Por Yolanda Reinoso
Es como retroceder en el tiempo. El mundo contemporáneo que rodea al tradicional pueblo contrasta con su estructura; no sólo que las casas y edificios se conservan como cuando se erigieron a base de adobe, sino que los exteriores se han mantenido como antaño, los caminos de tierra, el cementerio intocado y en continuo deterioro, con cruces que se inclinan en su lenta caída |
Taos debe su nombre a la tribu indígena que lo habitó y construyó entre el siglo XI y XIV en el territorio que actualmente es Nuevo México (USA). Su ubicación en el valle de Río Grande atrajo a los conquistadores españoles y, con ello, se iniciaron disputas que habrían llevado a sus miembros a abandonar sus casas en varias ocasiones, hasta que volvieron a poblar las nuevas generaciones de la tribu a fines del siglo XIX.
Al instalarse en Taos, tomando posesión de lo que les perteneció a sus ancestros, los jóvenes de la tribu fundaron asociaciones de artesanos dedicados a la elaboración de finas alfombras de diseños típicos, joyería de plata, cerámica ornamental o de uso práctico, textiles y otras artesanías.
Entrar a Taos es como retroceder en el tiempo, pues el mundo contemporáneo que rodea al tradicional pueblo contrasta con su estructura; no sólo que las casas y edificios se conservan como cuando se erigieron a base de adobe, sino que los exteriores se han mantenido como antaño, es decir que los caminos siguen siendo de tierra, el cementerio permanece intocado y hasta en continuo deterioro, dejando ver cruces que se inclinan en su lenta caída, signo de la herencia que dejaron los españoles al enviar una misión católica, religión que permanece viva en las prácticas del pueblo, aunque el folleto informativo hace referencia también a rituales tradicionales que se ejecutan en privado. Lo público está a la vista en la recientemente reconstruida iglesia de San Jerónimo, en cuyo interior las imágenes de la Virgen y otros santos, más la decoración con papel recortado, remonta al gusto mexicano de colores tropicales.
En algunas paredes cuelgan mazorcas, en el patio exterior de ciertas casas hay hornos, una escalera hecha a mano apuntala un muro. Los perros se pasean lento de un lado a otro, adoptando la actitud tranquila del pueblo. Los artesanos atienden a los visitantes con la diligencia del comerciante que depende de las ventas, pues la principal actividad económica es la actividad turística que, en el caso de la tribu Taos, sabe explotar sobremanera: hay que pagar la entrada al pueblo, más una tarifa adicional por el uso de cámaras fotográficas o de video.
El aspecto exterior de las construcciones tiene la particularidad de que las casas están conectadas unas a otras formando un edificio en el que pueden apreciarse varias viviendas individuales, cada cual con su propia entrada aunque de lejos la construcción parezca estar destinada a una sola familia. Sobresalen muchas puertas pintadas de turquesa, contrastando con el matiz natural del barro.
Al interior se observan las vigas originales y los pisos de tierra. La frescura en verano es un alivio y, en invierno, el abrigo debe serlo también, pues sabidas son las propiedades versátiles del adobe frente a los cambios de temperatura. Otro aspecto de las costumbres ancestrales que permanece al interior de estas particulares viviendas de adobe, es que el uso de agua corriente y electricidad se encuentra restringido; por medio del pueblo corre un riachuelo de agua cristalina que, seguramente, aún provee a los habitantes.
Así como sus habitantes hablan la lengua tradicional, “tiwa”, se les oye manejar el idioma inglés con toda naturalidad cuando se dirigen a los turistas, y hay unos pocos que hablan español. Su piel de tono cobrizo va bien con el cabello negro que, muchos de los artesanos, llevan en dos trenzas largas, aunque la vestimenta da cuenta de su adaptación al mundo moderno.
Así pues, en Taos conviven en los detalles los aspectos de su historia con los de su pertenencia a Estados Unidos; los usos autóctonos frente a las costumbres impuestas por los colonizadores, pero del pueblo en sí, puede decirse que la tradición prima. Por algo se trata del poblado más antiguo del país en cuestión, reconocido por la UNESCO como Patrimonio Cultural, y visitado con sorpresa por quienes creen que EU sólo ofrece selvas de cemento y compras.