Por Eugenio Lloret Orellana


Eugenio Lloret

En la antigüedad, tanto los griegos como los romanos aceptaban el suicidio. Las religiones han gastado incontables páginas y discursos para reflexionar acerca del suicidio. Los teólogos y filósofos cristianos no encuentran ninguna razón atenuante a favor del suicidio. Es un acto personal y egoísta

Psiquiatras, filósofos, librepensadores y escritores piensan que un acto tan misterioso como el suicidio es inexplicable. Inexplicable, dicen, como la locura y el amor, los milagros y las alucinaciones.
El suicidio es un fenómeno universal, transcultural y conocido desde antiguo. Fue estudiado por el epicureísmo y por el estoicismo, cada uno a su manera en la que la muerte pierde toda su angustiosa trascendencia. Los primeros nihilistas, entendían el suicidio como un acto de absoluta libertad y, por tanto, de absoluta humanidad.
En la antigüedad, tanto los griegos como los romanos aceptaban el suicidio. Las religiones han gastado incontables páginas y discursos para reflexionar acerca del suicidio. Los teólogos y filósofos cristianos no encuentran ninguna razón atenuante a favor del suicidio. Es un acto personal y egoísta. San Agustín lo resume:   "el que se mata a sí mismo es un homicida ". Es decir, el suicidio es un hecho ominoso que conlleva la misma responsabilidad que matar al prójimo.
El embrollo es colosal. Ya lo sentenció Albert Camus en el mito de Sísifo:   "No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. "
En relación al tema no es posible ni tampoco es necesario concordar en cuanto a si se trata de una decisión personal €“ autónoma €“ "mala o buena   "; tampoco es pertinente la discusión acerca de la añeja diatriba que pregunta, el suicidio ¿es un acto de extrema cobardía o supremo coraje? " Lo prudente y en base a la tolerancia que permite discrepar en torno a un tema complejo como el suicidio, es preferible entresacar algunas ideas expuestas por Arnoldo Kraus en su Ensayo titulado: Suicidio: notas y alegatos.

Según Kraus, la incapacidad para seguir viviendo, la urgencia de huir del mundo, la asfixiante necesidad de sepultar la memoria, la idea de dignificar la vida y la muerte y la obligación de ceñirse a la autonomía como última manifestación de vida son algunas de las razones por las cuales el suicidio es un tema siempre vigente y de reflexión indispensable.
Desde esta perspectiva, cada persona es dueña de su vida y por lo tanto al ejercer su autonomía expresada en el acto brutal del suicidio, aunque sea muy doloroso para los seres cercanos, es lícito, ya que la persona lo hace siguiendo sus propios intereses y supone un bien para él. Es decir, se adueña de su vida y de su muerte y debería significar, asimismo, el fin de una existencia destrozada, donde el dolor y el sufrimiento, propio y ajeno, sepultan la paz, propia y ajena.
Para los librepensadores el individuo es responsable de su vida y de su muerte:   "El hombre que se mata no daña más que a sí mismo, y la sociedad no tiene por qué intervenir ". Lo reprueban las religiones y quienes piensan que "  Dios da la vida y solo él tiene derecho de quitarla ". Ambos puntos de vista son respetables. Lo que sí sabemos es que una vez tomada la decisión, ya es poco o nada lo que podemos hacer para evitar su dolorosa concreción. Quizá por eso, es que nunca terminamos de aceptar su devastadora presencia entre nosotros y su escandaloso número de muertes buscadas, sobre todo en jóvenes, y porque en el fondo, "la dicha de vivir " se ha transformado en un mundo de dolor, en sufrimiento o en un deseo insatisfecho, anhelo insaciable.


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