Por Eliécer Cárdenas
Las caídas de mandatarios habidas en las últimas décadas en el Ecuador, no comenzaron con un candidato al poder cómodamente instalado en algún sitio para teledirigir los hilos del complot, ni con un manifiesto que explicase por qué se sustituía al gobernante. Nada de eso. Los golpes o asonadas se hicieron "al calor de los acontecimientos" o sobre la marcha, lo cual no equivale a decir tampoco que fuesen silvestres y espontáneos
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L os sucesos del 30 de septiembre pasado han servido, entre otros aspectos, para dividir las opiniones, no tanto de acuerdo a la veracidad intrínseca de los hechos que ocurrieron, sino en lo referente a su interpretación. Así, la oposición política, con sorprendente unanimidad, coincide plenamente en negar que la sublevación de miembros de la Policía Nacional haya sido un intento de Golpe de estado. Sostienen que, para que se produzcan los requisitos de un golpe, como si se tratase de los ingredientes de alguna sopa, debería existir "en la sombra" el líder o quien se beneficie con el irregular traspaso de poder. Aducen además que un golpe de estado para ser tal, requiere de alguna plataforma programática, de un pronunciamiento, una "hoja de ruta" o algo parecido, y al no existir ello en la insubordinación de último día de septiembre, concluyen en que no hubo intento de golpe. Sin embargo, a estos negadores por conveniencia política habría que recordarles, o refrescarles la memoria, que por ejemplo las caídas de mandatarios habidas en las últimas décadas en el Ecuador, no comenzaron con un candidato al poder cómodamente instalado en algún sitio para teledirigir los hilos del complot, ni con un manifiesto que explicase por qué se sustituía al gobernante. Nada de eso. Los golpes o asonadas se hicieron "al calor de los acontecimientos" o sobre la marcha, lo cual no equivale a decir tampoco que fuesen silvestres y espontáneos. Había el caldo de cultivo necesario para esas intentonas finalmente exitosas. Los hechos del 30 de septiembre demuestran que hubo un malestar canalizado en las filas policiales, y en menor medida en las de los militares, en contra del Presidente Correa. La sublevación se produjo por una |
aparente reivindicación, pero por supuesto nadie podía vaticinar o prever que el Jefe de Estado vaya a un cuartel, enseñe su pecho en desafío a las balas, y luego de la algazara en los exteriores, sea llevado justamente al Policlínico Policial, casi una ratonera. Lo de si hubo o no secuestro es un ejercicio retórico y lleno de sofismas, y lo realmente importante es el hecho inobjetable de que hubo agrupaciones y líderes políticos que, a la vieja usanza de las asonadas, pretendieron tumbar a Correa. Pruebas de ello hay muchísimas, entre ellas el brindis en un hotel, de los emisarios de una agrupación que, celular en mano, merodeaban en torno al cuartel sublevado. Pero hubo algo peor, esto es un intento de magnicidio, con elementos policiales que, impúdica y brutalmente, instigaban por radiopatrullas a "matar a ese hijo de p ", hecho que de haberse producido no solamente hubiera sumido al país en el caos sino en la verguenza ante el mundo, y además muestra de cuerpo entero la clase de mentalidades que, por desgracia, habían existido en las filas policiales, pese a las pregonadas proclamas anteriores en el sentido de que la institución había sido purgada de malos elementos. Estas mentes cavernarias por desgracia estuvieron al frente de una aparente reivindicación salarial de la Policía. Igualmente grave es que existan dirigentes políticos y asambleístas que a toda costa quieran justificar los demenciales hechos del 30 de septiembre, culpando al Gobierno por los sucesos y, posiblemente, deplorando por lo bajo que en aquel negro día el odiado Mandatario no hubiera terminado con unos cuantos impactos de bala en su cuerpo. Sencillamente horrible, pero lamentablemente posible, en un país de extremos canibalísticos en la vida política. |