Por Yolanda Reinoso
El único sitio del edificio por donde entraba el sol a ciertas horas del día, era la biblioteca; cuentan los guías que los presos que podían pararse bajo el sol a esas horas lo disfrutaban inmensamente, pues la sensación de abrigo era mayor debido a los ventanales
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Si hasta hoy no hemos logrado "centros de rehabilitación" adecuados, tal eufemismo no se aplicaba en lo absoluto en 1934, cuando abrió Alcatraz en California. Desde ciertos puntos de la preciosa ciudad de San Francisco, se observa a lo lejos la isla de Alcatraz con la prisión del mismo nombre, un edificio blanco que a la distancia, rodeado por las aguas del Pacífico, da la ilusión de un sitio de paz donde descansar.
Aún con la noción de estar a punto de recorrer lo que fuera una cárcel, el viaje hacia la isla es de lo más placentero; desde cubierta puede verse el perfil recortado de San Francisco, el puente Golden Gate luciendo ese rojo anaranjado tan particular, y sentir la brisa marina mientras bandadas de alcatraces sobrevuelan la zona.
Al anclar, el edificio que desde lo lejos se viera inmaculado, se revela en su verdadero estado: las blancas paredes en realidad están manchadas no sólo por el paso del tiempo, sino agrietadas por las huellas del viento que ha desgastado la pintura, y algunos ventanales se han roto. Un letrero de madera de vieja apariencia reza "United States Penitentiary", y justo encima, con grandes letras rojas, alguien ha pintado "Indians Welcome", algo que sin causa confusión; el motivo que lo aclara es histórico, tiene que ver con la toma del sitio cuando ya no era prisión, en un intento de la tribu de los Sioux por reivindicar la propiedad sobre un territorio que fue suyo y libre antes de la colonización.
La cercanía del edificio con las aguas, más sus dimensiones, proporcionan a su interior una excesiva frescura, que llega al extremo de sentirse cual aire helado en los pasillos, a cuyos lados las celdas han permanecido intactas en su reducida longitud y ancho, con el camastro que no habría permitido mayor libertad de movimiento durante las largas horas nocturnas, y en el que el lavabo mínimo se situaba justo al lado del retrete, así que necesidades higiénicas básicas estaban a la vista del preso en la celda del frente.
Una repisa verde empotrada en la pared permitía al prisionero acomodar sus mínimas pertenencias, que en muchos casos consistía en las revistas que pasaban la censura de los guardias, y en casos excepcionales, de los cuales aún quedan muestras tangible: un par de medias, una bufanda, tejidas a croché por quien al perder su libertad, puso en práctica las enseñanzas de su madre.
En una celda se conserva aún la caja de pinturas y un par de obras realizadas por un prisionero, quien habría perdido el privilegio simplemente porque al director de Alcatraz en esa época, no le pareció justo que un antisocial tuviera derecho a distraerse así luego de haber cometido un delito.
Los pasillos que dividen las celdas en bloques, llevan nombres de calles famosas como Broadway, para poner el ejemplo más llamativo. El único sitio del edificio por donde entraba el sol a ciertas horas del día, era la biblioteca; cuentan los guías que los presos que podían pararse bajo el sol a esas horas lo disfrutaban inmensamente, pues la sensación de abrigo era mayor debido a los ventanales y mejor que el sol que tomaban en las afueras cuando practicaban deporte, pues allí el viento frío de la bahía golpeaba la isla a toda hora.
La celda donde Al Capone permaneciera por cuatro años y medio llama mucho la atención, y también aquellas desde donde escaparon 4 presos, en una tarea que hasta hoy parece imposible, no sólo por lo ingenioso del plan en sí, sino porque la hipotermia convertiría el intento en fatal. La película sobre este notable hecho "Escape de Alcatraz", expresa con cuidado lo complejo de la situación.
Alcatraz cerró hacia el año 1963, luego de haber albergado por 29 años a quienes la privación de libertad puso bajo reglas estrictas. El cierre se debió a que el costo de mantenimiento era demasiado alto. Alcatraz incita a soñar con prisiones cada vez menos pobladas, es decir, con comunidades donde la descomposición social ha sido atacada en su centro mismo; una cosa no es posible sin la otra.