Por Yolanda Reinoso

                                   
La novela autobiográfica de María Virginia es un canto al avance social y a la lucha individual. Hoy ella vive con su esposo y su hijo en Otavalo, sigue la carrera de Psicología en la Universidad Técnica Particular de Loja, ha retomado el uso del idioma kichwa que casi olvidó al estar lejos de su lugar natal, colabora con la venta de las artesanías que elaboran sus cuñados, trabaja en un centro de salud mental, y tiene un SPA en su casa

 

 

Bajo el título “The Queen of Water” (La Reina del Agua), este libro nos pinta una realidad que toca incluso a generaciones recientes de ecuatorianos. Escrito en inglés por la estadounidense Laura Resau, María Virginia Farinango, una joven otavaleña, narra el evento que transformó su vida entera. La escritora y antropóloga Resau, conoció a María Virginia en una de las ferias artesanales que se llevan a cabo durante el otoño en el campus universitario Auraria de la ciudad de Denver (Estado de Colorado-EUA). 
 
A decir de la autora, la joven otavaleña le inspiró una empatía inmediata, pues según cuenta pudo ver reflejada en su mirada la madurez y la juventud, algo que sólo se observa en quien ha tenido experiencias de vida poco usuales.
 
La amistad fluyó entre ellas como algo natural, y pronto Resau se interesó en recopilar y traducir al inglés lo que María Virginia le contaba sobre su realidad como indígena en Ecuador. El trabajo duró seis años, durante los cuales Resau viajó en dos ocasiones a nuestro país para llevar a cabo una investigación socio-cultural, comprender mejor la narración de su compañera de trabajo, y hablar con las personas que conocieron a María Virginia, y muchas de las cuales serían personajes de la obra.
 
La indígena otavaleña en su tienda artesanal, con Yolanda Reinoso, redactora de Avance
El escenario tiene el nombre ficticio de “Kunu Yaku”. El inicio es el día que sus padres le entregan a una familia mestiza a quien servirá como empleada doméstica a cambio de mil sucres mensuales que nunca se cancelan, hecho que de por sí aterra: imagínese tener 7 años y oír a sus padres hablar del precio monetario de su vida lejos de ellos. María Virginia vive lágrimas en la oscuridad, miedo a la casa ajena, su ruego interior gritando “mamita, ven a buscarme”, y pese a la corta edad, intuye la humillación implícita en el trato que recibe, despertando a la desigualdad y los consabidos complejos del apellido y demás.
 
Mamita nunca llega y los días pasan con el susto de aprender los quehaceres para que “la doctorita” no le caiga a golpes. Si no es el maltrato físico, es el verbal, pues la patrona hace uso de una extensa lista de adjetivos que añade a su sustantivo favorito: “longa”.
 
El escenario tiene el nombre ficticio de “Kunu Yacu”. El inicio es el día que sus padres le entregan a una familia mestiza a quien servirá como empleada doméstica a cambio de mil sucres mensuales que nunca se cancelan, hecho que de por sí aterra…  
Como no hay figura paterna, es comprensible que cuando el “niño Carlitos” alaba la comida que prepara le haga pensar en un padre; después de todo le llama “mija” y, a veces, le defiende de los ataques de ira de “la doctorita”. Será él quien le dé una mano a sus catorce años para que aprenda a leer, aunque más tarde sus demostraciones de afecto ya no sean tan bien intencionadas.
 
No voy a sintetizar más,  pues espero dejarles con la curiosidad para que, una vez que la obra esté disponible en español, ojalá toda la población ecuatoriana la lea no sólo por el interés narrativo, sino como ejercicio recordatorio. Sin hacer generalizaciones, la mentalidad colectiva de que los “indios” están al servicio de la “gente bien” -palabras que tomo prestadas de María Virginia- no se ha erradicado por completo. 
 
María Virginia me habla de ello con una serenidad que abruma, una madurez que impresiona y una sonrisa que confirma que el perdón que ha dispensado a sus abusadores es real como lo que le tocó vivir. 
 
Su caso no es aislado, es el de muchos niños y niñas de nuestro país que no tienen acceso a la educación, se quedan rezagados por la pobreza y/o la ignorancia de los padres, que en vez de jugar y aprender mendigan o trabajan como adultos mientras su espíritu se empequeñece a la sombra de la certeza espantosa de que la escisión social no les favorece. 
 
Es cierto que las cosas han cambiado y que la presencia de nuestras comunidades indígenas se hace sentir cada vez más en los ámbitos públicos y privados, que los prejuicios decrecen y hay apertura, pero no podemos decir que se hayan extinguido por completo las formas de marginación que no nos dejan progresar al nivel que quisiéramos. Aún  hoy la palabra “indio” es un insulto, aún hay quienes prefieren no “mezclarse” con los indígenas, los hay que se avergüenzan de su origen porque la sociedad les ha enseñado a sentirse inferiores.
 
La novela autobiográfica de María Virginia es un canto al avance social y a la lucha individual. Hoy ella vive con su esposo y su hijo en Otavalo, sigue la carrera de Psicología en la Universidad Técnica Particular de Loja, ha retomado el uso del idioma kichwa que casi olvidó al estar lejos de su lugar natal, colabora con la venta de las artesanías que elaboran sus cuñados, trabaja en un centro de salud mental, y hasta tiene un pequeño SPA en su propia casa. 
 
Es paradójico que María Virginia sea quien es y haya logrado sus metas como  consecuencia de la cadena de hechos que experimentó, pero preguntémonos qué porcentaje de la niñez, de cualquier origen, se resigna a renunciar a sus sueños y se somete a la marginación.
 
Como ecuatoriana, el libro me hizo pensar en la culpa que como ciudadanos tenemos; quien diga que no sabe de tales prejuicios, miente sobre ese aspecto negativo de Ecuador, y obviarlo es anacrónico e inmoral.

 

 

 

Nota de la Autora: un agradecimiento especial a la Sra. Lily Guerra por ponerme al tanto de la obra, y a María Virginia Farinango por la entrevista concedida.
 

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