Por Yolanda Reinoso

 

El elemento ficticio se queda corto frente a la fascinación estética que causan las columnas de basalto cuyo cuerpo quedó enterrado, asomando del suelo sólo la parte superior, esos hexágonos sobre los cuales uno se para, pasando de uno a otro, jugando a una suerte de rayuela donde no es posible equivocarse: su superficie es amplia, generosa, lisa y bella

 

 

Las Columnas de basalto, nombre que se da a las edificaciones en que se funde lo geométrico con lo natural.
Caminando con impaciencia, aunque el paisaje no iba a desaparecer, llegamos por fin a las columnas de basalto. Parecen cortadas con molde, planificadas con cuidado por un arquitecto de tendencias orgánicas, nombre que se da a las edificaciones en que se funde lo geométrico con lo natural.
 
Es difícil creer que algo de tal uniformidad tenga su origen en un evento geológico que a nuestros ojos es caótico: borbotones infernales de magma emergiendo del centro del planeta hace 60 millones de años y formando rocas enormes. Mucho después, la lava emergió y con riachuelos encendidos, surcó la superficie y dejó a su paso estas formaciones, hexagonales la mayoría, plantadas igual que gigantes por lo monumental de su altura, o impresionando las más bajas por su forma simplemente.
 
El nombre del sitio corresponde sobre todo a una leyenda que mezcla, como toda historia de ese corte, algo de real con bastante de imaginario: se cuenta  que, a fin de llevar a cabo su sueño de construir un paso desde este lugar hasta Escocia, un gigante irlandés  tuvo que ingeniárselas para asustar a un gigante escocés que se interponía. Lo real viene dado por las conexiones históricas entre un territorio y otro.
 
Hexágonos, que encajan sin desentonar en el panorama
El elemento ficticio se queda corto frente a la fascinación estética que causan las columnas de basalto cuyo cuerpo quedó enterrado, asomando del suelo sólo la parte superior, esos hexágonos sobre los cuales uno se para, pasando de uno a otro, jugando a una suerte de rayuela donde no es posible equivocarse: su superficie es amplia, generosa, lisa y bella. Evocan un panal, una casa de abejas construida con gran cuidado y logrando un resultado perfecto en las  dimensiones, con la paradoja de que no todas son exactamente iguales, aunque den esa idea. Sólo basta fijarse un poco y compararlas entre sí, pero incluso cuando el visitante ya se convence de este hecho, el paisaje en su totalidad sigue siendo de una exquisitez que, por error, creemos que es un apelativo que puede aplicarse sólo a ambientes ornamentales donde ha habido mano humana.
 
Digo que es un paisaje exquisito porque las columnas de basalto, cuyo número alcanza  un aproximado de cuarenta mil, encajan sin desentonar en el panorama, con el océano inmenso que se extiende vasto, yendo y viniendo con olas espumosas, con el fondo de esas colinas verdes que uno ve extenderse por donde va al recorrer Irlanda del Norte.
 
El Paseo de los gigantes, o Calzada de los gigantes como también suele traducirse el nombre inglés de Giant’s Causeway al español, no es el único espacio de la Tierra donde se han formado columnas de basalto, lo que es lógico ya que se trata de un fenómeno que deviene a consecuencia de la actividad  volcánica y los procesos de erupción del planeta, pero puesto que asimismo, no hay dos lugares idénticos en el mundo, lo especial aquí radica en los matices presentes en un mismo escenario: marrón, negro, azul, verde y otros.
 
Paisaje  de Giant´s Causeway, declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO
Pararse al atardecer en lo alto de estas columnas y ver cómo el océano cambia de color, cómo el paisaje se va suavizando en luces de ocaso a medida que el sol va muriendo a ese lado del mundo, es presenciar un fenómeno natural que se muestra cual un espectáculo de luz programado. Al sentarme a descansar, reparo en los pájaros que sobrevuelan el área, dejando escapar sus graznidos como quien da el toque de queda porque se acaba el día y hay que retirarse. Observo las flores silvestres de diversos colores que crecen en los espacios verdes, alimentándose del sol veraniego en pleno julio. Ya pasadas las seis de la tarde, el viento  azota con ráfagas más frías que las de unas horas antes, así que emprendemos el camino de regreso.
 
Las imágenes de este sitio declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO, pueden difuminarse con el tiempo, como ocurre con la mayoría de lugares que vemos, pero no se diluye nunca la extraña sensación que produce un paisaje donde lo geométrico se muestra tal cual es: un componente no siempre obvio de la naturaleza.

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