Por Marco Tello

Marco Tello "Viaje al fin de la noche" (1932) es un libro para ser leído y releído, aunque sólo fuera para reflexionar con Bardamu, el protagonista: "Al pasar los años, cuando uno piensa, te gustaría atrapar de nuevo las palabras dichas por ciertas personas, para preguntarles qué quisieron decirnos ¡Pero ya se fueron! No teníamos
bastante instrucción para comprenderlas ".

A los cincuenta años de la muerte, Louis-Ferdinand Destouches (1894-1961), mejor conocido como Céline €“nombre de la abuela-, estuvo un par de días entre las personalidades a quienes el gobierno francés se proponía homenajear en 2011. Pero no bien el cazador de nazis Serge Klarsfeld   puso el grito en el cielo en nombre de la Asociación de Hijos de los Judíos Deportados durante la ocupación alemana, Céline fue eliminado de la lista oficial. El haber servido a una "ideología repugnante" en la segunda guerra mundial pesó más que su universalidad como escritor, más que la valerosa acción por la que fue condecorado como héroe nacional en la guerra de 1914.
La eliminación ha desatado acalorados debates entre posiciones irreconciliables. Pero las discusiones han rendido el mejor homenaje a que puede aspirar un escritor una vez muerto: motivar su relectura. En efecto, "Viaje al fin de la noche" (1932) es un libro para ser leído y releído, aunque sólo fuera para reflexionar con Bardamu, el protagonista: "Al pasar los años, cuando uno piensa, te gustaría atrapar de nuevo las palabras dichas por ciertas personas, para preguntarles qué quisieron decirnos ¡Pero ya se fueron! No teníamos bastante instrucción para comprenderlas ".
La vida, un cuento de nunca acabar, pautada por la casualidad a la que llamamos destino, lleva a los efímeros personajes de la novela a darse manos a boca con la desgracia. Existencias anodinas hallan el modo de negociar con los propios dolores y miserias, como la abnegada señora Henrouille, que apresura la muerte del marido tentada por el oro de su dentadura postiza. Los arquetipos humanos surgen al azar en la selva colonial africana, desaparecen luego y vuelven a aparecer   en el "abominable sistema de violencia hecho de ladrillos, pasillos, cerrojos y ventanillas", que es la empresa Ford en la New York de los años veinte. Al enterarse de que el pobre aspirante Bardamu tenía estudios de medicina, el examinador le advierte de que allí los estudios no le servirán de nada. "Usted no ha venido aquí para pensar, sino para ejecutar lo que le ordenen. No necesitamos imaginativos
en nuestra fábrica. Necesitamos chimpancés".

El lector prosigue infatigable tras el protagonista que muchas páginas después está de médico entre los miserables, en un suburbio de París; pero no atina el lector a precisar si es a Bardamu o es al propio médico Céline a quien encuentra de manera fortuita bajo un puente del Sena, en la penumbra de una taberna, en un callejón enrojecido por la última luz del crepúsculo, como si el personaje y el autor anduvieran juntos tras un destino común en la novela, ambos con la ropas desceñidas y el cabello alborotado.
El antiguo profesor, el sabio Parapine, le muestra a Bardamu, caminando entre las estufas del laboratorio, la falsedad en que se sustenta la gloria de los académicos. Le pregunta si ha visto al ayudante que por treinta años, mientras barre las basuras de su jefe, no oye hablar más que de ciencia. "Sin embargo -dice-, lejos de estar asqueado, es él, él solo, en este momento, quien ha terminado por ser un convencido". Y pregunta si no ocurrirá lo mismo en las religiones.   Más tarde reaparece Parapine, ya caído en desgracia, y comparte con su alumno el convencimiento de que nada en la vida es serio, y menciona a Bonaparte, para quien, llegado el caso, era más importante echar un polvo con Josefina que preocuparse por la suerte de sus cuatrocientos mil soldados. "El tirano se asquea de la pieza que está representando mucho antes que los espectadores", afirma y nos recuerda, con admirable don profético, que a Robespierre le guillotinaron "porque siempre repetía las mismas cosas", palabras que otros dictadores no las han podido comprender.
Mucho de lo que Céline hizo y escribió a partir de 1937 en apoyo de la ocupación forma parte de la miserable condición humana. Por lo visto, nunca terminará de expiar sus culpas, aunque haya sido condenado a muerte, absuelto y perdonado en 1951. Al cerrar el "Viaje al fin de la noche", parecería que también el gobierno galo perteneciera a los círculos de ese infierno al negarle el homenaje a Céline y, al mismo tiempo, proponer que el Año de México en Francia fuera dedicado a Florence Cassez, una muchacha francesa culpable de secuestro y condenada por la justicia mexicana a 60 años de prisión.


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