Por Julio Carpio Vintimilla

 

La unidad política trae la unidad lingüística.. ¿Es verdad? Bueno, sí; pero sólo hasta un cierto punto. En la misma España -- de donde vino -- la regla funcionó nada más que parcialmente. La primera unidad no trajo, en forma plena, la segunda.  De hecho, la variedad lingüística peninsular sigue siendo hasta hoy relativamente mayor que la hispanoamericana: Castellano, catalán, gallego, vasco… 


 

Un idioma es un dialecto que dispuso de un ejército. (¿Quién lo dijo? No lo recordamos y talvez nunca lo supimos.) La misma afirmación con otras palabras: La fuerza impone los idiomas. Corolario: Los dialectos débiles -- sin fuerza militar -- tendrán una reducida expansión o hasta desaparecerán. ¿Realismo crudo? ¿Un mucho de cinismo? (Nos parece así porque tendemos a creer que un idioma es sobre todo un hecho intelectual; del comprender, del saber, del comunicar; y que, por lo tanto, está más ligado a la razón que a la fuerza.) ¿O se tratará de un reduccionismo simple? (Quizás… Porque un idioma se impone por la producción total de la gente que lo habla: pensamiento, literatura, ciencia, técnica, artes, etc.; es decir, por la cultura, en el sentido antropológico.) Bien, de cosas como estas hablaremos hoy. Para salir, al menos un poco, de la política estrecha…
 
Lo de las milicias nos conduce a ciertos hechos relacionados con el tema. Se nos ocurre, en primer lugar, el ejemplo del idioma inglés. Veamos. Es verdad que los soldados ingleses y norteamericanos llevaron, por así decirlo, en sus mochilas, el idioma de sus países. Pero también llevaban, del mismo modo, los inventos, las herramientas y las mercancías de sus fábricas. El idioma de los imperios anglosajones es también el idioma de la Revolución Industrial, del mercado mundial del siglo XIX, de la globalización del siglo XX… Y, por otras vías paralelas, viajaban la ciencia de Darwin, la literatura de Hemingway, las películas de Hollywood…Y el inglés se expandió tanto porque lo favoreció un excepcional hecho histórico: dos hegemonías muy similares, poderosas y sucesivas. (La inglesa del siglo XIX y la estadounidense del siglo XX.) En síntesis, bien podríamos decir que, con el inglés, la humanidad tuvo, por vez primera, un idioma cuasi común; un segundo idioma, o una lengua franca, que, de algún modo, le permitió superar la maldición de la Torre de Babel. Y eso es ciertamente algo muy grande. Y lo dicho sobre el inglés bien puede aplicarse -- de una u otra manera y en mayor o menor medida -- a todas las grandes lenguas del mundo. 
 
¿Y cómo se aplica todo eso al idioma español?  Para seguir la cuestión, tomemos en este punto un atajo. Y recordemos otra vieja afirmación pertinente: La unidad política trae la unidad lingüística. (Que nosotros aprendimos del gramático salmantino Luis Fradejas Sánchez, discípulo de Don Miguel de Unamuno.) Y examinémosla. ¿Es verdadera? Bueno, sí; pero sólo en cierta medida, hasta un cierto punto. En la misma España -- de donde vino -- la regla funcionó nada más que parcialmente. La primera unidad no trajo, en forma plena, la segunda.  De hecho, la variedad lingüística peninsular sigue siendo hasta hoy relativamente mayor que la hispanoamericana. (Castellano, catalán, gallego, vasco; los dialectos.) Y ahora sí volvamos a los ejércitos. Si consideramos que Los Conquistadores formaron uno, bien se puede inferir que fueron ellos quienes iniciaron la gran difusión del español; ellos fueron los que le volvieron imperial al reducido idioma de Castilla. En este sentido, pues, el desarrollo y la plenitud del español son sobre todo procesos americanos. Y entonces, en realidad, ¿qué pasó? Algo sorprendente: Los ejércitos pudieron mucho en América Latina (sin una verdadera unidad política) y más bien poco en la Península (con bastante unidad). ¡Qué tal! En fin, algo está aquí más o menos reiterado y, quizás, suficientemente probado: La fuerza de los ejércitos y la capacidad uniformadora de la política son, en los asuntos idiomáticos, factores importantes; pero de limitada y variable potencia. 
 
Ahora, a otra cosa. Ñ es el nombre de la revista cultural del diario CLARIN, de Buenos Aires. (Suele tener un contenido interesante y actualizado. Y quizá sea, en su género, la mejor publicación del mundo de habla hispana.) El número 414 de Ñ se dedicó principalmente a un debate internacional bautizado como DE  QUIÉN ES EL CASTELLANO. Hubo una varia y diversa cantidad de expositores. Distintas calidades… Conclusiones, en lo esencial, un poco obvias. (El idioma español pertenece a todos los que lo conocen: nativos y aprendedores. El idioma español está constituido por una serie de variantes: regionales y nacionales. El idioma español tiene un núcleo, general y culto, que le da su unidad.) Hasta aquí, nada particularmente debatible o polémico. Pero, en cambio, en las implicaciones, o explicaciones, económicas de la cuestión -- en este caso, bastante postizas -- llegamos a tocar estas sensibles condiciones. Y, por supuesto, entramos en unos terrenos mojados y sumamente resbalosos.
 
Y, aquí, nos hemos encontrado sorpresivamente con las teorías de la maquinación y de la codicia. (Un marxismo difuso, popular y mal aplicado.) Hay quienes afirman, en el debate, que se está usando el español como un instrumento de dominación cultural y de mercado. (…hay quien se arroga el derecho de que alguna de sus variedades se imponga sobre las demás… Como suele suceder… la cuestión se resuelve a la fuerza, lo que es decir con una cierta voluntad política y dinero. / Jorge Fonderbrider, en una especie de prólogo-relatoría del debate.) Más aún, por aquí y por allá: La “marca España” sería una estratagema -- obviamente algo ilícita -- de un nuevo expansionismo peninsular. (La reconquista económica de América Latina. ¿Será posible semejante cosa?) En palabras nuestras directas: Se insinúa que detrás del Instituto Cervantes estarían los negocios de la Teléfonica, los hoteles Meliá y el Banco de Santander… Y, claro, además, tampoco faltan los académicos fervorosos, y hasta ingenuos, que en cierta manera les ayudan a los livianos suspicaces y a los malpensados crónicos. (Por ejemplo, José Luis García Delgado, del mismo Instituto Cervantes.) Según él, los 450 millones de hispanohablantes constituirían una especie de “multinacional económica”. (¿Qué?) Y hablar el español facilitaría los negocios… (¿Cómo?)  / Vaya, vaya… Ya hemos llegado a los actuales, todopoderosos e imprescindibles mercados. Y, simultáneamente, ¿no habremos llegado también muy cerca de la divagación y del disparate?  Nos tememos, por desgracia, que sí… 
 
El idioma español pertenece a todos los que lo conocen: nativos y aprendedores. El idioma español está constituido por una serie de variantes: regionales y nacionales. El idioma español tiene un núcleo, general y culto, que le da su unidad.
¿Y por qué se llega a semejantes interpretaciones? Bueno, en el mundo actual, hay una fuerte tendencia a creer que siempre -- detrás de todo proceso -- hay intereses crematísticos. Y, a propósito, nos acordamos de Bertrand Russell. Cuando él enseñaba en los Estados Unidos, notó que muchos estudiantes le daban una exagerada importancia explicativa a los factores económicos. El marxismo ingenuo de los estadounidenses -- diagnosticó. ¿Se podrá ir, al respecto, más adelante?  A ver. ¿Qué les parece la pagana adoración del Becerro de Oro?  Viene bien. Pues, entonces, ¿la sobreestima de la riqueza no será una antigua y consustancial tendencia humana? Y por eso -- para condenarla con fuerza -- Jesús, “el primer socialista”, debió decir algo muy exagerado e injusto: Si un camello logra pasar por el ojo de una aguja, un rico se salvará… / En fin, variaciones y desvaríos de lo económico… Mucho para discutir. Y, a pesar de los pesares, queda indemne la sesgada y terca percepción popular del dinero. Se seguirá diciendo, por lo tanto, a veces sin ton ni son: El dinero todo lo puede o todo lo quiere… El dinero corrompe… El vil dinero… Ese dinero que hoy día, supuestamente, hasta se ha atrevido a meterse con nuestro bueno e ilustre idioma español.

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