Pero las cosas bien pudieron haber ocurrido muy de otro modo. A ver. Si pensamos que los procesos sociales son relativos a las situaciones y a las épocas, la Argentina del temprano siglo XX ya había llegado al desarrollo. Vaya, expliquémonos: lo que por entonces se consideraba el desarrollo (progreso, con la palabra usual de la época). Para seguir prosperando, el país sólo debía, pues, continuar su marcha. Es decir, al éxito agropecuario debía haber seguido, sin demora, el éxito industrial. (Hay que precisar: Se necesitaba una industrialización genuina; que tuviera una buena base nacional. Lo que significa, en esencia, una industrialización con capitales, tecnología y gestión argentinos. Sin descuidar, ni obstaculizar, desde luego, a la siempre útil y complementaria participación extranjera.) Y, siendo así, la industrialización debía ubicarse -- como en todos los países desarrollados -- dentro de un proceso general de avance en varios frentes y dentro de un proyecto nacional. (Lo que habría implicado el crecimiento constante y más bien rápido de la población, siempre con un buen aporte inmigratorio; la construcción de una infraestructura moderna; el logro de un alto nivel educativo; el mejoramiento institucional público y privado…) En otras palabras, se debía haber generado el más o menos típico crecimiento y desarrollo de un país del Primer Mundo en el siglo XX. En tal forma, hacia l940, la Argentina -- con unos setenta millones de habitantes -- podría haber llegado a ser la segunda economía del mundo. (Quizá sólo detrás de los Estados Unidos.) ¿Demasiado ambicioso? Bueno, ¿y no era eso lo que, aquí y afuera, muchos -- legos, conocedores y expertos -- esperaban del prometedor país austral?
Continuemos con la suposición. Y, siendo así, ¿no habría jugado la Argentina un papel importantísimo en la Segunda Guerra Mundial? (Habría formado parte, con veto, del Consejo de Seguridad de la ONU; habría llegado a tener las bombas atómicas, aproximadamente al mismo tiempo que Rusia e Inglaterra; como de paso, actuando con destreza, habría recuperado las Malvinas…) ¿Y a qué vienen estas atrevidas conjeturas? Un momento: Estamos haciendo aquí un ejercicio de eso que algunos historiadores llaman hoy día la Historia hipotética o contrafáctica. (La que -- pese a sus iniciales y explicables malas apariencias -- tiene una considerable utilidad en el análisis cuidadoso de los procesos. ¿Por qué? Pues, porque -- gracias a su carácter contrastivo -- nos muestra las abiertas posibilidades que existieron. Nos señala las oportunidades que se perdieron; algunas quizá para siempre…) En definitiva, la supuesta narración nos permite avizorar mucho de lo que pudo haber sido y no fue…
Y, ahora, -- de vuelta del reino de lo potencial -- aterricemos en la prosaica realidad argentina. Nos encontramos, de inmediato, con la frustración… Y con el reparto de las culpas del fracaso. ¿Quiénes le sacaron al país de sus adecuados y seguros carriles? La vieja izquierda y el populismo no tienen dudas al respecto: los imperialismos… Es decir, los otros, los que siempre están en plan de hacernos daño. Ciertos sectores de la derecha, en cambio, han elegido otro culpable, notorio y destacado: el Peronismo. Obviemos lo primero. (Para la gente más seria, el argumento imperial está desacreditado. Es ingenuo, elemental, paranoico, adolescente…) Y tomemos lo segundo; porque sigue teniendo todavía algún poder de persuasión colectiva. Y examinémoslo. Hay, en éste, un punto también apenas suponible, pero muy significativo: Si la Argentina hubiera sido el exitoso país de la anterior Historia, no habría necesitado un evanescente populismo; no habría necesitado un caudillo latinoamericano tradicional; no habría debido buscar, para nada, una tercera posición en la geopolítica internacional… Estas son cosas de países débiles y atrasados… Conclusión parcial: El Peronismo no trajo las desgracias nacionales. Al revés: Las desgracias nacionales -- preexistentes e irremediables -- le trajeron al Peronismo.
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Juan Domingo Perón, figura tradicional y emblemática del poder del populismo en la Argentina. |
Y aquí llega, de perillas, la noción de la decadencia. (Muy pertinente, por un lado; e insuficientemente definida, por otro.) A primera vista, la noción parece un poco fea y hasta temible… Pero, -- para empezar en esto como es debido -- no nos asustemos. La decadencia no es la ruina total; y tampoco es la aniquilación… Definámosla, pues, con sus reales características. Al grano. La decadencia es un concepto social e histórico. Es, en esencia, el deterioro gradual, amplio y prolongado de las condiciones de vida de un grupo humano. A los detalles. Por lo gradual, la decadencia puede resultar, a veces, incluso imperceptible. (Es como el lago que -- secándose muy de a poco -- queda finalmente reducido a una gran costra salina.) Por lo amplio, la decadencia acaba por afectar, de una u otra manera, a todo el grupo nacional y a todas las actividades. (Si falla la educación, fallará la política. Si falla la política, fallará la coordinación general de la sociedad. Si falla la coordinación, fallará el rendimiento de casi todos.) Y es prolongado por lo ya dicho: Es un proceso histórico; que, por ello mismo, puede durar unos cuantos siglos. (Las crisis -- procesos más cortos y menos graves -- duran cuando más unos lustros.)
Adicionalmente, la decadencia es siempre relativa. Relativa en dos planos: interno y externo. En lo interno, es una muy sensible baja de la dinamia y de las expectativas propias. (Pudimos, por ejemplo, haber crecido 100; y sólo crecimos 20.) Y, en lo externo, es una importante diferencia, negativa, con respecto al desempeño de los mejores. (Los Estados Unidos, el Brasil, México; en cierta medida, aun Colombia y Chile; y también países de condiciones naturales y humanas similares, como Canadá y Australia.) ¿Bastante claro? / Sí, señor. / Entonces, sigamos.
Después de la Guerra de Corea, alguien -- cuyo nombre no recordamos o nunca supimos -- señaló que los Estados Unidos habían pasado del salvajismo a la decadencia; directamente, sin hacer las etapas intermedias… Era, desde luego, -- tratándose de aquel país -- una exageración muy grande y muy patente. Era una caricatura… Pero, -- de manera curiosa e inesperada -- semejante apreciación resulta aplicable, con mucha más propiedad y pertinencia, a la Argentina. Hay una decadencia argentina… El apogeo nacional -- el inicial desarrollo que dijimos -- resultó ser nada más que una efímera transición… A una sorprendente decadencia… Se saltó, pues, prácticamente, de la Argentina gaucha a la Argentina subdesarrollada… Y terminemos con Gardel: “…cuesta abajo en la rodada… las ilusiones pasadas…”) He ahí el resumen del asunto, en un solo par de frases.