La voluntad ciudadana ha inclinado ligeramente el fiel de la balanza en favor de lo que algunos analistas consideraron un galimatías sometido a consulta popular. El vocablo galimatías sirve para designar una frase de difícil comprensión, ya por un enredo gramatical o ya por una falta de claridad en las ideas. Añadamos una observación sobre la legibilidad, afectada en la consulta por no venir del todo explícita para la generalidad de los electores. En efecto, examinada la formulación de las preguntas, no cabe duda de que los textos eran accesibles para el lector familiarizado con el tema constitucional; pero no para buena parte del electorado, cuyas dudas pudieron ser suplantadas por el afecto o el desafecto hacia la figura presidencial. Si ese fue un ardid encaminado a desviar la atención de los votantes, lo dirán las actuaciones del Ejecutivo; hasta tanto, persistirá la sensación de no saber a ciencia cierta para qué concurrimos esta vez a las urnas.
Ahora bien, hasta el momento de escribir estas líneas, se ha impuesto de cualquier manera el respaldo a las aspiraciones del gobierno, aunque no a todos satisfaga. De hecho, el fantasma del fraude no terminará de rondar por las salas del Consejo Electoral interrumpiendo el sueño a los vocales de todos los colores. Sin embargo, esto no debe ser óbice para que reconozcamos en el virtual triunfo del SÍ un motivo de sano orgullo para los habitantes de esta ínsula revolucionaria. En un momento en el cual los propósitos democráticos y pacificadores de los imperios siembran la muerte más allá de los océanos, nosotros hemos salido por los fueros de los toros y de los gallos de pelea. Merecemos, por tanto, un buen minuto de vanagloria para proseguir con nuestras reflexiones.
A pesar del inocultable desgaste experimentado por el discurso insustancial, repetitivo y a menudo irritante, también el gobierno ha conseguido un breve momento de respiro para continuar en el tablado. Pero debe comprender que la situación ya no da para el fandango. La misma generación que en otras latitudes levanta la voz contra el poder omnímodo
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y enfrenta con una cuota de sangre al imperialismo económico, corre entre nosotros el riesgo de un envejecimiento prematuro al desaprovechar la gran oportunidad que le brindamos en las urnas, gratuita y abrumadoramente, hace ya cuatro largos años, con la esperanza de que mejore la suerte de un país con tan grandes recursos que codiciarían para salvarse las naciones europeas que hoy se precipitan hacia la bancarrota.
Igualmente significativo es el alto porcentaje de repulsa al doble discurso gubernamental que se hizo patente en la ambigüedad deliberada de las preguntas sometidas a consulta. Será ardua la labor para desvanecer la reiterada sospecha de que se preguntaba sobre una cosa con la velada intención de hacer otra. Aquel porcentaje opositor representa asimismo una innegable expresión de repudio a la neblinosa ideología en que hoy se enreda el ejercicio del mandato popular. Hay algo más: a pesar de la antipatía e impopularidad que rodea a varios políticos resucitados a última hora por los medios de comunicación creyendo vigorizar la fuerza opositora, el NO estuvo a punto de triunfar. Bien hizo el doctor Rodrigo Borja de permanecer con la boca cerrada. El temprano alborozo oficialista olvidó agradecer a aquellos personajes, sin cuya resurrección fantasmagórica el rechazo habría podido ser contundente.
Sin embargo, como ocurre en toda contienda una vez que se disipa la humareda, en nuestra reciente lid electoral hay puntos a favor. Efectivamente, si las corrientes políticas que circulan en el país asumen aquel resultado con serenidad y madurez, no necesariamente con humildad, sin dar más pábulo a la violencia verbal, el fiel de la balanza podría marcar un espacio referencial para el reencuentro democrático entre posiciones antagónicas. Lo queramos o no, el éxito en la supervivencia -en los individuos y en las sociedades- ha dependido en buena parte del impulso alternativo que han brindado las contiendas y las reconciliaciones. Sin ellas, ya hubiera llegado a su desgaste final el eje del mundo y, por supuesto, nuestra maravillosa e increíble historia.
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