Por Yolanda Reinoso
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En la zona conocida como "Eagle Point" (punto del águila), la caída profunda de la meseta es tan impresionante por el abismo abierto, como lo es por el color de la roca: un rojizo que, según la intensidad de la luz solar, varía de intenso a claro, pero que jamás decepciona a quien encuentra en este paisaje la lectura clarísima que se aprecia en las diferentes capas rocosas; cada una encierra la historia geológica de esta maravilla natural
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Con mis padres y esposo, llegamos en un caluroso día veraniego del pasado mes de julio a la zona oeste del Cañón, cuya administración está a cargo de la tribu indígena Hualapai: apenas uno va llegando, ya no ve sólo a gente cuyo origen de seguro está en Inglaterra, Irlanda, Alemania u otros países europeos, sino que se encuentra frente a frente con nativos de la tierra, los que estuvieron allí antes de la conquista inglesa del territorio. Cada veinte minutos, sale desde este centro un bus que conduce a los turistas hacia el sitio mismo donde está la famosa estructura conocida en inglés como "Skywalk", que es la plataforma de cristal que permite al visitante caminar seguro a la altura de 1219 metros, que es la que alcanza el cañón en este punto.
En esta zona, conocida como "Eagle Point" (punto del águila), la caída profunda de la meseta es tan impresionante por el abismo abierto, como lo es por el color de la roca: un rojizo que, según la intensidad de la luz solar, varía de intenso a claro, pero que jamás decepciona a quien encuentra en este paisaje la lectura clarísima que se aprecia en las diferentes capas rocosas; cada una encierra la historia geológica de esta maravilla natural. El río Colorado al fondo, aparece como un torrente lodoso, pues arrastra consigo el material propio del terreno que recorre en su cauce. Desde lo alto, se ve uno que otro bote, seguramente cargado de turistas que, en cambio, se sentirán atrapados en lo que es el fondo mismo del cañón, mirando desde abajo, cómo las rocas ascienden cual paredes hacia lo alto, es decir que son dos perspectivas completamente distintas: la de una caída fatal para quien está arriba, o la de un ascenso imposible para quien está navegando el río.
El nombre del área se debe no sólo a que el águila es una especie que habita allí, sino a que hasta la roca, de manera natural, da la impresión de un águila con las alas desplegadas en una de las partes más altas del cañón.

Me sorprende la total ausencia de temor de mis padres, que caminan sobre el cristal mirando hacia abajo cual si ese momento fuese de lo más cotidiano; a ellos sólo les maravilla la belleza del paisaje, así que yo también me esfuerzo por fijarme más en eso, para reparar entonces en que la gran particularidad del cañón no radica sólo en la profundidad de la garganta abierta por el río, sino en la armonía con la que la roca se extiende en su longitud, como acompañando al río, cual si le hiciera de guardia, protegiendo sus aguas y resguardándolas de una invasión improbable. Las capas de roca parecen deslizarse suavemente sobre el terreno, tienen textura, formas que se revelan al observar con cuidado, fisuras, salidas y entrantes, pero de una sola mirada, parecen perfectamente uniformes, como si la misma estructura se repitiese una y otra vez, dándole al paisaje esa calidad de perfección irreal que suele encontrarse sólo en la naturaleza.