Por Marco Tello
Respetuoso de los lectores, había investigado sobre el asunto a fin de afinar las ideas medulares. Las secundarias, que engalanan el texto y refuerzan el carácter persuasivo, vendrían por añadidura. De modo que sólo había que escribirlo para enviarlo al periódico. |
El tema era oportuno para los cuatro párrafos habituales de su artículo: la libertad de opinión. Respetuoso de los lectores, había investigado sobre el asunto a fin de afinar las ideas medulares. Las secundarias, que engalanan el texto y refuerzan el carácter persuasivo, vendrían por añadidura. De modo que sólo había que escribirlo para enviarlo al periódico.
-¿Quién es?
-¡Buenos días, jefe!
“Son todos iguales. El silbo les viene del trato con los pájaros”, reflexionó; pero se detuvo en el umbral para observarlo. Vio que antes de tirar del cable y darle arranque al motor, prendía un cigarrillo ahuecando la mano. Con el tabaco en la boca y los brazos a la espalda, recorría el pequeño campo de operaciones. Adelantando el mentón,
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lanzaba grandes bocanadas y las volutas giraban en el frío de la mañana. Seguro de sí mismo, distribuyó las herramientas: el azadón, la lampa, el rastrillo. De un talego de yute salieron las tijeras podadoras.
Claro que lo sabía. No significaba gran cosa, pero era un valor que doblaba al de sus artículos.
-Gracias –dijo el jardinero y se guardó la paga; recogió sus aparejos y se fue con la música a otra parte. El jefe aspiró el fuerte olor a hierba recién cortada y retomó el tema de su trabajo. Un pensamiento inesperado le revoloteaba en la mente como un pájaro, poniendo a prueba su vocación de articulista: la libertad de opinión, ¿no era también al pie de la letra un bien invalorable? De vuelta al cuarto de estudio, se sorprendió al comprobar que silbaba.
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