Por Eugenio Lloret Orellana


Eugenio Lloret

Se ha creado una inmensa sociedad parásita de la riqueza petrolera, a través del Estado y del gasto público, sostenida básicamente por la venta petrolera A partir de 1973 sobre aquella modesta economía cayeron súbitamente, con un poder casi diluvial, grandes recursos monetarios   que tuvieron sobre el país entero un impacto transformador y deformador de proporciones

La inmensa riqueza petrolera que surgió en Ecuador desde cuando en 1964 el gobierno militar de aquel entonces otorgó la más importante concesión hidrocarburífera al Consorcio Texaco Gulf y éste, en marzo de 1967, descubrió petróleo en el Oriente, le presentó al país posibilidades y riesgos igualmente inmensos.

Una nación tradicionalmente pobre, de escasa población, mayoritariamente agraria, que vivía de la exportación del banano, café y cacao, que se caracterizaba por ser una sociedad tradicional, con poca innovación y muchas limitaciones, se convirtió de pronto, casi sin darse cuenta, en el campo de una experiencia excepcional. Hasta entonces había sido un país de estructura normal, atrasado social y económicamente, que vivía dentro de los límites estrechos de sus propios recursos   de su trabajo. De pronto, en un rápido proceso, que abarca varias etapas, todo eso va a cambiar por efectos del desproporcionado volumen de recursos monetarios que la explotación petrolera pone en manos del Estado de forma preponderante, absorbente y dominante. El efecto ha sido que en lugar de formarse en Ecuador una nación desarrollada, próspera y productiva, se ha creado una inmensa sociedad parásita de la riqueza petrolera, a través del Estado y del gasto público, sostenido básicamente por la venta petrolera. Se estima que en más de una década, a partir de 1973 sobre aquella modesta economía cayeron súbitamente, con un poder casi diluvial, grandes recursos monetarios y que tuvieron sobre el país entero un impacto transformador y deformador de proporciones.

Por acción de diversos factores, la estructura de poder en esos años en grado variable pero evidente se inclinó por una concepción estatista, intervencionista, populista   y socializante, como efecto del prestigio que las ideas revolucionarias tuvieron entonces en el mundo. Estaba planteado un enorme desafío que, en sus términos más simples podría reducirse a cómo lograr, con el uso inteligente del petróleo, el mayor grado de desarrollo efectivo y real de la sociedad y la nación. La tentación del estatismo fue muy grande y llegó a predominar hasta


el extremo de que en lugar de desarrollar la sociedad por medio de la educación, la salud, la vialidad y los servicios sociales se desarrolló un aparato estatal monstruoso y desproporcionado. El Estado tomó a su cargo directamente el desarrollo nacional, convirtiéndose en el más grande empresario para crear un inmenso aparato burocrático en el que se creaban todos los días nuevas instituciones y nuevas empresas estatales sostenidas exclusivamente por los ingresos petroleros como sucedió con la creación de Petroecuador en cuyo interior surgió una poderosa red de sindicatos con altísima capacidad de convocatoria política y con innumerables ventajas económicas frente al resto de la burocracia y en general frente al pueblo ecuatoriano.

El tema petrolero ha sido crucial y los resultados son deficientes durante casi tres décadas de administración democrática. Lamentablemente los     diferentes mandatarios que ocuparon la Presidencia de la República decidieron permanecer a distancia y   no se inmiscuyeron en una auténtica política hidrocarburífera dejando hacer   y dejando pasar para que la intermediación de intereses perversos imponga su política en detrimento de la soberanía y los grandes intereses nacionales.

Desmontar ese inmenso aparato económico, burocrático y social sostenido hasta hoy por el subsidio petrolero y sustituirlo por las bases firmes de una economía sana basada en la productividad y la competitividad es el inmenso desafío que Ecuador tiene planteado y que requerirá de enormes reajustes y rectificaciones, con grandes sacrificios que el país no parece todavía preparado para comprender, y mucho menos para realizar.

La política petrolera que el actual gobierno ejecuta ha merecido una adhesión raramente unánime difícil de entender pero que tiene todo lo necesario para cerrar una época de errores y de equivocaciones y para emprender a corto plazo un replanteamiento sólido y estable de la vida económica y social.

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