A principios de la década de los sesenta se empieza a producir la catástrofe educativa ecuatoriana: la amplísima y profunda politización socialista de las universidades públicas, con el correspondiente descuido de lo propiamente académico. En palabras más precisas, los activistas de la izquierda lograron poner a dichas universidades al servicio de su parcialidad
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Leemos EL TELÉGRAFO, de Guayaquil, Ecuador, por obligación. (La permanente necesidad de comparar diversos puntos de vista y de sopesar distintas opiniones.) Por devoción, en verdad, no lo haríamos. Es que simplemente no merece el pequeño trabajo. (Este diario “público” es pesadamente oficialista y propagandístico en la información; y aburridamente estereotipado y chato en la interpretación. Y, para variar, tampoco le faltan los irrespetos… ¿Por qué insultar a Hillary Clinton y tratar tan despectivamente a Emilio Palacio, en un par de casos?) Como los “monopolios privados”, los abundantes “corazones ardientes” y las “mentes lúcidas” han sido incapaces de producir un periodismo interesante e inteligente. Y, de adehala, notamos casi siempre el marcado pensamiento desiderativo de sus escritores. Ven sólo lo que quieren ver… ¿Un ejemplo? Ahí va.
Se trata de la dirigente estudiantil chilena Camila Vallejo Dowling. Algún columnista -- impresionado por la chica bonita --
¿Entendemos nuestros problemas educativos? Parece que en Chile se los entiende bastante bien. En la Argentina, medianamente. En el Ecuador, parece que, en forma directa, no se los entiende… Y, desde luego, si no los entendemos, no podremos hacer nada para remediarlos. |
casi que la idealizó… Casi que llegó a considerarla una pasionaria. (Una versión femenina del siempre esperado mesías masculino.) Y, bueno, en esta forma superficial y tangencial, EL TELÉGRAFO eludió el importante asunto de la educación latinoamericana. Tomó el rábano por las hojas y se autoeximió de su debida obligación profesional: tratar y analizar el asunto con seriedad. Otra vez: Exactamente igual que la competencia “burguesa” ecuatoriana. A propósito, se nos viene a la mente una oportuna ocurrencia de Los Indignados. (¿Y ahora dónde está la izquierda? / Al fondo, a la derecha, amigo…) En otras palabras, la izquierda mundial, desde hace más o menos un cuarto de siglo, transita en los campos del pasado y la rutina. Y, curiosamente, parece no darse cuenta de ello… Carece de autocrítica. (¿Cosas de la vejez? Para pensarlo…)
Bien, entremos, inmediata y directamente, en el asunto de hoy. Con una afirmación muy amplia y muy general: Toda la América Latina debe transformar sus sistemas educativos. Pero, desde luego, cada sistema nacional tiene sus propias condiciones y sus propias necesidades. Concretemos. El sistema argentino, por ejemplo, fue muy bueno en el pasado. En sus mejores momentos, tuvo un amplio destaque internacional; e hizo avanzar a su país y ayudó mucho a democratizarlo. Pero actualmente está como exhausto. Debe pues, a la brevedad posible, revitalizarse y volver a marchar. (Se afirma que algo de eso ya está ocurriendo. Se ha incrementado el presupuesto. Se está abandonando la EGB/ Polimodal/ jornada única. Y se está volviendo a la Primaria/ Secundaria/ Educación Técnica/ doble jornada. Un rediseño con rasgos clásicos. Hay un buen debate público y profesional. Veremos los resultados.)
El sistema chileno, en cambio, está en construcción. Por obra del Pinochetismo, se diversificó y se privatizó en gran medida. Y, durante un lapso considerable, marchó bien. Pero, posteriormente, -- debido al aflojamiento de la propia exigencia y a cierto descuido y bastante permisividad de los gobiernos democráticos -- se estancó y se encareció. (Se olvidó -- para poner un solo caso -- de aquel ambicioso objetivo de enseñar el inglés en forma intensiva y masiva.) Y hasta se ha llegado a hablar, en estos días, de un sistema disparejo y discriminante… El mismo que -- aunque registra, a su favor, ciertos grandes avances cuantitativos -- no ha ayudado aún a democratizar a una sociedad con rezagos tradicionales y netamente clasista. Existe, pues, una evidente crisis. (Y no nos extraña, por lo tanto, la fuerza y la amplitud de las actuales protestas. Las cuales -- a diferencia de lo que opina EL TELÉGRAFO -- no están pidiendo precisamente socialismo a lo viejo, sino más bien una modernidad efectiva.) Para democratizar su educación, Chile debe, entonces, ampliar varios accesos institucionales; y distribuir con justicia los costos del correspondiente financiamiento. Luego, en forma continua, deberá ir mejorando la calidad general del sistema. Una tarea para el mediano plazo. A propósito de este asunto, los chilenos podrían decir con justeza: Estamos mal, pero vamos bien… Su sistema educativo necesita nada más que unas correcciones inmediatas y enérgicas. Y en éstas habrá de consistir su reforma. Sigamos.
Y ahora un caso muy especial: el sistema educativo ecuatoriano. Éste es, en esencia, un sistema incipiente, trastornado y alienado. Un árbol que creció torcido. Hasta la década de los cuarenta, la escasa y restringida educación liberal sólo sirvió a la minoría superior de la población. En la década de los cincuenta, el sistema empezó a incluir a una minúscula clase media y al sector femenino. En estos mismos años, el sistema empieza a modernizarse con la prometedora creación de las facultades de Filosofía. (Las que terminan, por desgracia, convirtiéndose, tiempo después, en unas simples facultades de Educación; en una especie de normales, grandes y un poco absurdos, que semejan una universidad dentro de otra.) Y, a principios de la década de los sesenta, se empieza a producir la catástrofe educativa ecuatoriana: la amplísima y profunda politización socialista de las universidades públicas. (Con el correspondiente descuido de lo propiamente académico.) En palabras más precisas, los activistas de la izquierda lograron poner a dichas universidades al servicio de su parcialidad, de su proyecto revolucionario. Y el país entero pagaba las facturas de semejante tarea… (Ya hemos hablado de esto en otras ocasiones.)
Una combinación de condiciones políticas y sociales explica el extraño y talvez único desaguisado: fanatismo y audacia de la izquierda; miopía, descuido y lenidad de la derecha y del centro; clases dirigentes mediocres, incluida la intelectualidad; mucho analfabetismo, estricto y funcional; poca conciencia cívica; la lucha propagandística de la Guerra Fría… Resultado: La izquierda controla actualmente el poderoso gremio educativo del país. (Y lo ha convertido en un grupo de presión al servicio de sus intereses.) En forma genérica, esto es lo que nosotros hemos llamado la Revolución Gramsciana del Ecuador. (La misma que -- digámoslo de paso -- pavimentó el camino del populismo izquierdista de Correa.) Consecuencia última de lo dicho: Estamos muy mal. Estamos pagando los grandes errores y las grandes omisiones de las últimas décadas. Y hay desorientación… ¿Y cómo componer el absurdo institucional del presente? Un intríngulis… Hay mucho para pensar; y, desde luego, habrá muchísimo para hacer… ¿Y quiénes serán capaces de hacerlo?
¿Y qué hay que hacer? Bueno, por de pronto, quizá tengamos al menos una pista accesible. Nuestros expertos educativos -- por ejemplo el chileno Eduardo Escalante y varios otros -- creen que los sistemas verticales latinoamericanos han terminado su vida útil. Son estos -- dicen -- organismos decimonónicos, estatistas, sarmentinos. (Un ministerio de la capital ordena todo; los maestros ejecutan las órdenes; los supervisores controlan.) Tal sistema -- sostienen -- debe ya ser cambiado por otro muy distinto: por un sistema horizontal. Es decir, un sistema descentralizado, muy diversificado, competitivo; con iniciativas en cada plantel. El estado sólo dará unos lineamientos generales y controlará en consecuencia. Los padres de familia elegirán -- según las capacidades de sus hijos -- la opción que les parezca más conveniente y adecuada. Así funciona la educación en los países que hoy día la manejan mejor, en los que marchan en la punta del desarrollo. ¿Y en el Ecuador qué se ha hecho? Lo sabemos. Pues, mantener solamente el sistema muy defectuoso y carenciado que existe. Con unos pocos cambios gatopardistas; para no cambiar casi nada… (Galimatías, en el debate; propuestas parciales, anticuadas y hasta extravagantes; chambonería, en la ejecución; improvisación y escasa profesionalidad en el desempeño docente y administrativo…) Es decir, lo mismo de siempre. Pero, en los días presentes, con una capita adicional de pintura roja “revolucionaria”. ¿Muy lamentable? Claro. Sí, señor. ¡Qué duda cabe!
Y, bueno, ¿entendemos nuestros problemas educativos? Parece que en Chile se los entiende bastante bien. En la Argentina, medianamente. En el Ecuador, parece que, en forma directa, no se los entiende… (Y, desde luego, si no los entendemos, no podremos hacer nada para remediarlos.) Lo que leemos al respecto se halla hoy en el infértil campo de las vaguedades y los convencionalismos. Y lo peor es que tal situación se da en la alta política, en el ministerio respectivo y hasta en los rectorados de las universidades. Lugares, todos, en los cuales ciertamente algo tendría que saberse de estas cruciales e importantes cosas.