños en la vanguardia de la literatura nacional” (Universidad de Guayaquil, 2013), acompañado de una copia del Primer Censo Poblacional de Azogues, realizado en 1871. Consta en este documento, junto al registro de los progenitores, el nombre de Ernesto López, de tres años de edad. Como a todo constructor que ve falsear por algún lado una pieza de sustentación, el dato obliga a las correspondientes rectificaciones, aunque haya venido también a confirmar la presunción de que, por los rasgos de estilo, el autor se acomodaba en la generación de los nacidos entre 1864 y 1893.
Se anuncia para los próximos días la presentación de la antología del escritor, bajo el título de “El palacio de cristal”, muestra precedida de un enfoque de loable precisión y seriedad, trabajado con pasión por Cristóbal Zapata, figura destacada en el mundo actual de las letras nacionales. El esmero en la selección, el estudio filológico preliminar fundado en riguroso aparato crítico, el formato editorial impecable, todo contribuye para que el homenaje sea digno del poeta cuando se cumplen cincuenta años de su fallecimiento. Mientras tanto, resulta muy grato volver a señalar que la misma extrañeza por la cual los contemporáneos del doctor Ernesto López lo fueron olvidando ha motivado hoy a los jóvenes para su recuperación.
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