Por Julio Carpio Vintimilla
Muchos saben que la ley no es la justicia. Y otros, igualmente, que la justicia no es el bien. Y unos terceros, además, que ni la ley, ni la justicia, ni el bien son lo adecuado y lo correcto en ciertas especiales circunstancias sociales e históricas
|
Con una voz tranquila y bien modulada, la expositora afirmaba: Colegas, nosotros no somos los dueños de la Geografía Somos, solamente, quienes mejor la conocemos. La Geografía importa a todos; porque todos ocupamos nuestro planeta y vivimos en él y de él. Así, pues, los geógrafos debemos escuchar, con atención, a la gente. Á‰sta hablará siempre de las condiciones naturales, de las ubicaciones, de las distancias, de las redes viales, del funcionamiento de las ciudades, de las actividades de las regiones, de las relaciones entre los países Cuanto mejor sepamos escuchar y entender a la gente, mejores geógrafos seremos / Y pensamos nosotros: He ahí, una gran verdad. Y, claro, una lógica implicación: Se puede, también, hablar de Economía como un productor o como un consumidor; no, precisamente, como un economista. Y recordamos, a propósito, lo que Salvador de Madariaga €“ un historiador y un hombre de letras €“ escribió sobre Medicina. Unas buenas y altas palabras Y, por supuesto, él escribía como un paciente; no podía escribir como un médico. En fin, al hablar de todo esto, nosotros estamos hablando del centro y de la periferia del conocimiento. Y de sus límites Y algo más, necesario para cerrar este punto: El conocimiento es un hecho social; importa, o debe importar, a todos. (Particularidad insuficientemente advertida, pero, digna de tenerse bien en cuenta.)
En este plan participativo y amplio, nosotros €“ con una cierta incomodidad y bastante modestia; porque no somos abogados €“ debemos hoy hablar del Derecho. Insistimos: La ley €“ como la economía o la medicina €“ nos afecta a todos. (Una sola prueba al canto: Acuérdese usted de los problemas que nos está trayendo ese largo y semiestrafalario documento legal que se ha llamado Constitución de Montecristi.) Adelante. Hubo un asunto bastante viejo que ha vuelto, hoy, de alguna manera, a ser pertinente. Es aquello de los crímenes de guerra. Algo bastante forzado y extraño Y recordamos, para el caso, que Giovanni Papini criticó, en su momento, con firmeza, semejante noción. Y nosotros, ahora, volvemos a preguntarnos con él: ¿Es moral, justo o sensato que los vencedores juzguen a los vencidos? Y, solamente, por nuestra parte: ¿Podía un tribunal israelí procesar justamente a Adolf Eichman? ¿Debía el gobierno argentino acceder a la extradición a Italia de Eric Priebke? (El exoficial alemán era viejo; había sido, por décadas, un ciudadano argentino muy correcto; y la masacre de Las Fosas Ardeatinas había ocurrido hace mucho, durante la Segunda Guerra Mundial, dentro de unas circunstancias de combate especiales y terribles )
¿Por qué la "caza" de los "criminales" de guerra, los crímenes de lesa humanidad, los delitos que no prescriben? ¿No se puede sospechar que, detrás de tales actos y doctrinas, está el feo y amargo rostro de la venganza? ¿Y no es la venganza, precisamente, una negación de la justicia? ¿Y las venganzas no provocarán nueves guerras o nuevos conflictos sociales? |
Más preguntas. ¿Se puede meter el derecho en los brutales e inciviles asuntos de las guerras? (Excepciones: La prohibición de los gases quemantes o venenosos y las prescripciones sobre el trato a los prisioneros. Casos especiales, solitarios e internacionalmente reconocidos.) ¿Y no es, seguramente, la guerra, la suspensión de las normales, debidas y pacíficas negociaciones civiles (la política)? Obviamente, en la guerra, la fuerza bruta reemplaza a la política. ¿Y, lo último, no implica la suspensión del derecho? El derecho €“ suponemos nosotros €“ sólo puede funcionar plenamente en los tiempos y los lugares de la paz. En tiempos de guerra, funciona €“ con mucho predominio y casi exclusividad €“ la ley militar. Y, en épocas pasadas, €“ quizá mejores que la nuestra €“ se terminaba una guerra y se cerraba, o se trataba de cerrar, el trágico acontecimiento. (Una especie de borrón y cuenta nueva social. O de perdón y olvido. Y se volvía al derecho de la paz.) ¿Por qué, entonces, contemporáneamente, la "caza" de los "criminales" de guerra, los crímenes de lesa humanidad, los delitos que no prescriben? ¿No se puede sospechar que, detrás de tales actos y doctrinas, está el feo y amargo rostro de la venganza? ¿Y no es la venganza, precisamente, una negación de la justicia? ¿Y las venganzas no provocarán nueves guerras o nuevos conflictos sociales? Hay, pues, en consecuencia, que parar las venganzas en algún momento. (Incluidas, desde luego, aquellas venganzas ideológicas, que hoy día, ventajeramente, se disfrazan de justicias.)
De lo anterior, bien podemos pasar al asunto de las dictaduras sudamericanas de finales de la Guerra Fría. Bien, ¿se las ha juzgado, o se las juzga, adecuadamente? Creemos que no. ¿Y por qué no? Pues, de manera principal, porque el asunto se ha vuelto un entrevero jurídico. Detalles. ¿No se le juzgó ya, anteriormente, a la dictadura argentina? ¿No se expidió una ley llamada Punto Final? ¿Puede haber un ejército que funcione sin la obediencia debida? ¿Organizar una guerrilla marxista no es declararle la guerra a una sociedad democrática? ¿Se ha definido claramente aquello de la lesa humanidad? ¿Crímenes que no prescriben? ¿Acaso no prescribe todo en la vida? (Aunque sólo sea por aquello de que no hay mal que dure cien años ) Si hubo, en verdad, delitos de las dictaduras. Y hubo uno, básico, de carácter político: el golpe de estado; que interrumpió la democracia y perjudicó a la sociedad entera. Pero, ¿no debe juzgarse este delito en el tribunal que corresponde? ¿Y cuál es éste? Pues, el más alto: el Congreso de la Nación. ¿Y no habrá que tener en cuenta, en el juzgamiento, el papel de una parte importante de la opinión publica que apoyó, y aún hoy apoya, a los militares? ¿Y por qué no se les llama al tribunal, como peritos, a los sociólogos, a los politólogos, a los antropólogos, a los historiadores? Su opinión, sus puntos de vista, resultan muy importantes en estos grandes, públicos y colectivos casos. En fin, -- para nuestro modo de ver las cosas €“ hay demasiada anormalidad, demasiado desorden
Y vamos a lo esencial. Muchos saben que la ley no es la justicia. Y otros, igualmente, que la justicia no es el bien. Y unos terceros, además, que ni la ley, ni la justicia, ni el bien son lo adecuado y lo correcto en ciertas especiales circunstancias sociales e históricas. Concretemos. ¿Convendría, por ejemplo, que la justicia española le juzgue, hoy, al anciano líder comunista Santiago Carrillo, por su participación en la matanza de Paracuellos, durante la Guerra Civil? ¿Habrá entendido Baltasar Garzón que, más que una justicia escueta y fragmentaria, lo que aún necesita España es una verdadera y definitiva reconciliación nacional? La reconciliación es lo primordial. ¿Habrán comprendido los tenaces acusadores de la lesa humanidad que, más que la justicia y la memoria, parciales, lo que precisa la Argentina actual es una buena, amplia y objetiva comprensión de su historia reciente? (Lo único que podría poner las cosas en sus debidos lugares. Zvetan Todorov €“ el conocido intelectual búlgaro-francés €“ lo ha señalado, desde fuera, con mucha penetración y claridad.) ¿Y no sería muy bueno que los abogados, aparte de sus leyes, supieran algo, o bastante, de Sociología, de Politología, de Antropología, de Historia? (Así, comprenderían mejor las circunstancias sociales concretas, en las cuales se debe aplicar las leyes.) Y, en este punto, ya estamos en los límites del Derecho
Dura es la ley, pero, es la ley. €“ suelen decir los abogados. / Esto bien puede ser cierto, en muchos casos. Pero, nosotros afirmamos, por nuestra parte, que, aun siéndolo, el razonamiento de quienes la aplican debiera ser flexible, adecuado, amplio y sensato. Así, la ley podría, en último término, ser mejor. Para todos