Por Julio Carpio Vintimilla

 

En palabras gráficas, cuadran el círculo. ¿Quiere un buen ejemplo? Ahí va. ¿Qué le parece aquel estrafalario apropiamiento, que ellos hacen, de la Revolución Liberal del Ecuador? (Lo cual explica -- junto con el lejano y  probable parentesco de Correa con Alfaro -- ese capítulo de cuasi realismo mágico que fue la Constituyente de Montecristi.)


 

 

No te perdiste nada… -- le dijo uno de los asistentes a otro en un encuentro de Historia, realizado en Cuenca, Ecuador, hace bastantes años. / Y continuó: La exposición de esta mañana fue sobre una pavadita de la administración colonial española en la Presidencia de Quito. Básicamente, sobre ciertos documentos antiguos que ha descubierto uno de esos historiadores tradicionales… (Aclaración nuestra: La ponencia aludida era un trabajo de considerables méritos. Y el historiador “tradicional” era un estudioso muy bien formado en los buenos, casi excepcionales, tiempos de Gabriel Cevallos García. Quizá los mejores tiempos de la Historia académica ecuatoriana del siglo XX…) ¿A qué se debía, entonces, la despectiva descripción? Bueno, los “modernos” historiadores dialogantes -- aficionados, en realidad; el uno era un abogado, y el otro, un arquitecto -- eran marxistas. Y el marxismo da -- y daba sobre todo en aquellos tiempos -- a sus creyentes, una poderosa sensación de infalibilidad intelectual. La fuerza de la fe… Claro, aquellos historiadores revolucionarios estaban viajando en el tren tirado por la lucha de clases; que, como bien se sabe, es el motor de la historia… En cambio, el historiador “tradicional” era sólo un pobre peón, que hacía su rutinaria y humilde labor en los campos adyacentes a las rieles. Y, muy ocupado en ella, ni siquiera se había dado cuenta del paso del glorioso convoy… Y, ahora, vamos a lo que vamos.
 

 

Alfaro tuvo ciertamente muchos méritos. Pero tuvo también sus grandes defectos. (Lo último no quita que bien pueda ser la figura mayor de nuestro Período Republicano.) Fue, por ejemplo, por una parte, un caudillo tradicional; y, por otra, un jacobino indudable. Y sufrió de una particular especie de manía subversiva; la que, a la larga, le condujo, lamentable y explicablemente, a su muy trágico final. 

Nuestros revolucionarios simplifican la Historia.  (Para entendernos bien, distingamos la historia, los hechos que han sucedido; de la Historia, el estudio de ellos, mejor dicho la historiografía.) En la historia, -- ellos lo saben con una inconmovible certeza -- sólo ocurren dos procesos. (1) El despojo de los ricos a los pobres; la explotación; que se concreta, económicamente, en la acumulación del capital. Y (2) la permanente lucha de clases; que equivale, en el fondo, a la dinámica y el perfeccionamiento sociales. / ¿Qué más quiere saber usted? Entonces, si va a estudiar la historia, estudie usted las condiciones del trabajo y las luchas sociales en un determinado país. Ya está. Listo. (Y la receta sirve para todo. Sirve para la Sociología, la Economía, el Derecho, la Antropología, la religión, la educación… Una verdadera fórmula mágica académica. Por esto, en las ciencias sociales ecuatorianas, todos terminaron estudiando lo mismo: la doctrina marxista popularizada.)

 
Conclusión de lo anterior: la Historia es fácil. ¿No oyó usted aquello de que los curuchupas -- conservadores -- viejos se vuelven historiadores?  De la misma manera, los académicos marxistas viejos, o medio ineptos, se vuelven también historiadores. (Los extremos otra vez se tocaron.) Y, por este camino corto, llegamos a la exageración patente y grotesca. Ejemplos. La huelga guayaquileña, de Noviembre de 1922, es uno de los más grandes hechos de la historia nacional… (Más importante que la aparición de la cerámica en Valdivia; más importante que la fundación incásica de Tomebamba; más importante que los triunfos militares de Sucre.) Y muy importante también es la Revolución Juliana; que no fue hecha por sayones o gorilas, sino por ángeles vengadores de los huelguistas mártires. Y la expedición del Código del Trabajo; aunque haya sido hecha por el dictador Alberto Enríquez Gallo. Y La Gloriosa; aunque Velasco haya terminado “traicionando” al pueblo ecuatoriano. Y el Roldosismo; más grande, en verdad, cuanto más insignificante le parece a la burguesía… ¡Caray, caray! ¿Y por qué ocurre esto? Bueno, pues, porque los militantes marxistas nunca entendieron que la historia es un océano muy grande. Que no es sólo el conjunto de los ocasionales aguajes. Que ni siquiera es sólo una corriente marítima completa. En otras palabras, porque estos señores elevaron un simple par de detalles preferidos a la categoría de absolutos máximos.
 
Nuestros revolucionarios deforman la Historia. En palabras gráficas, cuadran el círculo. ¿Quiere un buen ejemplo? Ahí va. ¿Qué le parece aquel estrafalario apropiamiento, que ellos hacen, de la Revolución Liberal del Ecuador? (Lo cual explica -- junto con el lejano y  probable parentesco de Correa con Alfaro -- ese capítulo de cuasi realismo mágico que fue la Constituyente de Montecristi.) Y se está idealizando, y mitificando, al Viejo Luchador. En sus peores facetas… Alfaro tuvo ciertamente muchos méritos. Pero tuvo también sus grandes defectos. (Lo último no quita que bien pueda ser la figura mayor de nuestro Período Republicano.) Fue, por ejemplo, por una parte, un caudillo tradicional; y, por otra, un jacobino indudable. Y sufrió de una particular especie de manía subversiva; la que, a la larga, le condujo, lamentable y explicablemente, a su muy trágico final. De hecho, Alfaro impedía, con bastante frecuencia, el buen gobierno del propio Partido Liberal. Partido ya antiguo e ilustre que -- digámoslo de paso --fue el mentor y  realizador colectivo de las transformaciones que suelen atribuirse a él personal y más o menos exclusivamente.
 
Y, ahora, leemos EL TELÉGRAFO. Para algunos de sus articulistas, los oficiales de Alfaro adquieren condiciones de grandiosidad. Las Montoneras son la expresión, en un grado superior, de la rebeldía, el arrojo y el heroísmo populares. Hasta las pobres y sobreexigidas chapulas -- las mujeres que acompañaban en las campañas a los soldados liberales -- se convierten en abnegadas y románticas adelitas. Los conservadores son nada más que una manga de oligarcas asesinos. (Maniqueísmo puro y de marca mayor.) Se llega a hablar aun de la necesidad de hacer una pertinente y demorada justicia… (No es una broma: En el centenario de la Hoguera Bárbara, se abriría el juzgamiento legal de los asesinos de Alfaro.) Bueno, si todo esto lo hiciera un liberal ingenuo, apologético y desiderativo, quizás podría tener un parcial perdón… Pero lo hacen nada menos que los socialistas y los comunistas. (Para quienes, la libertad -- como supremo valor de la vida civil -- es solamente un artero y cínico engaño…) Así son las cosas. En fin, para que insistir en el despropósito. Dejémoslo allí. 
 
¿Y oyó usted aquel lugar común de que los vencedores escriben la Historia? ¿Y aquello otro de la Historia oficial? Los académicos norteamericanos han escrito mucha y buena Historia sobre Los Incas y nuestra Independencia. ¿Son, en estos casos, los norteamericanos los vencedores? ¿De quién? Más aún: Una historiadora rusa -- de los tiempos soviéticos -- escribió una vez una Historia de las Islas Galápagos. ¿Esta académica era una vencedora?  Otra vez: ¿De quién? ¿Hará falta decir, en consecuencia y de nuevo, que son tan sólo los historiadores -- de cualquier clase o nacionalidad --  los que escriben la Historia? ¿Qué no hay unos historiadores privilegiados y exclusivos? No. Ya lo sabe usted… Y dejemos lo de la Historia oficial para otro día. (Dados ciertos hechos y tendencias, el tema bien podría merecer más adelante un artículo completo.)
 
Concluyamos. La buena Historia debe ser simplemente honrada, racional y diversa. No verdadera; como pretenden los ingenuos y los propagandistas. (La verdad no se casa con nadie. Viejo dicho español…) Y debe servir a la sociedad, a la nación. No a un partido. No a una ideología. No a un gobierno. No a un proyecto de estado. ¿Estas últimas aseveraciones le suenan conocidas?  Sí, señor. Lo son. Algo de esto dijimos, hace no mucho, para el buen periodismo. Y el paralelo es desde luego muy explicable. Tiene que ver con el pluralismo y los respetos, estimado señor.  
 

Suscríbase

Suscríbase y reciba nuestras ediciones impresas en su oficina o domicilio llamando al 0984559424

Publicidad

Promocione su empresa en nuestras ediciones impresas llamando al 0999296233