La maestría figurativa y sicológica del pincel de Christine Chemín transformó a la galería cuencana Larrazábal en una colorida caballeriza de arte en septiembre, bajo la imperturbable mirada de más de veinte animales retratados con afecto, precisión y preciosismo
El Ojo de Valentino: cuadro gigante con el que la artista participará en diciembre en la Bienal de Florencia, en representación del Ecuador. |
En la Colección Equus, los ojos equinos irradian tristeza, alegría, mansedumbre, lealtad, fiereza o sentimientos de amor. “Yo amo a los caballos por su nobleza, el sentido familiar, su amistad, compañerismo y lealtad: la historia no se habría escrito sin los caballos, ni mucho de la literatura”, comenta la artista, nativa de Costa de Marfil, en África, hija de padres franceses, más de veinte años residente en Quito.
Las buenas relaciones entre el hombre y los caballos, así como el buen cuidado y atenciones de los que han sido objeto siempre, tienen un refrán generalizado en muchos idiomas: el ojo del amo engorda al caballo. Los monumentos ecuestres lucen por el mundo.
El caballo fue elemento indispensable en las antiguas guerras, en la conquista de América, en las cruzadas religiosas y en las obras literarias. Solo los tanques, las bombas, los carros y los aviones le remplazaron, no hace mucho. A él se vinculan términos y conceptos de profunda significación en la cultura y en la conducta humana: el caballero es personaje de nobles modales, incorruptible; Quijote, Napoleón o Bolívar pasaron a la historia cabalgando. Los acuerdos o negocios entre caballeros no necesitan garantías, escribanos ni notarías.
También, como ocurre con lo paradigmático, la caballerosidad ha sido a veces referente controversial de la conducta humana: poderoso caballero es don dinero… A caballo regalado no hay que mirarle el diente…El que monta manda.
Chemín ha observado la conducta de los caballos y los ha seguido el paso para alcanzar su amistad y comprenderlos: “Son sociables, viven en grupo, las yeguas son protectoras y cariñosas con sus críos. Si llega un caballo nuevo pasa un tiempo de mutua observación hasta ser aceptado en familia. Cuando se le brinda panela el caballo expresa su gratitud con gestos y el relincho cariñoso inconfundible”.
En los cuadros de la artista no hay caballos de cuerpo entero, con un jinete encima, con carga al lomo ni en las competencias hípicas. A ella le interesa el animal como elemento de la naturaleza, como símbolo de libertad en el ambiente. Tanto como lo estético, expresa la personalidad y la sicología del animal y son los ojos donde logra su cometido. En ellos, entre las pestañas hirsutas enmarcadas por las crines, brillan luces y colores que parecen dar expresión humana a las pupilas de las bestias.
Christine Chemín intentó participar este año en la Bienal de Cuenca, pero su propuesta, dentro de una instalación, no fue aceptada. Ella no recibió explicación sobre la reprobación, pero está tranquila: ha sido invitada para representar al Ecuador en la Bienal italiana de Florencia, del 3 al 11 de diciembre, a donde acudirá con El Ojo de Valentino, un cuadro de 2,80 por 1,80 metros, con la pupila de un animal que coincidencialmente lleva nombre italiano.
La artista |
Christine Chemín se graduó de ingeniera industrial en los Estados Unidos. Hace más de 20 años vino por turismo al Ecuador, donde conoció a Juan Vergara, con quien acabaría casándose. Es madre de tres hijas. La familia tiene una propiedad de campo en el Valle de Guayllabamba, cerca de Quito, donde los caballos son personajes que animan la propiedad y tema de inspiración para su arte plasmado a través del lienzo y el acrílico. Autodidacta, dibujaba y pintaba por hobby, hasta que en 1998 se atrevió a tomar en serio el lienzo y el acrílico, alternando con su profesión. Hace tres años dejó todo para dedicarse a la pintura y ha expuesto ya sus obras en el Centro Metropolitano de Quito, en Guayaquil y Cuenca. En sus proyectos está llevar su “caballeriza” a Puerto Rico, a algunas capitales latinoamericanas y a París. La pintura es su mundo y lo recorre a caballete, blandiendo pinceles. |