A la muerte de cerca de medio centenar de personas por consumir licores adulterados con metanol, más de una decena de víctimas que quedaron ciegas para su vida y centenares afectadas en hígado, riñones y órganos vitales, en varias provincias del país, se suman hechos que en el Azuay son motivo de preocupación

La violencia, la delincuencia y el daño ganan terreno cada vez en medios en los que predominaba la tranquilidad y creaba condiciones favorables para el buen vivir. Lo alarmante es que hechos repudiables y anómalos se los asimila como triviales episodios de la vida cotidiana.
En la parroquia Nabón más de 40 campesinos que asistían a un velatorio e ingirieron alimentos, acabaron en

situaciones emergentes por envenenamiento.¿Una acción intencional de índole criminal o un error en el uso de los ingredientes alimenticios, confundidos con alguna sustancia letal?
 

En una pollería de Cuenca, decenas de personas resultaron con dolencias estomacales luego de consumir alimentos al parecer contaminados o en condiciones higiénicas deficientes. Lo que fuese, no libera a las autoridades sanitarias de la responsabilidad o irresponsabilidad en el control de la forma cómo se labora en ese tipo de establecimientos.
 

No han faltado los hechos trágicos espeluznantes: José Ortiz Quiroz, un guardia de seguridad privado, al servicio de la Alcaldía de Cuenca, irrumpió con revólver en mano para asesinar a una joven empleada en un establecimiento comercial, al parecer por motivos pasionales. El individuo se disparó luego en la cabeza, pero el proyectil no le causó la muerte y fue llevado a tratamiento médico. Esto fue el 22 de agosto.
 

Por fin, el 27 de agosto, dos adolescentes dieron muerte cruel, con piedras y garrotes, a una pareja de jóvenes que descansaban a la orilla del río Machángara. El móvil, conforme han declarado los actores del crimen, era el robo de un aparato celular. Tan poco han llegado a valer las vidas humanas en una sociedad de conducta adulterada por situaciones deficitarias de la educación familiar –si no la desintegración-, la educación pública, la pérdida de fe y confianza en los actores religiosos, la profusión de programas televisivos a través de los cuales el crimen y la muerte son apenas capítulos novelescos de la vida cotidiana.
 

Hechos como los reseñados ligeramente deberían ser causa de alerta de las máximas autoridades públicas y de instituciones con responsabilidad en la vida de la sociedad, así como de padres de familia y de educadores de la juventud.

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