Por Marco Tello
Lo perdurable, lo único que a la postre cuenta, y por lo cual un autor cautiva a los lectores, no proviene de la lealtad o de la deslealtad a una militancia política, sino del compromiso con su profesión de escritor, en un solitario batallar con el lenguaje. En la literatura, como en las demás artes, las obras se han burilado con la paciente fidelidad a la propia vocación |
Algunas opiniones vertidas sobre el otorgamiento del Nobel de Literatura han aprovechado la ocasión para resaltar la postura ideológica de Vargas Llosa, como si el galardón obedeciera a una militancia política y no a una indiscutible calidad literaria. Aun en la suposición de que una determinada línea ideológica hubiera obrado sobre la decisión de la Academia sueca, la asignación ha sido bien atinada, merecida. Dejando a un lado esa incómoda atribución de paladín del convivir democrático, sólo ha de interesar en adelante el valor del legado literario. Lo perdurable, lo único que a la postre cuenta, y por lo cual un autor cautiva a los lectores, no proviene de la lealtad o de la deslealtad a una militancia política, sino del compromiso con su profesión de escritor, en un solitario batallar con el lenguaje. En la literatura, como en las demás artes, las obras se han burilado con la paciente fidelidad a la propia vocación. Esta es una buena lección que ofrece a su público, sobre todo a los jóvenes, el laureado escritor. Valga la oportunidad para traer a este propósito, en virtud de la aparente sencillez expositiva y la intención didáctica, su breve libro "Cartas a un joven novelista" (Ariel, 1997), que bien podría estimarse como manual para el aspirante a narrador. Dueño ya de su oficio, pues a la sazón había publicado una docena de títulos, entre ellos sus obras más celebradas, el autor combina sin presunciones teóricas sus preferencias literarias €“desde el libro de "Las Mil y una noches" hasta García Márquez- con una metódica reflexión sobre el arte de novelar. La claridad y la experiencia personal comunican a estas páginas un entusiasmo comparable al que animaba y a la vez sobrecogía en "Cartas a un joven poeta", de Rainer Maria Rilke. Aconsejaba a un amigo el lírico alemán que empezara por preguntarse en la noche si podría vivir sin escribir y si estaría dispuesto a organizar su vida atendiendo a esa necesidad; por su parte, el novelista peruano advierte a su lector de que si asume su afición por la literatura como un destino deberá también convertirse en su esclavo. Con el fervor con que Rilke exhortaba a su destinatario a que, |
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una vez descubierto el llamado a ser artista, aceptase ese destino y lo soportara con su carga y grandeza, sin preocuparse por la recompensa, Vargas Llosa insiste en que el escritor ha de sentir que la escritura significa para él la mejor manera posible de vivir, prescindiendo de las consecuencias sociales, políticas o económicas que pueden derivar de lo que escribe. Con el respaldo de su afortunada experiencia de escritor, afirma que quien haga suya esa vocación hermosa y absorbente ha de saber que no escribe para vivir, sino vive para escribir. Y para aprender a escribir, es necesario aprender a leer. Es otra lección sabia que surge del repertorio de grandes maestros de la literatura universal de que se vale para condensar en doce lecciones los secretos que revelan el andamiaje en que se sustenta el narrador dentro de la novela y el modo en que se organiza el espacio novelesco, ámbito privilegiado donde es permitido jugar con la versatilidad del tiempo y establecer el plano cambiante de la realidad que corresponde a la ficción. Esa cosa misteriosa llamada talento, genio, dice, es fruto de una larga secuencia, de años de disciplina y perseverancia. Así han logrado dar con su estilo los grandes escritores; así cautivaron y nos cautivan; y así también el aspirante a novelista podrá aventurarse a descubrir de dónde han salido las historias que cuentan las novelas e irá haciendo suyos los variados procedimientos mediante los cuales se ha dado forma y se ha dotado de vida independiente a las ficciones, pues €“aclara- los nuevos recursos no son sino novedosas experimentaciones con el acervo de posibilidades acumuladas en el arte de narrar desde los albores mismos del género. La lectura de estas "Cartas a un joven novelista" podría ser una oportuna invitación a emprender en un fecundo acercamiento a los orígenes de la magia persuasiva que recorre la obra entera del propio autor, para librarnos de caer en la pesadumbre de la izquierda o en el alborozo de la derecha al observar la concesión del Nobel de Literatura desde la estrechez de la pasión política. |