Por Alba Luz Mora

 

Alba Luz Mora
La Asamblea Nacional, en la que pusimos todas nuestras esperanzas, tiene la responsabilidad de mejorar y diseñar las  leyes, siendo lamentable que en lugar de promover entendimientos de alto nivel refleje un desencuentro permanente.
 
Nuestro ambiente nacional está sometido a un permanente y hasta intransigente desencuentro entre dos sectores claramente identificados: los del ámbito gubernamental y los de la ciudadanía en general, obligados a convivir y transigir  frente a las exigencias básicas de catorce millones de habitantes que sufren inequidad, inseguridad y un cierto escepticismo preocupante.
A nadie le interesan los cotidianos enfrentamientos y debates de los políticos profesionales, porque sólo desgastan y resquebrajan esa ambicionada armonía.
La Asamblea Nacional, en la que pusimos todas nuestras esperanzas, tiene la responsabilidad de mejorar y diseñar las  leyes, siendo lamentable que en lugar de promover entendimientos de alto nivel refleje un desencuentro permanente. El tiempo se distrae en debates insustanciales, pugnas ideológicas y  contraposición de ideas que jamás hallan consenso.
El ingente presupuesto que consumen sus integrantes realmente no se justifica con una gestión politizada, pobre e intrascendente. Las
  autoridades alientan reformas administrativas y organizacionales imprescindibles y no logran ser comprendidas, porque van en desmedro de esa comodidad de la costumbre establecida y tiene contradictores el camino hacia la eficiencia y excelencia que se propone.
Lo medular para el desenvolvimiento  del país es que gobernantes y gobernados nos preocupemos realmente de alentar su desarrollo, de  mejorar sus sistemas de administración y  de exigir la idoneidad moral como requisito básico  para una designación importante. Hay que traslucir cierta madurez frente a las discrepancias con el otro y confiar en que los cambios requeridos beneficiarán a todos los ciudadanos.
Debemos terminar con el fantasma de las intransigencias ideológicas y las actitudes recelosas frente a las  realidades de otros estados, porque las circunstancias del Ecuador son diferentes. Ni deberían desmoralizarnos o infundir recelo las transformaciones que se quiere implementar, porque sin innovaciones de base no puede remozarse la estructura de un estado. 

 

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