Por Yolanda Reinoso
Todo lo que uno pueda imaginar que se desplegaría en un museo así, se queda corto frente a la cantidad y variedad de objetos exhibidos. Cada sala tiene el nombre de un personaje que alude a lo sexual: Casanova, el marqués de Sade, Catalina II La Grande, Oscar Wilde…
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No extraña que el primer museo del sexo –Venustempel en neerlandés- se haya abierto en Ámsterdam, pues la ciudad es conocida por una apertura a temas que aún son un tabú en otros lados.
Sus dueños lo inauguraron hace 27 años con una muestra poco extensa de objetos eróticos del siglo XIX, entre los que destaca un libro con cinco ilustraciones que, en la cultura china, solía ser regalo tradicional para las parejas que acababan de casarse. La delicadeza con que se ha esbozado la figura humana contrasta con la forma en que se perfilaban este tipo de imágenes en Europa, donde los artistas expresaron el amor sensual mediante representaciones menos sugerentes. Valga como ejemplo un azulejo de Delft con la silueta de un hombre en plena erección, y hay que anotar que los azulejos son comunes en las casas holandesas viejas.
Como la acogida del público fue estupenda, los propietarios de la muestra se dedicaron a adquirir otras colecciones, y ampliaron su patrimonio bajo la premisa de que “la cosa más natural del mundo tal vez sea también la más histórica”, puesto que la raza humana no podría existir sin el acto sexual, y lo que cambia es la forma en que la sociedad aborda el erotismo.
Todo lo que uno pueda imaginar que se desplegaría en un museo así, se queda corto frente a la cantidad y variedad de objetos exhibidos. Cada sala tiene el nombre de un personaje que alude a lo sexual: Casanova, el marqués de Sade, Catalina II La Grande, Oscar Wilde, etc.
La cronología va desde la exhibición de figuras arqueológicas de las épocas griega y romana, hasta instalaciones de artistas contemporáneos.
De observar los objetos de las excavaciones, recordé el Museo Oro de Perú, y también una exposición que hizo hace algunos años en Cuenca el entonces llamado “Banco Central”, pues en las figuras de la cultura Inca y de las pre-incásicas, se repite el elemento del culto a la fertilidad y las esculturas fálicas.
Resalta la colección de fotografías eróticas como prueba tangible de que el consumo de la pornografía halló lugar tan pronto como fue posible tomar fotos. En la misma línea, se ve la evolución en la muestra de ediciones de revistas conocidas internacionalmente.
De entre las obras pictóricas cargadas de elementos sinceramente sexuales o a veces sugestivos, me pareció de singular interés una reproducción de una escena sensual tomada de una pintura rupestre, pues el análisis de su contenido suele concentrarse en la caza y la relación del ser cavernario con la naturaleza.
Los objetos representativos de ciertas épocas históricas también resultan de gran interés; tal es el caso de los cinturones de castidad, en contraste con la mercadería para juegos amorosos tomada de las tiendas conocidas como “sex shop”.
De entre las instalaciones de artistas más modernos, el museo le dedicó un puesto especial a una figura de Marilyn Monroe, inspirada por un artista belga en el desnudo que Playboy hizo de ella al lanzar un calendario que en la época causó gran polémica y exacerbó la oposición de los grupos más conservadores de Estados Unidos.
Los textiles no se quedaron fuera de consideración, pues unas cuantas muestras de ropa que se usaba ya en el siglo XVII, pone en evidencia la intención del modista de destacar la sensualidad a través de la vestimenta y, aunque parezca contradictorio, a menudo lo hizo mediante la confección de prendas que no revelaban sino más bien, insinuaban formas.
De un museo que organiza tan bien la expresión del amor erótico, no se puede salir sin el convencimiento de que más allá de su existencia tan natural, existe un componente de concepción cultural del mismo, así como pasa con la belleza, la idea de legalidad, la religión, sólo para poner unos pocos ejemplos.
Bien dice Erich Fromm en “El Arte de Amar” que “el deseo sexual puede ser estimulado por la angustia de la soledad, el deseo de conquistar o ser conquistado, por la vanidad, por el deseo de herir y aun de destruir, tanto como por el amor”.