Por Marco Tello
Las valvas entreabiertas, ligeramente curvas, tentaban al paladar. “¡Cuidado con comerse los carapachos!”, advirtió la madre a sus hijos ya crecidos. “¡Vaya, mujer!, si tus hijos son capaces de comerse los carapachos, déjales que se los coman”, intervino el padre, entre irónico y festivo, en defensa de la libertad humana |
Los muchachos tropezaron con el antiguo profesor. Como tenían la tarea de averiguar si era correcto el plural “régimenes”, escuchado en algunos noticiarios, en lugar de la forma “regímenes” aprendida en la escuela, aprovecharon para consultarle:
-Es una cuestión elemental –les respondió. Y para que los propios estudiantes dieran con la respuesta, les pidió que pronunciaran:
-Digan lentamente, marcando la sílaba acentuada: ré-gi-me-nes.
-¡Vamos!, de corrido: “régimenes”.
-¡Bueno! Ahora digan “re-gí-me-nes”, reforzando la acentuación.
-Repitámoslo –les propuso-, porque esto es válido para todos los regímenes, sean monárquicos o republicanos:
Y así lo hicieron, entusiasmados, al unísono. Quien se hubiera detenido por allí se habría apiadado de ellos al pensar que coreaban en el espacio público una consigna por la libertad de expresión. -Escuchen cómo responde la Academia a la preocupación de ustedes: “La restricción de la posición del acento en español a las tres últimas sílabas, con la única excepción de las formas verbales con pronombres enclíticos, es lo que explica que determinados sustantivos esdrújulos en singular trasladen el acento, en el plural, a la sílaba siguiente, como ocurre en régimen y espécimen, cuyos |
plurales respetivos son regímenes y especímenes (y no régimenes y espécimenes, que sobrepasarían el límite señalado)”.
-Por ello –recalcó, cerrando el libro-, si un vocablo sobrepasa dicho límite, resulta casi impronunciable. Ustedes lo han comprobado en la vida real.
-Las únicas palabras llamadas sobresdrújulas son los verbos seguidos de pronombres personales átonos, que por su brevedad refuerzan el tono imperativo, como cuando yo digo: ¡devuélvanmelo!
-¿Por qué dicen “régimenes”, sin mayor dificultad, algunos locutores?
-Porque aspiran a ser legisladores -sonrió. Y les trajo a este propósito una anécdota familiar.
-Era la hora del almuerzo -les contó-. En los platos brillaban los mejillones. Las valvas entreabiertas, ligeramente curvas, tentaban al paladar. “¡Cuidado con comerse los carapachos!”, advirtió la madre a sus hijos ya crecidos. “¡Vaya, mujer!, si tus hijos son capaces de comerse los carapachos, déjales que se los coman”, intervino el padre, entre irónico y festivo, en defensa de la libertad humana.
Los estudiantes rieron, talvez de compromiso, y luego de dar las gracias al profesor se perdieron entre el gentío. Él, que nunca había escrito un párrafo que valiera la pena, acababa de interpretar a Sábato frente a los ex alumnos. En efecto, el escritor recientemente fallecido detestaba a los profesores de gramática; pero evocaba con afecto singular a Pedro Henríquez Ureña porque de él había aprendido en la juventud que las normas gramaticales distanciadas de la vida real no sirven para nada, salvo para ser violadas. Y lo que Sábato recordaba de las normas gramaticales podía ser aplicable a los demás preceptos, empezando por los constitucionales. |