Por Yolanda Reinoso


Conocida también como “Fred y Ginger”, puesto que su singular forma evoca la de una pareja que pareciera bailar (como lo hiciera el profesional dúo Rogers y Astaire en el campo cinematográfico), esta edificación da la impresión de movimiento debido a las curvaturas que presenta, por lo cual la gente la llama también “la casa ebria”. Nuestra guía anota que, dada la reputación de Praga por sus bellas construcciones góticas y barrocas, una gran controversia ha rodeado por años la permanencia de la casa danzante como un icono que, contrario a las opiniones iniciales, ha contribuido a enriquecer la diversidad del perfil urbano praguense.

La casa danzante marea ciertamente y, sin embargo, es sólida como cualquiera otra en buenas condiciones; al verla ya de cerca, es evidente que las líneas curvas, la variedad de las dimensiones de los ventanales así como del volumen de cada piso que compone las dos torres, son el fundamento de esa sensación de caos y desorden en una obra que, aunque suene contradictorio, resulta armoniosa como conjunto. Un peatón nos indica que está prohibido el ingreso a no ser que se tenga una reservación en el restaurante situado en el último piso, o una reunión de negocios en alguna de las oficinas que, dado el movimiento financiero de la zona, albergan multinacionales con propósitos ajenos a nuestra curiosidad.

Es como si tras la destrucción y el dolor, la post-guerra hubiese estado presente no sólo en el ánimo sino hasta en las fachadas de la ciudad, para dar lugar a una suerte de renacimiento hacia lo post-moderno, valorando lo vivido y conservando lo mejor del pasado, pero dando paso al cambio.
Al viajar a Praga es obvio que fuimos en busca del puente Carlos, la división entre Ciudad Vieja y Ciudad Nueva, el Barrio Judío, los rastros de Kafka, los museos, como lo hace el turista común, por eso quería rememorar el descubrimiento de este icono arquitectónico que parecería fuera de lugar en dicha ciudad y que, sin embargo, se ha asentado en el sentir de una urbe cuya historia también está representada en la Casa Danzante que, más que una curiosidad, es un motivo para recordar que las obras que no se ajustan a lo tradicional traen consigo la riqueza de cuestionarnos los propios conceptos y valores estéticos, y hacernos ver que las perspectivas que sobresalen por su extrañeza en medio del conjunto, no son imposibles de aceptar si indagamos en el trasfondo y abrimos la mente.