Por Yolanda Reinoso

                                    Los arcanos de la tumba, construida por la comunidad agrícola que habría habitado la zona, no residen tanto en cómo se efectuó el arduo trabajo de colocar la base con 97 piedras de gran tamaño, sino en los conceptos astronómicos manejados con antelación a la construcción a fin de darle al sitio un uso ritual, pues habría hecho falta una precisión inapelable para lograr el efecto de iluminación que estaba por presenciar.

Rodeado de campos cuyo verdor se debe a la generosa pluviosidad propia de Irlanda, se divisa el túmulo de Newgrange, parte del complejo arqueológico de Brú na Bóinne (“valle del Boyne” en gaélico).
 

Pensé que después de Egipto, no vería nada más antiguo que la Gran Pirámide, pero me había equivocado. Aparte, me parecía imposible que una construcción erigida hace más de 5.000 años, estuviese aún en tan buenas condiciones como las que observamos en las fotografías del centro de información. Tratándose de un montículo, tiene que ser que el paso del tiempo no ha deteriorado las cámaras funerarias precisamente por estar protegidas bajo aquel, cual techo impermeable.
 

Los arcanos de la tumba, construida por la comunidad agrícola que habría habitado la zona, no residen tanto en cómo se efectuó el arduo trabajo de colocar la base con 97 piedras de gran tamaño, sino en los conceptos astronómicos manejados con antelación a la construcción a fin de darle al sitio un uso ritual, pues habría hecho falta una precisión inapelable para lograr el efecto de iluminación que estaba por presenciar.
 

El ingreso por la estrecha puerta da la sensación de adentrarse en una cueva, el trayecto por el apretado callejón parece no tener fin, pero converge en un gran círculo donde 12 columnas de piedra, infunden la imagen de 12 presencias altas que resguardan el montículo de grandes rocas en la cámara funeraria. La disposición de las columnas trae a la mente una relación con el templo de Karnak, puesto que la idea en esencia es la misma: parece que uno estuviera moviéndose a través de un sendero rodeado de troncos de árboles que siguen uno a otro en hilera.
 

La cámara funeraria está compuesta por tres grandes rocas, una al centro, otra a la derecha y la última a la izquierda; esa disposición, unida al callejón de entrada, forma una cruz que hay que visualizar mentalmente, ya que la vista panorámica es imposible.
La decoración de las piedras es mínima. Más del 95% de su superficie se ha dejado lisa. El nimio trabajo de tallado es del mismo arte que se observa a la entrada: una espiral que se repliega en sí misma, difícil decir si desde afuera hacia el centro o viceversa. Creo que esa sobriedad  es porque para la comunidad que erigió el túmulo, tendría más peso el simbolismo del edificio que la apariencia que, tratándose de lugares similares, suele tender a elaborarse en exceso.

 

Esta construcción interna se sirve de luminaria artificial, pues caso contrario, la oscuridad más absoluta reina, excepto durante 17 minutos al año: durante el solsticio de invierno, entre el 19 y el 23 de diciembre, la luz solar penetra por la entrada, iluminando el callejón, ascendiendo gradualmente con el movimiento de la Tierra, hasta destellar en  la cámara que, en el cúlmen del solsticio, pasa a ser un cuarto que deslumbra de manera dramática.
 

Los estudios indican que se habrían puesto delimitaciones, alrededor de las cuales las piedras irían disponiéndose una encima de otra.
 

Los que visitamos el sitio en cualquier otro tiempo que no sean esos 17 minutos privilegiados, sólo vemos una imitación del acontecimiento con luz artificial, que aun así resulta un espectáculo sin igual. El que ocurre naturalmente, debe ser sobrecogedor.
 

En la oficina de información los visitantes que quieren ese privilegio, se anotan para la lotería que se efectúa anualmente a fin de permitir a un grupo limitado ingresar a Newgrange a ver el solsticio desde adentro.
 

Aparte de ese aspecto tan particular, he pensado mucho en el simbolismo de las formas en espiral sobre las piedras, pues alguna vez leí que el significado más común radica en ser la expresión del ciclo vital que se repite. La lectura de las inscripciones del arte megalítico puede variar, pero a mí me gusta pensar que ese ciclo constante es el que pasamos en la vida diaria: salimos, llegamos, dormimos, despertamos, como estando en constante renovación, tal cual uno se siente al salir de Newgrange.

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