Por Eugenio Lloret Orellana

 

Eugenio Lloret

En los últimos tiempos predomina una visión negativa de la juventud en la política. Sea cual sea la argumentación predominante  se resalta su alejamiento de las posiciones centrales. En el mejor de los casos, se los concibe como sujetos dependientes, con posibilidades de tomar algunas decisiones, con capacidad de consumir pero no de producir, con potencialidades para el futuro pero no para el presente

   
   

 

Una encuesta realizada por la FLACSO a 4.249 jóvenes de 16 a 29 años sobre la participación política de la juventud ecuatoriana revela cifras preocupantes para la cultura cívica. El 15.2% dijo estar muy interesada en política frente al 14.2% a quienes no les interesa.
 
El 51.8% respondió que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno; el 23.4% es indiferente y el 22.8% cree que  “en algunas circunstancias, un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático"
 
El 74% es reacio a militar en un partido, el 22.3% está dispuesto y el 4% quizá lo haría. De este último porcentaje, el 53.4% dijo que militaría en Alianza País. Los jóvenes se informan de noticias políticas al menos tres veces por semana y el medio escogido por la mayoría es la televisión.
 
¿A quién beneficia o de qué le sirve  esta encuesta al país? Esta interrogante plantea la necesidad de considerar los cambios que se deben acometer para mejorar la percepción que de la política tienen los jóvenes y las acciones que deben propiciar los partidos políticos a fin de alcanzar un mayor acercamiento de la juventud a la política, ya que no son muchos los que lo hacen ahora debido, generalmente, a desacuerdos, desencantos o problemas de adaptación con el funcionamiento actual de los partidos y movimientos políticos.
Estamos frente a la imperiosa necesidad de impulsar entre los jóvenes un gran debate ampliamente participativo, cuyo objetivo sea suscitar un mayor interés por lo colectivo y una mejora cualitativa de la democracia interna en los partidos, un retorno al debate ideológico como elemento enriquecedor, la apertura de nuevos cauces de implicación social, la dignificación de la política y la lucha contra los comportamientos irregulares y éticamente criticables.
 
Estamos en un momento clave para la participación política, y ante una generación de jóvenes que busca motivos para involucrarse 
 
 
 
 
más activamente, aunque de manera exigente y critica, que demanda a los partidos y a los líderes políticos coherencia, valentía, honradez y mayor capacidad de innovación para indagar e interpretar cuáles son las necesidades, deseos, pautas de actuación y niveles de compromiso de los jóvenes con la política.
 
De la imagen de la juventud contestataria y comprometida que ha seguido funcionando durante todos estos años como una especie de paraíso perdido, hemos pasado en esta década del siglo XXI a la del joven exclusivamente preocupado por sus necesidades e intereses individuales, indiferente por lo que acontece en la esfera de los asuntos colectivos, y cuya integración social se produce básicamente a través del ocio y el consumo. Unos jóvenes ausentes la mayor parte del tiempo del espacio público, y que sólo de vez en cuando irrumpen en él de manera caótica, imprevisible y efímera. Aunque a veces también se añaden aspectos positivos – como la inclinación a participar en cuestiones relacionadas con la solidaridad, la beneficencia y ayuda a los desfavorecidos, las causas medioambientales – es evidente que en los últimos tiempos predomina una visión negativa de la juventud en la política. Sea cual sea la argumentación predominante  se resalta su alejamiento de las posiciones centrales. En el mejor de los casos, se los concibe como sujetos dependientes, con posibilidades de tomar algunas decisiones, con capacidad de consumir pero no de producir, con potencialidades para el futuro pero no para el presente.
 
Es decir, se trata de dilucidar sí nos encontramos ante sectores cada vez más numerosos de jóvenes que se posicionan ante la vida política como meros espectadores donde la apatía y alienación política es parte de su crisis de legitimidad. No obstante, frente a la tesis de la despolitización de la juventud, aducen que las evidencias empíricas o las encuestas no son determinantes al respecto y que hay datos que apuntan en la dirección opuesta.
 

 

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