Por Marco Tello

Marco Tello El nuevo manual ortográfico es un modelo de claridad; no solamente es exhaustivo, coherente, sistemático, sino que logra sortear con una calidad argumentativa convincente la aridez atribuible a los asuntos ortográficos; la sencillez fluye a lo largo de sus 700 y más páginas con un estilo elegante y preciso

“Entre todas las cosas que por experiencia los ombres hallaron, o por revelación divina nos fueron demostradas, para polir y adornar la vida umana, ninguna otra fue tan necessaria , ni que mayores provechos nos acarreasse, que la invención de las letras”, exponía Nebrija en 1492 en su Gramática de la lengua castellana (edición de Antonio Quilis, 1980, p. 107). Más adelante explicaba que: “La causa de la invención de las letras primeramente fue para nuestra memoria, y después, para que por ellas pudiéssemos hablar con los absentes y los que están por venir”. Apuntaba también que después de la letra c ponemos h porque “…assí es propria de nuestra lengua, que ni judíos, ni moros, ni griegos, ni latinos, la conocen por suia; nos otros escrivimos la con ch, las cuales letras, como diximos en el capítulo passado, tienen otro son mui diverso del que nos otros les damos”.

Anotaba que las imprecisiones obedecen a que tomamos las letras del latín, que las tomó de los griegos y estos de los fenicios, y por tanto admitía (p. 131) el uso “de doblada l en algunas diciones, como en estas: villa, silla, porque ia aquella l doblada no vale por l, sino por otra letra de las que faltan de nuestra lengua”.
 

Esta primera gramática de nuestro idioma ya teorizaba sabiamente y proponía soluciones para vencer las dificultades que aún nos desvelan, en particular cuando enfrentamos ciertas dudas relativas a la escritura; puesto que toda la vastedad de la cultura cabe en la combinación de las 27 letras de que ahora consta nuestro alfabeto (no de las 29 que perduraron a lo largo de casi dos siglos). El reciente manual de la Academia, Ortografía de la lengua española (2010), retoma aquellos problemas y los actualiza. Casi de entrada, repite la idea de Nebrija al afirmar que la escritura: “posibilita la comunicación a distancia y permite que lo escrito se conserve y perdure…”. Fiel a este propósito, la Academia describe, expone, fija normas, formula recomendaciones respaldadas en una reflexión teórica de más de cinco siglos en pos de ajustar el sistema de escritura al sistema fonológico.
 

¿Es esto posible? Por ejemplo, ¿pueden suprimirse los dígrafos ch, ll del alfabeto, sin que estos hayan desparecido del sistema gráfico como representaciones de fonemas? ¡Vaya si puede hacérselo!

Lo prueba el hecho de que tal supresión

 

ya consta desde hace diez años en la vigesimosegunda edición del DRAE, sin que haya generado conflictos, salvo quizás al lector extranjero, quien al no hallar el registro de ll y che en el abecedario podría pronunciar cabal-lo y no caballo, cocino y no cochino, puesto que la h no corresponde a fonema alguno.
 

El nuevo manual ortográfico es un modelo de claridad; no solamente es exhaustivo, coherente, sistemático, sino que logra sortear con una calidad argumentativa convincente la aridez atribuible a los asuntos ortográficos; la sencillez fluye a lo largo de sus 700 y más páginas con un estilo elegante y preciso. Así expuesta, la materia se torna cautivante. Aun si está en desacuerdo con alguna modificación, el atento lector quedará agradecido por la calidad de los razonamientos de orden fonético, fonológico, etimológico, morfológico y sintáctico en que se inscriben las reformas y las innovaciones ortográficas, la mayoría de ellas ya consagradas en el pequeño manual de 1999.  
 

Hace ya cerca de cien años, Saussure atribuía los desajustes entre pronunciación y escritura a que  la lengua evoluciona sin cesar, mientras que la escritura tiende a quedar inmutable; de tal modo que la grafía deja de corresponder a lo que debe representar. Durante cierto tiempo –decía- se modifica el signo para conformarlo a los cambios de pronunciación, pero luego se renuncia a seguir. Cita el caso del francés, cuya escritura se había inmovilizado en el siglo XIV. No es difícil imaginar el caos que se armaría entre los franceses -como para pedir la intervención humanitaria de la OTAN- el momento en que se ajustara la escritura a la pronunciación, de modo que Rousseau pasara a ser Rusó; Saussure, Sosir; y se escribiera Degol el apellido del General De Gaulle.
 

Pero algo de esto podría ocurrir en los dominios de habla española si la Academia no se adelantara a refrenar de cuando en cuando a los reformadores a ultranza, quienes preferirían leer y escribir: ombres, umana, suia, escrivimos, istoria, governaron, onra, etc. Si un día se llegara a escribir así, perdida la visión diacrónica, se habría hecho progresar de modo inimaginable a nuestra escritura; aunque en realidad solo se habría conseguido volver a escribir como lo hacía Nebrija hace 519 años.

 

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