Salvador Pacheco Mora, al cumplir los 90 años, contempla su trayectoria existencial como desde una alta montaña para ver el panorama de valles, colinas y abismos por los que ha recorrido en primaveras o en inviernos
Don Shalva –así le tratan en familia y entre amigos- es uno de los prósperos empresarios de Cuenca en el siglo XX y en lo que va del siglo XXI: “He de seguir trabajando hasta el último día que pueda hacerlo”, comenta con optimismo sobre el futuro que, aunque siente acortarse irremediablemente, está preparado para encararlo con serenidad y conciencia.
Desde el escritorio repleto de facturas, documentos financieros, letras de cambio y toda clase de papeles de negocios, el personaje está atento al movimiento de la matriz de la empresa Comercial Salvador Pacheco Mora, en la calle Luis Cordero, a menos de cien metros del parque Calderón, de Cuenca. Es su principal centro de operaciones para administrar todos los negocios.
En 1944 llegó desde Biblián, su pueblo natal, impulsado por la necesidad de desafiar las carestías de la orfandad prematura de ocho hermanos, de los cuales es tercero, uno entre tres todavía vivos. “El hambre me hizo emprender en los negocios, para ayudar a mis hermanos”, confiesa con un timbre de orgullo triunfante.
Recién llegado, se dedicó a la venta de medicinas. Varias casas farmacéuticas de Guayaquil le pagaban comisiones y aparte de abastecer el mercado de Cuenca, se hizo proveedor de boticas en las provincias de Loja y El Oro, recorriéndolas con el cargamento de productos destinados a sanar toda clase de dolencias.
“El primer local que arrendé estaba en la calle General Torres 1-29, entre Bolívar y Sucre, donde un señor Solís; después pasé a la vuelta, en la Bolívar”, refiere con alarde de memoria sobre cosas ocurridas hace casi setenta años.
El comerciante en su despacho con Eulalia Tapia, la secretaria que le acompaña más de 30 años. |
Vivaz, sociable, se relacionó con gente emprendedora de Cuenca, entre ellos Guillermo Vázquez Astudillo, un comerciante ya establecido con prestigio, que empezó fiándole una máquina de escribir para modernizar la correspondencia de la tienda de medicinas. El destino juntó a dos personas con proyecciones empresariales afines, primero amigos, luego socios: en 1964 fundaron Importadora Tomebamba, para traer vehículos y comerciarlos en Cuenca y luego a nivel nacional. Salvador fue el primer gerente de la que es hoy una de las grandes empresas importadoras del Ecuador, con diversidad de productos.
El negocio de las medicinas se quedó corto y ese mismo año nació Comercial y Agrícola Salvador Pacheco Mora, una tienda que diversificaba los productos para abastecer la demanda creciente de una sociedad entrada con brío al consumismo competitivo y masivo. Desde inicios de la década de los 60 del siglo pasado, la empresa tiene su propio local en la calle Luis Cordero.
Salvador Pacheco, dotado de una visionaria proyección de progreso, escaló rápidamente por el mundo social y comercial de Cuenca, con iniciativas propias o sumándose a las de otros emprendedores. De pronto fue fundador y accionista de empresas hoteleras como EL Dorado y Huertos Uzhupud, la fábrica Fibroacero, las compañía de aviación SAN y Austrogas.
Al prestigio del comerciante se sumaron méritos del hombre cumplidor de sus obligaciones ciudadanas y laborales, solidario y generoso para apoyar programas de interés social. Fue directivo del Club Rotario, del Club del Azuay, presidió la Sociedad de Choferes Sportman, la Asociación de Empleados del Azuay y 25 años consecutivos integró el Directorio de la Cámara de Comercio de Cuenca. Cuando en 1981 el Ecuador y Perú vivían conflictos de guerra, la Junta Cívica le designó Tesorero.
La vida le compensó con creces las penurias de la infancia y la juventud y varias veces recorrió por el mundo, costeado por las empresas Lan Chile y Aerolíneas Argentinas, cuya representación tenía en Cuenca. El Ministerio del Trabajo le confirió distinciones en 1979 y en 1996 y el Ministerio de Comercio Exterior le condecoró en 1997 con la presea Al Mérito Comercial.
Al cumplir los 90 se siente realizado a plenitud, con salud física y mental para ser consciente del privilegio de una longevidad llena de satisfacciones. “El secreto está en el buen carácter, la buena conciencia y en haber tratado de hacer bien a la sociedad: he tenido como principio que hemos venido al mundo no para servirnos de él, sino para ser útiles a los demás”, dice.
Más de cien personas trabajan en su empresa, que tiene cinco locales en diferentes sectores de Cuenca, donde se puede encontrar de todo: electrodomésticos, plásticos nacionales e importados, pinturas, computadoras, tanques de gas, calzado Siete Vidas y zapatos deportivos, así como productos de audio, video, teléfonos, radios, menaje de cocina y más y más. “No se olvide que una de las líneas favoritas de mi negocio es el atún Van Camps”, comenta sonriendo.
Las relaciones con el personal han sido y son buenas, al punto que a no pocos de sus empleados ha concedido garantías para créditos o compras “que a veces he tenido que pagarlas porque han abusado de mi confianza”, dice.
Eulalia Tapia, su secretaria de confianza desde hace 32 años, no se pierde la oportunidad para hablar bien del jefe: “Es un ejemplo de trabajo, de honestidad. Empezó pobre y ha llegado con sacrificio y dedicación a conseguir lo que tiene. Le gusta tratar bien, es muy humano y cumple todas las obligaciones con los obreros, así como con el Estado. Cuando hay malos ratos los remedia pronto y se olvida de ellos: es un modelo de jefe, de los que ahora ya no se dan o quedan pocos”, resume.
La trayectoria y la familia |
Salvador Pacheco nació el 12 de julio de 1921 en Biblián. Apenas tenía 12 años cuando su padre murió al volcarse el vehículo que conducía en el sitio llamado Tabacay. En 1938 una fiebre tifoidea le llevó a su madre a la tumba.
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