Es alarmante y deprimente constatar que el Ecuador ha caído en una era de violencia, fenómeno que desdice de aquella fama que tenía de ser “una isla de paz.”
Los innumerables hechos delictuosos así lo confirman, agravándose el problema con la práctica del sicariato reiterado y cotidiano. Diariamente las columnas de los diarios y las pantallas de la televisión se llenan con el recuento de los hechos acaecidos en el país, la enumeración de víctimas y los diversos métodos que emplean los antisociales. Y es tan reiterativo y grave el problema que experimentamos una clara conciencia de hallarnos prácticamente en una sociedad atrabiliaria, indisciplinada y violenta.
Las causas que cambiaron la vida ecuatoriana están en el crecimiento poblacional descontrolado, decisiones políticas no bien meditadas, reformas demasiado permisivas a las leyes, autoridades judiciales con quiebras morales sorprendentes y políticas estatales equivocadas. Una de ellas, la apertura indiscriminada de las fronteras para los visitantes de todas partes bajo la consigna de que “somos ciudadanos del mundo”,que han traído al país personas descalificadas y hasta prontuariadas en otros ambientes. Los cambios legales fomentados por la última Asamblea Constituyente, que disminuyeron el grado de
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sanción para las diversas contravenciones de la ley. La exacerbación de las pasiones políticas y las ambiciones personales surgidas de la emulación por el poder, que han dejado de lado el respeto institucional, los escrúpulos, la estima personal.
La facilidad que tenemos de informarnos sobre los hechos negativos ocurridos en otros ambientes, muy ilustrativos para los delincuentes y organizaciones mafiosas. Los cambios generacionales en las costumbres y formas sociales de comportamiento, que alientan la autenticidad y la informalidad desdiciéndose del sometimiento a las costumbres sociales y las disposiciones organizativas e institucionales.Una mal entendida liberación de la mujer que la ha llevado a la otra orilla del respeto a si misma y a la sociedad y las fallas educacionales de fondo.
Con este panorama es muy difícil que un Estado, un Gobierno y la sociedad en su conjunto puedan reorientarse y recatar en sus miembros valores como el respeto, la disciplina y la valoración de los principios éticos y morales que son invariables pese al aparente cambio de formar de pensar y de vivir.
¿Podremos con esta realidad renrumbar la sociedad y controlar sus desbordes que aparentemente se nos van de las manos?
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