Este espacio de exhibición de las más plurales expresiones del arte contemporáneo genera reacciones dispares, que son parte de la razón de ser de la convocatoria artística internacional más importante del Ecuador
Al llegar a la décima primera edición, la Bienal es un referente de lo que se está produciendo en las más variadas manifestaciones del quehacer artístico en el mundo actual. Fundada en 1985 como de Pintura, hoy es un evento en el que lo menos que hay es pintura. Los nuevos lenguajes y soportes son la informática, las instalaciones, los videos, performances y otras variedades expresivas.
El Jurado, integrado por Mercedes Casanegra (Argentina), Alexander Apóstol (Venezuela) y Xavier Blum (Ecuador), discernió el premio de la XI Bienal a favor de tres concursantes, acreedores cada uno a veinte mil dólares. Los argumentos para la adjudicación son tan difíciles de “comprender” como las obras a las que se refieren y cuyos autores acaso ni imaginaron esas apreciaciones.
Al brasileño Waltercio Caldas por la serie Parábolas de superficies, que “mantiene con fuerza su peculiar visión sobre la idea de libro de artista trasladando sus estrategias del macroespacio al microespacio del libro y los objetos, desde una postura absolutamente conceptual”.
A la artista india Shilpa Guptha por Cien mapas dibujados a mano en Cuenca, porque “desde su condición extra continental pone en marcha un mecanismo yacente en el imaginario de jóvenes estudiantes del Ecuador sobre la identidad geográfica de su territorio a través de la solicitud de dibujos del mapa del país. El resultado de esta investigación deviene en un enunciado político”.
A Oswaldo Maciá, de Colombia, por la escultura sonora Sorrounded in tears (Rodeado en lágrimas), donde “el llanto es utilizado por el artista como clave simbólica para componer una sinfonía que se dirige tanto a construir una extendida cartografía que señala lugares opuestos tanto de conflictos políticos como de centralización de poder. El resultado apela a la categoría estética de lo sublime”.
El Jurado confirió menciones a Anthony Arrobo, de Ecuador, por la obra Red Curtain; a Eugenia Calvo, de Argentina, por Experiencia ajena; y a Alberto Baraya; el Premio París para Paúl Rosero.
A continuación los criterios de personajes del mundo de la cultura sobre esta cita que es el acontecimiento de arte más importante del Ecuador, desde hace 24 años.
Parábolas, Mapas dibujados a mano en Cuenca y Sorrounded in tears, premios de la XI Bienal, adjudicados con veinte mil dólares cada uno. |
El concepto es decepcionante
Rodrigo Villacís Molina, crítico de arte
Decepcionante, como ha ocurrido en sus más recientes ediciones, me pareció la XI Bienal. No se trata ya de los organizadores, me doy cuenta, sino del concepto que actualmente la sustenta: ponerse a tono con las últimas corrientes de la plástica internacional, imitar, quizás -en términos micro- a la Bienal de Venecia, o a la Documenta de Kassel, sin tomar en cuenta que eso exigiría un soporte económico y técnico enorme, unas relaciones a escala internacional muy complejas y un amplio y profundo conocimiento del medio artístico global.
Lo que estamos haciendo cada dos años es muy pobre; con una concurrencia “artística” del más bajo nivel, y de la cual hay que escoger, sin embargo, los tres premios, que para esa oferta resultan excesivos, y que desconciertan con razón a quienes los visitan.
Quizás haya que oír lo que dijo Eudoxia Estrella cuando la Asamblea le hizo un reconocimiento en el acto inaugural: volvamos a la pintura y abramos un espacio paralelo a los nuevos lenguajes; o sea, al llamado arte conceptual, que a estas alturas ya no podemos ignorar.
Dudosa calidad de propuestas
Marco Martínez Espinoza, pintor
La constante en esta Bienal ha sido la inclusión de nuevos lenguajes plásticos en los que predominan el video y otros soportes digitales, formas de expresión que también son parte del quehacer artístico. Pese a ello algunas propuestas no guardan calidad en su ejecución e incluso son ya atemporales, es el caso del video que se exhibe en el Museo de las Conceptas y otros que son de hace muchos años.
Debe ser un evento que genere debate y aprendizaje para los nuevos receptores de artes: artistas y público, situación que no sucede; recordemos las primeras bienales que dieron lugar a una generación de importantes pintores cuencanos que tienen presencia nacional e internacional.
Los premios en los certámenes de arte generan polémica y este año no ha sido la excepción. La museografía en general está bien ejecutada, pero en algunas salas se hace alarde a la generosidad en los espacios frente a obras sin trascendencia. Sin sonar sacramental, la preponderancia hacia los nuevos lenguajes artísticos que han tomado las últimas ediciones de la Bienal, poco a poco han enterrado a la pintura, cosa que no ocurre en otros certámenes internacionales, por lo que es necesario preguntarnos si se debe volver a tener la misma atención a todos los lenguajes, sin descartar a ninguno de ellos, pues todos son válidos, condicionados a su concepto y su calidad plástica.
No hay una obra que se lleve el aplauso
Carlos Vásconez, Presidente de la Casa de la Cultura de Cuenca
Tiene altibajos, pero también un equilibrio latente. No hay una obra que provoque un aplauso general y tampoco hay pintura, en su acepción cotidiana. Pero hay un nivel sostenido, en especial en el Museo Pumapungo con la obra de Tomás Ochoa, valuarte de nuestra ciudad. Luego incita una serie de intrigas –las de siempre–: ¿Cómo reconocer una obra de arte?, inquiriría Bolaño,¿Cómo obviarla de su aparato crítico, de sus múltiples exegetas, de sus incansables y bárbaros plagiarios, de sus ninguneadores, de su intranquilizante destino de soledad? Dependemos de un decodificador, de una traducción, de una lectura entre líneas. El arte contemporáneo, limitado a ciertos círculos, a los estetas, a los iconoclastas, quizá sortea al pueblo, donde nace el arte de verdad, el primigenio, el divino. Hay, sí, que arrancarle páginas al azar. Hay que obligarse a no ser una lumbrera. Hay, al arte, que dejarlo en un desván, enmoheciéndose, para que la vida se apodere de él, del tiempo encerrado en ese marco. Si después de este despropósito un joven lo lee, lo reinterpreta y acompaña hasta desembarazarse de sus límites y le añade un gramo de valor intelectual, el suyo, natural, el de todos, estaremos ante algo grande, que hará hablar a los seres humanos desde una montaña. Yo vindico la Bienal, no porque esa manera de esconderse sea bastarda, sino porque desde ese escondrijo, donde goza el escondido, puede manifestarse con mayor fuerza que desde una tarima. La Bienal, como la vida, no tiene por qué justificarse sino en la provocación y en las palabras que se viertan por ella luego del mutismo del veedor.
La emoción estética está ausente
Sebastián Endara, escritor
No sé si el resultado de esta Bienal es producto de la crisis del arte posmoderno, o de una deficiente gestión cultural y artística del evento, pero desde mi punto de vista las obras no despiertan, en general, ninguna emoción estética, salvo aquella que ocasionó la intervención de un graffitero que, según se sabe, pintó una cara feliz en la tela blanca de una instalación, al parecer inelocuente.
Seguramente no pudo resistir a rebelarse a una forma de ‘arte’ que ‘aparece como crítica’ pero es totalmente funcional al sistema, que ha perdido el profundo sentido ético de impugnar el decadente espíritu de esta época contradictoria y enajenante, que no tiene la posibilidad de generar una actitud espiritual que reivindique a los seres humanos. Un ‘arte’ que se apoya en la fría razón para autoconvencerse de que algo vale, que con su miopía trata de instaurar el elitismo de lo absurdo, cobijado en una dudosa impostura entreabierta.
Un ‹arte› que en su búsqueda de la novedad encontró el ridículo solipsismo, y al ignorar nuestras realidades y necesidades como pueblo, se vuelve in-significante. Un ‹arte› que no acompaña los procesos populares y políticos como los del Buen Vivir, ni genera nuevas lecturas, nuevos ordenamientos del sentido, y nuevas prioridades vitales.
Cambios e innovaciones
Diego Carrasco Espinoza, Director Ejecutivo de la XI Bienal
Quienes hacemos la Fundación Municipal Bienal de Cuenca implementamos diversos cambios, anclados a políticas e innovaciones que intentaré explicar. Primero, nos planteamos aumentar el presupuesto para mejorar diferentes procesos como la curaduría, la museografía y la calidad de la muestra. Esto implicaba elaborar un nuevo proyecto, consistente y válido, de manera tal que pudiésemos ser convincentes con los posibles financistas. El resultado ha sido satisfactorio: aumentó en un 60% el presupuesto. A la vez, los ingresos por auspicios directos, crecieron en más de un 700% con relación a la Bienal anterior.
Luego, creíamos necesario un sistema curatorial diferente, a partir de un departamento curatorial permanente que piense, estructure y defina los derroteros de la institución en lo que es su especificidad: lo artístico – conceptual. Eso definió un sistema de curadurías directas, con tres comisarías trabajadas por diferentes especialistas, cada una con su propio desarrollo conceptual, aunque bajo el mismo paraguas conceptual. La muestra ganó en calidad, unicidad y solvencia.
Y, entre otras cosas, decidimos ofrecer a los curadores y artistas todo lo que requirieron para el transporte, desarrollo y emplazamiento de sus obras en los espacios seleccionados, lo que aportó mayor sentido y calidad a lo expuesto. Los procesos descritos marcarán la pauta de los derroteros hacia el futuro.