El inicio de la nueva campaña electoral por la Presidencia de la República es muestra saludable de que la democracia continúa y merece saludar el entusiasmo de los líderes políticos que van a una contienda que debería marcarse por el civismo en las coincidencias y en las discrepancias. 
 
Los primeros pasos buscan la formación de alianzas de tendencias ideológicas dispares, sin proyectos sociales de largo alcance, por la coyuntura momentánea de sumar votos. ¿Y después? Eso es lo preocupante.
 
En treinta y más años desde que pasaron las dictaduras –y más en los años recientes-, muchos avances se han producido en los ámbitos políticos y sociales del país, con la irrupción de los movimientos indígenas en la vida nacional, la equidad de género como obligación constitucional, o la protección a las minorías étnicas, sexuales y personas con limitaciones físicas.
 
Con tales antecedentes convendría plantear que las alianzas se sustenten en objetivos de interés nacional duradero, no en metas coyunturales que solo buscan el poder sin saber cómo ejercerlo. Tampoco el empeño de entrabar al mandatario que iría por la reelección, debería sustentar la precaria unidad de fuerzas irreconciliables.
 

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