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Los problemas sociales nunca tienen soluciones definitivas. Con frecuencia, una solución suele contener la semilla de un nuevo problema. Pero eso es directamente inevitable. Así es la vida. Y, desde luego, por este camino, ya nos saldremos de la administración, la economía y la política Y entraremos, indebidamente, en el ámbito especulativo de la Filosofía...
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Gente que duerme en las veredas, en las frías noches de Quito, para obtener una matrícula escolar. Mala atención en los hospitales. (Hasta en los muy solventes de la Seguridad Social.) Autobuses viejos y sobrecargados que se caen a los abismos. Casas asaltadas, sacapintas, sicarios… Rumores insistentes de que las mafias penetran las grandes y las medianas empresas privadas. Una chica -- inmigrante ilegal -- perdida desde hace días en un desierto de Texas. El país con bajas calificaciones en los escalafones internacionales de inversión, institucionalidad, libertades, honradez, universidades, democracia… Peligrosa confrontación civil. Demagogia, caudillismo y obsecuencia en la más alta política. Intelectuales que defienden esta última y lamentable situación, por considerarla reivindicativa y revolucionaria… (Y por sólo algunos aislados y apreciables logros de la vialidad.) ¿Cómo denominar a este amplio conjunto de circunstancias? ¿Tercer Mundo? No, señor. Cuarto Mundo. Estamos apenas un trecho por delante del África subsahariana…
¿Y por qué hemos llegado a esta desgraciada condición? Pues, porque muchos de nuestros problemas sociales no se fueron solucionando a su debido tiempo; y otros tantos ni siquiera se han advertido aún… Y, sin embargo, las soluciones a buen número de ellos-- continentales, globales -- ya existen. Están disponibles por ahí; en diversos lugares del ancho mundo. Entre otros escritores, Carlos Alberto Montaner las ha señalado. (Recomendándolas incluso para algunos de los actuales problemas de los Estados Unidos.) ¿El sistema de salud? Habría que copiar, adaptándolo, el sistema suizo; de opciones diversas, competitivo, eficaz. ¿Las jubilaciones? Las agencias previsionales de origen chileno funcionan hoy, muy satisfactoriamente, en unos veinte países innovadores. Añadamos por nuestra parte un caso más: la vivienda. Sabemos que una buena combinación de sistemas constructivos, mutualismo y aportes laborales podría producir viviendas al alcance de casi todos. ¿La educación, la emigración, el ordenamiento territorial? Bueno, esos son problemas bastante más complejos. Pero también podrían irse resolviendo en forma gradual y en los tiempos requeridos. ¿Simplismo? No, otra cosa: pragmatismo.
Ha llegado el momento de convenir en algo; o, cuando menos, de tomar de tomar debida nota de algo. ¿De qué? De algo muy importante: los problemas sociales tienen soluciones pragmáticas. ¿Entendimos? ¡Soluciones pragmáticas…! No se arreglan con el evangelio cristiano ni con la cartilla comunista
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Y reconozcamos en este punto -- para poner en perspectiva los diversos elementos de la cuestión -- que los problemas sociales nunca tienen soluciones definitivas. Y que, con frecuencia, una solución suele contener la semilla de un nuevo problema. Pero eso es directamente inevitable. Así es la vida. Y, desde luego, por este camino, ya nos saldremos de la administración, la economía y la política Y entraremos, indebidamente, en el ámbito especulativo de la Filosofía...
¿Y por qué no se adoptan aquellas disponibles soluciones? Respuesta clara y contundente: Porque no existe la necesaria voluntad política. Es decir, en otras palabras, porque no queremos o no podemos adoptarlas. Y, así, hemos llegado ya al centro de nuestra cuestión de hoy. Sigamos. Y, ahora, averigüemos, a su vez, por qué ocurre esto.
En primer lugar, ocurre porque nuestras administraciones son ignorantes. La frase puede sonar muy fuerte. Pero así es. Nuestras administraciones son improvisadas. (No son académicamente formadas; no son tecnificadas. Recién, por los últimos años, se han abierto en el Ecuador unas escuelas universitarias de administración pública.) Y, por supuesto, la misma administración pública es un problema social. ¿Qué se podría hacer al respecto? Bueno, por ejemplo, una eficaz administración municipal no tiene por qué ser gestora. En casi nada. Le bastaría con ser, en lo esencial, controladora. Un caso: El mantenimiento de las plazas, los parques y el arbolado público podría licitarse cada tres años. Igual cosa puede hacerse con la limpieza, el alumbrado, el mantenimiento de las veredas… Hay que reiterarlo: Una pequeña y buena administración local podría limitarse a estudiar, a decidir, a contratar y a controlar. No es tan difícil. No parece tan difícil, en principio…
Pero, aquí, empezamos a tratar lo más arduo del asunto. Hay que hablar de la dupleta de la burocracia y la corrupción. La primera es, en realidad, lo que hoy día llaman los izquierdistas un “poder de facto”. La burocracia -- gobierno de los oficinistas -- es tonta, egoísta y despiadada. Sólo se preocupa de lo suyo, de lo suyo y de los suyo… Y maltrata, precisa y crónicamente, a quiénes la mantienen y a quiénes debe servir. (Hoy hasta los intelectuales de la Cuba castrista la ven así.) ¿Hará falta que pongamos ejemplos de las malas acciones de la burocracia? No, señor. Cada ecuatoriano tiene con ella su colección de agravios. ¿Y hará falta anotar que una de las faltas más reiteradas de la burocracia es la corrupción? Tampoco. Si usted ha tenido que actualizar su cédula de identidad o matricular su vehículo, ya sabe lo que pasa… ¿Y hará falta señalar que donde manda la burocracia, no manda el pueblo? (¡No hay democracia!) ¿Para qué señalarlo? ¿Y qué han hecho los revolucionarios con la burocracia? Siéntese bien en su silla para oír la respuesta. Pues, nada menos que aumentarla desmedidamente. Pues, reforzar el centralismo… Claro, claro… Cien mil partidarios o simpatizantes o parientes, colocados en las oficinas públicas, constituyen la inevitable y enorme clientela; y constituyen también una especie de ejército civil. ¿Está claro? Bueno…
Otra causa es la tradición. (O, en forma más amplia, la cultura.) Nuestra democracia es raquítica. Y la cara opuesta de esta tosca medalla es la persistente propensión al autoritarismo. Concretemos esto con el ejemplo de nuestros conocidos mandones: el patrón, el cacique, el jefe… Bueno, el patrón tiene sus peones; el cacique, sus clientes; y el jefe, sus incondicionales… Nuestra cultura, pues, tiene órdenes y hábitos muy conservadores. Y sucede que las modernas soluciones a los problemas les tienen muy sin cuidado a los dichos mandones. (Mientras ellos estén cómodos en sus lugares…) Y hasta los mismos revolucionarios tienen hábitos conservadores y reiterativos. (Que se derivan de sus simples y rígidos esquemas mentales.) ¿Cómo se puede progresar si los revolucionarios aplican el estatismo a rajatabla? Si están convencidos de que la burocracia socialista -- sí señor, ¡la burocracia! -- puede salvar al país. Si continúan creyendo que la gerontocrática Cuba es el modelo superior de gobierno latinoamericano… Concluyamos. Ha llegado el momento de convenir en algo; o, cuando menos, de tomar debida nota de algo. ¿De qué? De algo muy importante: Los problemas sociales tienen soluciones pragmáticas. ¿Entendimos? ¡Soluciones pragmáticas…! No se arreglan con el evangelio cristiano, ni con la cartilla comunista.
En definitiva, los gobiernos -- en los países subdesarrollados -- no suelen ser parte de la solución de los problemas sociales. Al revés, suelen ser justamente parte del problema. O, hasta, constituyen el problema mismo. (Nuestro principal problema es no sabernos gobernar… / Hoy una usual afirmación argentina. / Y aun en los conflictuados países del Primer Mundo: Nuestros gobiernos no nos representan. / Los Indignados. / ) Y terminemos otra vez con una anécdota. Iván Sandoval Carrión contó (EL UNIVERSO) que un taxista -- un raro taxista: muy inteligente, autodidacta y lector habitual -- le dijo: Mire, señor, a mí nadie me va a convencer de que el gobierno está de parte del pueblo… El gobierno, señor, está de parte del gobierno… Y eso es todo. / ¿Anarquismo silvestre o simple buen sentido? Considérelo usted. En definitiva, esta particular persona sintetizó muy bien lo que nosotros, con el presente argumento, hemos querido decir.