1912 apareció por primera vez un vehículo motorizado por las calles de Cuenca. Era de propiedad de Federico Malo Andrade, marca Clement Bayard, adquirido dos años antes en París

 

Foto archivo de Leonardo Ochoa Andrade

En febrero de 1913 el automóvil conduce a una pareja de novios que acaban de contraer matrimonio, hasta Ucubamba, el sitio más lejano al que llegaba el carretero. Se trata de Daniel Córdova Toral y Elena Malo Andrade, acompañados por Alfonso Andrade Chiriboga, en el asiento trasero; adelante, el conductor Leoncio Andrade Chiriboga junto con César Malo Andrade.

 

 

 
 
 
 
 
El vehículo apenas llegado a Cuenca. Aparecen los indígenas que lo transportaron en “guando“ por los caminos del campo. Foto tomada del libro Cuenca, Santa Ana de las Aguas.

La llegada del primer carro marcaría un hito de grandes repercusiones en la vida y en el futuro de la ciudad. Fue el inicio de una nueva era en el destino de Cuenca, signo del surgimiento de una etapa de incesante desarrollo, coincidente, en esos mismos años, con la instalación de la primera planta eléctrica o la creación del Banco del Azuay.

 
   El automóvil, nunca antes visto, conmovería y asustaría a los cuencanos hace un siglo, pues en la ciudad conventual el aparato entre mágico y fantasmal despertó temores y sobresaltos: “el diablo retumba por las calles”, sería el comentario de las beatas madrugadoras a las misas de todos los días, comenta Leonardo Ochoa Andrade, nieto del primer conductor, Leoncio Andrade Chiriboga, quien aparece al volante del carro en las fotos que acompañan a la presente nota y comentaba en familia, casa adentro, las reacciones de la gente frente a la novedad de la máquina que conducía. 
 

Foto archivo de Leonardo Ochoa Andrade

La novedad del primer automóvil incitaba a niños y mayores fotografiarse junto a él. El carro está estacionado en la actual Calle Córdova y Borrero, frente a la residencia de Daniel Córdova Toral, edificio que, restaurado, es sede de la Superintendencia de Bancos. (Las ventanas con los enrejados metálicos se mantienen hasta hoy).

   Por entonces, cuando el único carro llamaba tanto la atención de los cuencanos, no se presentía que a la vuelta de un siglo decenas de miles de vehículos congestionarían las calles y peor aún se imaginaría que vendrían leyes para regular la circulación, que se exigiría licencias para conducir, que se abrirían los negocios de los sitios de parqueo o que se inventarían semáforos para regular el tráfico.
 
  El conductor, alternaba su actividad política y de funcionario público –fue Jefe Políítico, Jefe del Correo- con las habilidades innatas para manejar el automóvil. “El era conductor, no chofer”, comenta Leonardo Ochoa Andrade, su nieto, para referirse a la capacidad del abuelo para dominar a la máquina nunca antes vista en la ciudad.
 
Un siglo después de que llegara el primer vehículo motorizado a Cuenca, el más grave problema urbano de la ciudad es la proliferación de carros en las calles y las consiguientes molestias para el público.

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