Asumamos en forma plena nuestras responsabilidades profesionales y éticas. La regla de oro: El mejor periodismo debe tener un compromiso con la comunidad, con la sociedad, con el país. No con unos intereses personales. No con unos intereses corporativos. No con una religión, una ideología o un partido. |
Hay hechos que nunca suceden en un país normal. Uno de estos bien podría ser el llamado “conflicto” entre el Presidente Correa y la prensa privada del Ecuador. Pero, bueno, ya sabemos que las condiciones actuales de nuestro país distan mucho de la normalidad. Estamos viviendo una terrible crisis social ( política, institucional, cívica, educativa, ética…) Quizás todo consista, en realidad, en un demorado y lamentable final de época. (El remate de nuestro mediocre y deficitario siglo XX.) Y, a este proceso, ciertos sectores ideologizados y desiderativos le han llamado la Revolución Ciudadana; es decir, literalmente, la grandísima transformación que están realizando los ciudadanos. (¿Grandísima…? ¿Los ciudadanos…? / ¿Denominación completamente inadecuada…?) Nosotros, en cambio, -- desde un punto de vista muy distinto y algo más alejado -- sólo vemos un reiterativo episodio de populismo y caudillismo. (¿El sexto y séptimo Velasquismo?) Es decir, en la práctica, lo mismo de siempre. (Con un ominoso agregado nada más: el tardío dogmatismo fascistizante o comunistoide; el rabo que les ha crecido y les ha vuelto más feos a los dos viejos y conocidos fantasmones.)
Señalemos -- para entrar en el tema -- un dato básico. En cualquier país, muy poca gente lee los periódicos. (Un cinco por ciento aproximadamente.) Y de ese magro porcentaje, menos de la mitad -- apenas un dos por ciento -- lee las páginas de opinión. Ahora, supongamos que EL UNIVERSO tire unos cien mil ejemplares por día. (No hay cifras disponibles de la circulación de las publicaciones periódicas nacionales.) En consecuencia, sólo unas 80.000 personas -- cuatro de cada diez lectores del diario; dos lectores por cada ejemplar -- debieron leer el artículo NO A LAS MENTIRAS de Emilio Palacio. (Nótelo bien: Ochenta mil de los trece millones de ecuatorianos.) ¿Por qué entonces el Presidente Correa le atribuye tanta importancia e influencia a dicho escrito? De hecho, -- si él no hubiera producido semejante alharaca y no hubiera procedido judicialmente -- aquella volandera columna ya estaría hoy casi olvidada. Pero, -- más allá de las dichas apariencias intrascendentes -- la última pregunta sí tiene una buena respuesta: Esas ochenta mil personas pertenecen, en su mayoría, a la clase dirigente del centro y de la derecha del Ecuador. En otras palabras, -- las del Presidente -- ese grupo es una parte del considerable conjunto de los “pelucones”; la “mala gente” que hay que doblegar, aplastar o mandar a Miami… (La vieja burguesía de los marxistas. Para nosotros, los “pelucones” son nada más que una empeñosa clase media alta, con alguna educación y ciertas posibilidades económicas; la misma clase de la procede Correa…) Y, por otro lado, tenemos el dogma “cultural” del poder fáctico de la opinión de los medios privados. (La prensa independiente debe ser sometida para obtener el poder social completo. Debe quedar solamente la prensa oficial.) Esta es la situación, en lo básico. Para la prensa independiente, la muy inusitada y muy complicada situación. (La azarosa, postiza y arbitraria alternativa entre la voz única y la pluralidad de voces.) Para el desafortunado país, -- para la pobre patria de la retórica velasquista -- la inminente amenaza del totalitarismo. Sin duda, pues, palabras mayores e inquietantes.
¿Qué hacer ante tal panorama y ante tan alarmante perspectiva? Primero, -- como en cualquier situación peligrosa -- mantener la serenidad. No asustarse. No tener miedo. Y no creer todo lo que oímos. A propósito, no estamos, en realidad, librando la última batalla social. Más exacto sería decir que vivimos un muy confuso entrevero social… En eso, precisamente, consiste la crisis. (Y el régimen no las tiene todas consigo. En lo interno, el oficialismo enfrenta muchas dificultades; quizás demasiadas… En lo externo, la imagen de Correa es muy negativa; y el rechazo internacional a su arremetida contra la prensa es amplísimo… Y las dos circunstancias se están influyendo mutuamente.) Segundo, no autocensurarse. Sí ser cautelosos, medidos, responsables. Autocensurarse -- por la tosca y abusiva intimidación -- sería una especie de suicidio. Tercero, proceder con inteligencia. No responder a una violencia verbal con otra violencia verbal. (Este fue, en definitiva, el error de Palacio; creer un poco, o un bastante, en el agresivo y tradicional periodismo montalvino…) Sí debatir, sí discutir, si exponer, sí ilustrar. Nunca como hoy, debemos tener en cuenta que lo cortés no quita lo valiente. Y que muchas cosas francas y severas se pueden decir con buen tono; y hasta con una sonrisa… Cuarto, oponer lo positivo a lo negativo. Ver la crisis como una oportunidad. (Mal tiempo para el periodismo, buen tiempo para el periodismo…/ Según el colega Manuel Gómez Lecaro, de EL UNIVERSO.) Dicho de otro modo, autocriticarnos y luego ir mejorando. Así, resistiremos mejor el acoso; capearemos mejor el temporal…
Y vayamos ahora a ciertos puntos concretos de la autocrítica. (Limitándonos, por de pronto, al actualmente muy controvertido y crucial campo de la opinión.)
Comencemos con un detalle pequeño y formal. Eliminemos el parroquialismo y la chabacanería; esos residuos de pasados tiempos semirústicos. Queremos decir, acabemos con eso del Corcho Cordero, el Cineasta Patiño, el Poeta Ponce… Bueno, bueno, no estamos hablando en la jorga del barrio, ni en la reunión familiar de los domingos. Estamos escribiendo para un público que merece respeto en las formas y en el fondo. (El buen fondo -- la debida calidad de los contenidos -- es ciertamente el respeto profesional mayor.) Y estamos refiriéndonos a unas personas que, como todas, merecen respeto por el solo y primordial hecho de serlo. (Más allá o más acá de su ideología dictatorial, que no compartamos; o de sus procederes o equivocaciones, que francamente censuremos.) Entonces, hay que escribir Fernando Cordero, el arquitecto Cordero o el Presidente de la Asamblea. Es cierto que, por excepción, en unos cuantos casos famosos, se puede decir El Che Guevara o La Negra Sosa. Y también, con el tacto correspondiente, se podrían usar los tratamientos informales y alternativos en las secciones de humor. Pero, aun así, hay que cuidarse y respetar ciertos límites. Y el mismo Guevara señaló este punto con mucho énfasis. En una ocasión, un confianzudo periodista cubano comenzó su pregunta tratándole al argentino por su apodo. Un momento -- interrumpió éste: Para mis amigos, soy El Che; para el resto, el comandante Guevara… / Consecuencia pertinente: Las buenas maneras, la cortesía y el escalafón esencial deben observarse en todas partes; y de parte de todos.
Evitemos el personalismo. No tratemos temas personales, ni familiares, ni de amistad en los espacios de opinión. La opinión debe tratar casi siempre temas de interés colectivo. La abuela feliz y cariñosa bien puede aparecer -- con una notita simpática y hasta con una bonita fotografía -- en el espacio de la vida social. Para despedir a los familiares queridos, existe, en el mismo espacio, una sección denominada obituario; o, con el eufemismo estadounidense, transiciones. (Allí, se puede reseñar muy bien, adecuadamente y con cierta amplitud, la vida de aquella buena dama o aquel buen profesional que nos acaban de dejar…) Para la visita de la amiga escritora, están las notas culturales… En fin, y sobre todo, tengamos en cuenta que el personalismo es antipático. Y que produce a veces un franco rechazo. Cierto: Una vez que otra, el periodismo personalizado es interesante. (Miguel de Unamuno y Elvira Lindo, en la España de otros tiempos y de hoy; Benno Weiser Baron, en EL COMERCIO de Quito, hace un par de décadas.) Pero hasta ahí nomás…
Superemos el facilismo. Los títulos fijos se vuelven rápidamente molestos. (CODAZOS, NOTAS GUAYACAS, FREGANDO LA PITA… De pasada, el primero es un poco chocante; el último, bastante ordinario. Aunque, en verdad, tales textos suelen traer, de tanto en tanto, observaciones interesantes.) Y si a esto le agregamos un invariable, 1,2,3, 4…, peor todavía. El título fijo, sin embargo, sí ha servido para identificar y caracterizar a ciertas columnas humorísticas y de reflexión. (EL CORAZON DE LA GENTE, PÉNSANDOLO BIEN, FRESCO DE PIÑA…) Pero, en general, -- para ser efectivas -- las notas breves deben tener una calidad superior; lo cual, es obvio, sólo puede lograrse con el suficiente trabajo… (El mismo que casi siempre se escatima. Y se escatimaba en el inicial periodismo de los colegios; en el cuál la práctica de estas columnitas parece haberse originado.) A propósito, ¿se acuerdan ustedes de las GREGUERÍAS de Ramón Gómez de la Serna. Bueno, este peninsular hizo el mejor periodismo de notas breves de la lengua española. Pero, miremos bien: Don Ramón tenía una excelente formación, mucho ingenio y una excepcional capacidad de síntesis…
Evitemos el opinionismo. Ya hemos hablado de ello. Aquí sólo un agregado: Hagamos más análisis y menos comentario y conjetura. Lo correcto: Pensar bien, documentarse, escribir mejor. Hacer uno o dos artículos mensuales. ¿Para qué más? Digámoslo con una paráfrasis de Vargas Llosa: Al proponerse un tema, un escritor decide si va a ser un profesional bueno o malo. ¿Por qué? Pues, porque decide cuanto empeño y esfuerzo va a poner en su desarrollo. Ergo: Si trabajamos poco, o si tomamos el periodismo como una actividad secundaria o terciaria, no nos hagamos ilusiones… Nos seguirán tildando de incompetentes y mediocres. (Y -- para desgracia nuestra -- con una muy buena dosis de razón.)
Último, pero muy importante. Asumamos, en forma plena, nuestras responsabilidades profesionales y éticas. La regla de oro: El mejor periodismo debe tener un compromiso con la comunidad, con la sociedad, con el país. No con unos intereses personales. No con unos intereses corporativos. No con una religión, una ideología o un partido. No con un gobierno, por muy bueno que éste sea. Es decir, debe tener un compromiso permanente y duradero. Trabajemos en este sentido. Digamos lo nuestro. Hay periodistas que hoy día se callan o disimulan porque tienen su rabo de paja. (Fueron parte de los gobiernos de la tachada “partidocracia”.) Debieran hablar, porque es su deber; aunque los oficialistas los ataquen con sus mañosos argumentos ad hominem. Debieran decir lo suyo con honradez, frontalidad y responsabilidad… (¿Nombres? Un par de los más destacados: Rodrigo Borja, Osvaldo Hurtado.) Para tener muy en cuenta: Callarse es otorgar. Y, en las ocasiones más cruciales y graves, como ésta, mentir…
En síntesis, los periodistas sabemos que nuestra profesión es peligrosa. Como varias otras… Por lo tanto, no tengamos miedo. Pero no entremos en riñas. Peor aún, si éstas son vulgares o amargas… Ojo: Tampoco mostremos la otra mejilla, para que nos den otro bofetón… La justa medida: Respondamos a la prepotencia, a la provocación, a la propaganda, a la sofistería, a la demagogia y al fanatismo con inteligencia, energía, empeño, eficacia y razones. Son, estos, recursos buenos; y suelen ser, tarde o temprano, muy eficaces… Demostremos que podemos ser un foro social libre, alto e influyente; ésta es nuestra única función democrática y realmente nuestra única fuerza.