Por Eugenio Lloret Orellana

 

Eugenio Lloret

De la abundante literatura periodística que se dedicó a la discusión pública de la Ley de Comunicación, la mayor parte enfiló sus argumentos a la " defensa " de la enseñanza particular superior, ensalzándola como formadora de profesionales capaces y serios y no se escatimaron denuestos contra las universidades estatales, presentándolas como antros de politización.

Y se hizo la Ley. Después de largas discusiones de todo nivel la Asamblea Nacional alumbró la tan esperada criatura, que pronto recibirá el bautizo €“ ejecútese €“ presidencial. Por fin las universidades y politécnicas cuentan con el instrumento legal que ha de regir su vida académica y administrativa. No, no se trata del parto de los montes. De una u otra manera se esperaba una ley por el estilo, que lógicamente no puede satisfacer a todos, pero tampoco puede se rechazada por nadie. Se trata de una Ley Orgánica de Educación Superior coherente con los nuevos principios constitucionales establecidos en la Carta Suprema, vigente desde octubre de 2008, hecha a la medida de los tiempos y las circunstancias, que corrió en cierto modo un destino similar respecto a la Ley de Comunicación. Como en esta, bastó que un sector de los interesados agitara el cotorro para lograr las modificaciones, componendas y arreglos del caso.
De la abundante literatura periodística que se dedicó a la discusión pública de la Ley, sin duda alguna la mayor parte enfiló sus argumentos a la " defensa " de la enseñanza particular superior, ensalzándola como formadora de profesionales capaces y serios, y de paso, como es ya costumbre, no se escatimaron denuestos contra las universidades estatales, presentándolas como antros de politización, reinas del caos y la ausencia de todo lo que se parezca a una labor académica e investigativa.
Uno de los puntos clave de la Ley demostró el afán conciliatorio que primó en la Asamblea: la integración del Consejo de Educación Superior, sus atribuciones y deberes.
En el asunto del cogobierno, se volvió a las proporciones fijadas en la Ley de 1966. Es decir, por 100 profesores, 50 estudiantes y 10 por los empleados y trabajadores. Hubo también lugar para las enmiendas necesarias para la elección de Rectores, Vicerrectores y autoridades académicas en las universidades

y escuelas politécnicas, así como en las particulares y de la Universidad de las Fuerzas Armadas, Institutos Superiores y Conservatorios de Música.
Innovación positiva de la Ley es la relacionada con la contribución del Estado para la investigación científica, elemento sustantivo de labor universitaria, descuidada hasta ahora en buena medida por la falta de asignaciones suficientes. También se asegura su financiamiento.
En fin, varias lecciones deja la Ley. Se ha repetido y con razón, que la Ley por sí misma no podrá resolver el problema de las universidades, cuya complejidad y orígenes surgen de la realidad integral de la sociedad ecuatoriana. Mucho dependerá de cómo se reflejen sus postulados más positivos en los estatutos y reglamentos que cada centro deberá dictarse.
El papel de las universidades es distinto ahora y por más alborotos políticos y sectarios que en algunas se hayan promovido, aún a costa de vidas humanas; por más que medrando de la demagogia algunas universidades hasta hayan tolerado engendrar en su seno a un movimiento político que tanto ha hecho por dislocarlas y desnaturalizarlas, lo cierto es que la Universidad ha dejado de ser uno de esos ejes de la vida política de antaño. Han surgido otros centros y otras fuerzas de influencia y poder mucho más determinantes y fortalecidas. Ello no va en detrimento de la institución. Simplemente replantea sus alcances y propósitos, allanándole el camino para la ciencia y la cultura que tanto demanda la nación. Redefine su función social y debe alejar las tentaciones de utilizarla como instrumento de las capillas de los politicastros, lo cual no implica, desde luego, la liquidación de su real papel político. Antes bien, propiciará la forja de la juventud rebelde del Ecuador porque podrá depurarse de los oportunismos y las visiones paralizantes que han impedido distinguir al verdadero enemigo.

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