Por Rolando Tello Espinosa
Un episodio con ingredientes policiales, del fenómeno migratorio y situaciones familiares configuran un drama humano con repercusiones sociales y es tema de intenso seguimiento a través de los medios de comunicación
Ella había llegado a Cuenca el sábado anterior de Estados Unidos, donde reside hace nueve años, para disfrutar de la temporada navideña y el cambio de año con la familia querida, en especial el hijo único, principal razón del pasajero retorno.
"No quiero olvidar el apretado abrazo de esa despedida, sin imaginar que sería por siempre", dice sin evitar que se le mojaran los ojos pese al esfuerzo que no puede ocultarlo. El joven salió feliz, el juego de raquetas en las manos, y es el último recuerdo vivo que de él le queda.
Edwin Barros, el joven muerto con un disparo policial. Arriba con su madre Rocío y abajo con su novia Anabel. |
Horas antes la había invitado al patio de comidas del Monay Shopping Center, cerca al barrio de la residencia, donde también estuvo la prima María Belén Marín, para compartir el intenso encanto de los esporádicos encuentros con los seres queridos.
Ya en casa, Rocío revisó hasta la medianoche las fotos familiares acumuladas durante la ausencia de la emigración y extrañándole al hijo, le envió un mensaje de celular que no tuvo respuesta. Pero sin ningún presentimiento, acabó por dormirse segura de que volvería pronto. ¡Estos muchachos !
Hacia las cuatro de la madrugada del jueves 2 de diciembre, María Belén le timbró nerviosa para avisarle que Edwin Fernando habría sufrido un accidente y lo habían llevado al hospital de la Seguridad Social. Entonces se asustó con los golpes de las corazonadas premonitoras de las madres y corrió precipitada en pos del primer taxi que asomara.
El último mensaje que la madre envió a su hijo horas antes y abajo al pie, al extremo izquierdo el ícono de un diablito que recibió en un mensaje extraño luego que ya estaba muerto, a las 6:09 del 2 de diciembre |
"Está en la morgue", respondió la enfermera a la que inquirió acezante por Edwin Fernando y sin saber cómo, llegó veloz al sitio donde lo vio tendido. "Le sacudí y no estaba dormido sino muerto y los insultos y gritos de gentes que maldecían a los policías, son lo último que recuerdo", dice controlando las lágrimas. Se le había desmoronado, a la pobre madre, la tierra entera encima.
Cuando volvió a pisar los escombros de la realidad, acabó por convencerse de que había perdido al hijo único, pero no le convencieron las sinrazones policiales para haberle disparado una bala en la cabeza. Poco a poco fueron armándose por retazos las versiones de las emisoras en los primeros informativos y a las 6:09 timbró el celular del hijo: no había un mensaje, sólo estaba el ícono de un pequeño diablito risueño al extremo inferior izquierdo de la pantalla. "No podía ser sino un policía quien usó el celular de Edwin para el mensaje de crueldad", dice. Esta prueba mostraría luego a la fiscalía como aporte a las investigaciones.
Menos de una semana había pasado desde que vino de Estados Unidos para encontrarse con el hijo y ahora él estaba muerto. El parte policial daba cuenta de una persecución al vehículo conducido por Edwin en la madrugada, bajo sospechas de que sus ocupantes podrían haber cometido un delito. Con Edwin estaban sus amigos Toño Abril, Alex Solís, Marcelo Batallas y Sebastián Bermeo.
Un patrullero los persiguió a las tres de la madrugada por no acatar las señales para que se detuvieran. Luego se sumaron otros patrulleros hasta acorralar al carro que tras varios giros retomó rumbo a la ciudad por la Panamericana. Frente a la fábrica de llantas €“ ironía o paradoja- explosionó un neumático y la parada fue inevitable, mientras desde un patrullero hubo disparos al aire y también contra el carro perseguido.
Eran alrededor de las cuatro del amanecer del jueves. Los jóvenes bajo sospecha fueron esposados, incluyendo Edwin, a pesar de que sangraba, moribundo, por la cabeza. Cuando los policías se percataron de que había muerto, llamaron al 911 para pedir la ambulancia que le transportó a la morgue.
Luego se conoció que los jóvenes estaban ebrios. Por eso huían de la policía, cuyos elementos pudieron capturarlos cuando detuvieron la marcha por el neumático averiado, pues en verdad cometían una infracción. "Ninguna de las balas impactó en las llantas, los disparos fueron en dirección a los cuerpos", dice la madre que no acaba de explicarse la desmedida actuación policial contra personas indefensas.
Anabel Barahona, la novia de Edwin, y Rocío Velín, su madre, se esfuerzan por conservar los recuerdos más alegres del joven. |
La vida de Rocío Velín cambió inesperadamente. El gozo del reencuentro se transformó en duelo y pesadumbre para la familia y los amigos. Anabel Barahona, la novia a la que Edwin despidió días antes para un tour de turismo a Estados Unidos, se enteró de la tragedia cuando un sacerdote que acompañaba al grupo de viaje se dio modos para avisarle, pues otras personas no se atrevían. "Fue jueves, al otro día debía embarcarme a un crucero, pero busqué el primer vuelo de retorno y el viernes estuve en Cuenca incrédula, destrozada", dice la joven de luto riguroso por el novio al que conoció el 27 de septiembre de 2007 en una fiesta.
Las noticias de la tragedia volaron veloces. Edwin Barros Zúñiga, el padre radicado en los Estados Unidos cuatro años hace, se enteró por Gabriela, sobrina que le telefoneó desde Cuenca para contarle. "El no pudo creerlo y tuvo que confirmar mediante llamadas desesperadas que acabaron por ponerle al tanto de todo", dice Anabel, la joven que perdió al novio para siempre y al que todavía sigue amando.
Los padres del joven fallecido se habían divorciado cuando él tenía cinco años, pero Edwin se mantenía en contacto permanente con su progenitor por la internet. "Entre lo último que hizo la víspera de morir fue chatear con él largo rato y contarle que se preparaba a viajar a Macas conmigo para las fiestas de cantonización del viernes siguiente y quedar allí hasta la Navidad", comenta la madre, nativa de esa ciudad amazónica.
El padre de Edwin sufrió el duro golpe solo y sin atenuantes, pues su condición de inmigrante ilegal le impidió viajar para los funerales por el riesgo de no poder retornar al país donde reside y trabaja para enviar dólares a la segunda esposa y para Julián, su otro hijo de cinco años que tan bien había congeniado con el medio hermano prematuramente muerto.
Rocío hace grandes esfuerzos para consolarse frente a la realidad dolorosa de perder al hijo, pero no se resigna a la impunidad que amenaza hacer del suyo un caso más de abuso policial en el Ecuador. "Yo no quiero venganza, pero sí justicia, porque nada explica la desproporción de la conducta de quienes están para protegernos, no para asesinarnos ", clama.
Menos de una semana departió con Edwin desde que vino del exterior, pero fue suficiente para acumular recuerdos que los guardará siempre, rumiando sin descanso en la memoria: "Cursaba el tercer ciclo de Ingeniería automotriz en la UNITA y estaba contento con las calificaciones; además le gustaba tanto la mecánica que esperaba hacer un postgrado en Brasil y montar un taller bien equipado en Cuenca".
También hilvana episodios premonitorios de los últimos días. El 28 de noviembre, al otro día que llegó de Estados Unidos, estaba prohibido salir a la calle por el Censo, pero Edwin le insistió a dar vueltas por el vecindario en su moto: "Yo tuve pavor de montar por primera vez en ese aparato pero le di gusto pese al miedo". En el trayecto frenó bruscamente al ver a Daniel Molina, cuñado de su novia, para detenerse a saludarlo. "Era como si se despidiera ", comenta. Y se le ocurrió pasar rápidamente de visita a América Zúñiga, la abuela, "de quien se despidió abrazándola, con un beso en la mejilla".
Rocío Velín tenía previsto regresar a los Estados Unidos tras un período de pocas semanas en el Ecuador, pero ahora no sabe cuánto tiempo deberá quedarse, dedicada a los trámites judiciales hasta conseguir que la Policía como institución y el gendarme autor del disparo rindan cuentas claras ante la Justicia.
La Policía en la mira |
Veinte y cuatro agentes participaron en el operativo cuyos resultados añadieron desprestigio a la Policía por los fracasos contra la delincuencia campante en el país, especialmente en Cuenca el último año. La opinión pública condenó su actuación y la ciudadanía fue solidaria con la madre del joven muerto sin motivo. Los jefes policiales de Cuenca guardaron silencio varios días y el 6 de diciembre el Comandante Edmundo Merlo ante la presión pública dijo a la prensa que "la institución policial está presta a las investigaciones a cargo de la Fiscalía ", pero se negó a un pronunciamiento sobre los elementos implicados en el operativo. Las armas de los gendarmes participantes en la persecución fueron sometidas a pruebas en el Departamento de Criminalística de la Policía de Quito, para determinar de cuál salió el fatal disparo. El informe concluyó que la bala extraída del cuerpo provino de una pistola Glock portada por Juan Carlos Albiño Chaluisa, para quien el Juez de Garantías Penales, Guillermo Neira, dictó orden de prisión el 9 de diciembre. Cuando se debió ponerlo preso a órdenes del Juez de la causa, los jefes policiales anunciaron que Albiño estaba prófugo, pues no había disposición judicial firme contra los policías participantes en el episodio, para tenerlos detenidos. El espíritu de cuerpo se aplicaba otra vez en las filas policiales, según la generalizada opinión ciudadana. Al escándalo por la desproporcionada actuación policial se añadía el escándalo del encubrimiento. El Gobernador del Azuay, Leonardo Berrezueta, pidió al Ministro del Interior la remoción de todos los jefes policiales de Cuenca, pues tenían instrucciones para que los participantes en la acción en la que perdió la vida Edwin Barros, permanecieran bajo vigilancia. Habían demostrado negligencia. El Ministro del Interior, Gustavo Jalk, acosado por las deficientes actuaciones policiales en todo el país en el tema de seguridad, se vio precisado a presentar su renuncia, no sin antes disponer el cambio de la cúpula policial del Azuay, luego de que su máximo representante, Edmundo Merlo, desautorizó al Gobernador, aduciendo estar a disposición de las autoridades de Policía, ante las cuales había presentado un pedido de cambio a otra plaza policial. No obstante, el 15 de diciembre, en forma sorpresiva, el policía acusado de ser autor del disparo que cegó la vida de Edwin Barros, se entregó ante la autoridad judicial diciendo que no estaba prófugo sino franco, desde el 9 de diciembre. Al parecer, una planificada acción presionada por los jefes, que conocían su paradero. Es un policía de 25 años de edad, cuatro al servicio de la institución. Esposo y padre de un recién nacido, también es víctima, desgraciadamente, de una situación inesperada que podría alterar el curso de su vida personal y profesional. La irreflexión, la impericia o la ligereza pueden ser fatales en una actuación policial, al menos si en este caso se establecieran responsabilidades para imponer sanciones, como no ha ocurrido en tiempos pasados en el país. En 2010 otra actuación policial en la que perdió la vida un ciudadano inocente, de apellido Salamea, conmovió a Cuenca y al país. El nuevo Comandante de la Policía del Azuay, Rómulo Monsalve de la Torre, asumió el 23 de diciembre y fue a ponerse a órdenes del Gobernador del Azuay. Es un coronel al que corresponderá vigilar los procesos judiciales en marcha, para que no queden, como los casos del pasado, sin aclaración, fijación de responsabilidades ni sanciones. Alfredo Vera Arrata asumió el Ministerio del Interior y su principal compromiso, lo ha dicho, es luchar contra la inseguridad que ha tornado peligrosa la vida de los ecuatorianos, para lo que es indispensable el trabajo profesional de la Policía. |