Por Alba Luz Mora

 

Alba Luz Mora El acto imprevisto de pedir asilo halló simpatía y un sentimiento de solidaridad en el Presidente Correa, cuya administración accedió al pedido, basado en los códigos internacionales de la diplomacia. Luego, las declaraciones del Canciller británico sobre una supuesta intención inglesa de capturarlo sin respetar el principio de la inmunidad diplomática, tornó el caso en un hecho insospechado, por lo sui géneris, controvertido y delicado
 
El fundador de Wikileaks, el ciudadano sueco Julian Assange, buscó refugiarse en la Embajada del Ecuador en Londres envuelto en problemas de justicia internacionales, por haber interceptado y difundido miles de archivos secretos comprometedores sobre la política, la diplomacia y la seguridad norteamericanas y de otros estados. Individuo que además busca Inglaterra para extraditarlo a Suecia a que responda por presuntos delitos sexuales.
 
Lo inesperado fue que Assange decidió abandonar el arresto domiciliario al que estaba confinado por los ingleses y pedir asilo diplomático a la Embajada del Ecuador en Londres desde mediados de junio pasado. Resultamos así con un huésped incómodo, que logró la anuencia de nuestro gobierno, partidario de los derechos humanos, y que según Londres “no requería de este recurso extremo para escapar de los procesos legales de Suecia y ajustarse a las normas europeas de extradición”.
 
La historia jurídica de Assange es haber perdido una apelación que presentó a la justicia inglesa para extraditarlo a Suecia, situación nunca solicitada por Estados Unidos sino relacionada con el juicio que se sigue al soldado Bradley Manning, sustractor de miles de documentos secretos sobre las políticas norteamericanas, cuyo instigador sería el líder de Wikileaks. 
 
El acercamiento a nuestro Presidente parece que se dio en un espacio de entrevistas conducido hábilmente por el señor Assange, para tratar y analizar el tema de la libertad de información. 
 
El acto imprevisto de pedir asilo al Mandatario, halló simpatía y un sentimiento de solidaridad en el Presidente Correa, cuya administración accedió al pedido, basado en los códigos internacionales de la diplomacia.
 
 Luego, las declaraciones del Canciller británico sobre una supuesta intención inglesa de capturarlo sin respetar el principio de la inmunidad diplomática, tornó el caso en un hecho insospechado, por lo sui géneris, controvertido y delicado.
 
El Ecuador ha tenido poca relación con este personaje. El acto de violar los archivos secretos de una nación lo conocimos por haberse difundido a nivel mundial e indudablemente fue contra la ética informativa. Hemos desconocido la dimensión de las acusaciones que se le han imputado y no teníamos por qué inmiscuirnos en este drama de un refugiado que nos utiliza para protegerse, sin prever las implicaciones que pudieran derivarse del suceso.
 
Todos los medios de comunicación del mundo han destacado tan insólito acontecimiento, los redactores de noticias y periodistas de opinión han encontrado una fuente de hechos inesperados para llenar sus columnas de opinión e informaciones. Y en nuestro Ecuador la atención general está centrada en los eventos que podrían desencadenarse a consecuencia de la habilidad y audacia del Señor Assange. 
 
La amenaza de violar nuestra embajada provocó el respaldo de organismos regionales como la UNASUR y el ALBA y el importante pronunciamiento de la Organización de Estados Americanos, OEA. Se diría que un asilo con justificación humanitaria nos ha llevado hasta la cresta de la ola y aún no podemos predecir el final del singular hecho.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 

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