Terminar un año y avizorar la llegada de un nuevo propicia a reflexionar sobre el pasado inmediato y el futuro que llega: ¿Cómo se sienten los ecuatorianos en estos días de transición existencial? Seguramente hay razones para el optimismo y para el temor.
Esta temporada, a la que se vinculan sentimientos de solidaridad y anhelos de paz, es ocasión para clamar por la buena voluntad de los gobernantes, de los gobernados, de los legisladores, de los administradores de justicia y de todos los ciudadanos, para la búsqueda conjunta de mejores días; para deponer posiciones sectarias y buscar con patriotismo y honradez el bien común.
En el gobierno nacional y en los gobiernos seccionales, no cabe duda, hay las mejores intenciones por ejecutar obras y servicios en pos del bienestar de todos los ecuatorianos. ¿Por qué no trabajar coordinadamente, en armonía y paz, para lograrlo?
La vida, la seguridad, el trabajo, la familia, están en el juego de las responsabilidades públicas y merecen ubicarse por sobre las diferencias políticas que, desgraciadamente, como virus, infectan la realidad cotidiana. Que esta temporada auspicie el entendimiento entre los ecuatorianos, es lo menos que puede pedirse a los compatriotas, destacando el significado fraternal de esta palabra: compatriotas.