Por Eliécer Cárdenas
Tal sistema de puntajes con altibajos inmensos, guarda parecido con ciertos puntajes folclóricos de reinas de belleza en parroquias e inclusive de los monigotes de los Años Viejos, en los que, para beneficiar a un concursante o a un monigote participante, se calificaba uno sobre diez al que no era del agrado del jurado, y nueve sobre diez al de su gusto, con el resultado esperable de que ese desnivel en las puntuaciones ocasionaba la derrota o el triunfo indefectibles
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Nada usual fue la ceremonia de posesión de los nuevos jueces y juezas de la Corte Nacional de Justicia, en el histórico Teatro Sucre de la Capital de la República y con la presencia del Jefe de Estado y varios de sus ministros. La lectura del espectáculo fue ambivalente. Para el sector oficial simplemente fue la ratificación y culminación de un proceso en el que se empeñó el Presidente de la República, esto es la reorganización y moralización de la Función Judicial para lo cual incluyó en las preguntas del Plebiscito y Consulta de mayo del año pasado la posibilidad de que el Ejecutivo nombre, junto con los otros poderes, a un Consejo Transitorio de la Judicatura que se encargaría, en el plazo de dieciocho meses, de diseñar una nueva arquitectura para esa función.
En cambio, la escena en el Teatro Sucre fue para los sectores de la oposición nada menos que la escenografía del sometimiento definitivo de la Función Judicial al Gobierno, a través de la nueva integración de la Corte Nacional de Justicia, a la que presumen dócil instrumento de la voluntad gubernamental.
El proceso de selección de los nuevos magistrados de la más alta instancia judicial no estuvo exento de contradicciones y reclamos. Así, se objetó al puesto final de varias juezas y un juez debido a los puntos de las audiencias con los candidatos y candidatas a esas funciones, luego de las pruebas en sí que determinaron mediante puntajes la aptitud e idoneidad –inclusive psicológica- de las y los aspirantes a jueces nacionales.
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La audiencia en cambio, consistía en la comparecencia de los aspirantes a un tribunal que, según su buen criterio, calificaba sobre diez puntos a los aspirantes, dándose la curiosa situación de que, mientras alguno de los mejor puntuados mereció un mísero uno y medio sobre diez por aquella entrevista, otra recibía un ocho sobre diez, que la catapulpaba ipso facto a las cumbres de la Corte Nacional de Justicia.
Tal sistema de puntajes con altibajos inmensos, guarda parecido con ciertos puntajes folclóricos de reinas de belleza en parroquias e inclusive de los monigotes de los Años Viejos, en los que, para beneficiar a un concursante o a un monigote participante, se calificaba uno sobre diez al que no era del agrado del jurado, y nueve sobre diez al de su gusto, con el resultado esperable de que ese desnivel en las puntuaciones ocasionaba la derrota indefectible y el triunfo también indefectible del concursante, gracias a sistema tan discrecional y drástico de calificación, no sujeto a ningún parámetro mensurable. ¿Acaso este tipo de folclórica viveza criolla se coló en las estrategias calificadoras para la flamante Corte Nacional de Justicia? El misterio subsiste al respecto, aunque más allá de lo anecdótico de estos reclamos será en los hechos, o más bien en las sentencias, que se podrá comprobar cuan independientes son los nuevos jueces y juezas de los otros poderes del Estado, particularmente del Ejecutivo al que se le acusa de una presunta metida de mano en el ámbito judicial no para reformarlo sino para manipularlo.
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