Por Yolanda Reinoso


Yolanda Reinoso
En el emirato árabe de Sharjah existe un mercado artesanal (souq) fascinante por las alfombras hechas a mano, aquellas que en nuestro medio identificamos como "persas", pero al llamarlas así, estamos lejos de acertar sobre la procedencia de tan bella artesanía, si bien no estamos errados en el origen, pues ese nombre común se debe a que el tejido de alfombras lo iniciaron las tribus nómadas de Persia.


La procedencia de las alfombras que se venden en el souq de Sharjah puede ser tan variada como única es cada pieza, pues actualmente existen tejedores de alfombras en pueblos de Afganistán, Pakistán, Omán, Egipto, Turquía, Turkmenistán, etc.

En una de mis visitas al souq, un vendedor afgano me explicaba que si bien la preferencia por los colores y los diseños varía según la cultura de cada país, e incluso según el destino específico de la alfombra, que puede ser ornamental o religioso, lo cierto es que los tejedores aún siguen el modelo tradicional que los persas instituyeran. Se observa un patrón común: el borde externo que enmarca la alfombra, un segundo borde cuyo color suele ser menos intenso que el del resto, y un tercer borde en cuyo interior los diseños de arabescos rodean el medallón central que, en las alfombras confeccionadas con fines religiosos, tiene una punta que indicará la dirección cardinal de La Meca.

Las alfombras más caras son aquellas que presentan tintes de la gama del rojo, y naturalmente que su tamaño también determina el valor monetario.
Al entrar en los almacenes de alfombras, los vendedores suelen desenrollar una tras otra, desplegándolas sin dar al comprador más que unos cuantos segundos para fijarse bien, de forma que uno termina con deseos de llevarse varias, pues nunca es posible decidir por una sin quedarse con la sensación de que había tantas otras cuya belleza uno quisiera poder admirar en su hogar todos los días.

A menudo los motivos representan batallas entre pueblos de antaño,   reproducen mezquitas o escenas   apacibles en las dunas desérticas. Se ven camellos, rostros, figuras geométricas complicadas, y dado que se trata de trabajos a mano, comprobar la autenticidad es cosa de fijarse en los motivos que se reproducen más de una vez, pues su perfección aparente se diluye en las diferencias propias de una labor manual donde cada puntada es cual una huella digital, pues mal puede haber dos que sean idénticas.

Uno de los productos que más llaman la atención, son sin duda las alfombras tejidas con hilo de seda, pues ya que la luz se refleja en la seda creando sombras, hay variaciones en la apreciación que tenemos de su color, así que una alfombra de este tipo da la impresión de cambiar de color según la intensidad de la luz en el punto desde el cual se la observe.

La gente adquiere esta clase de alfombra para usarla como tapiz en la pared y así evitar su deterioro.

Hay alfombras tan grandes que su confección puede tomar años y requieren la intervención de cientos de tejedores.

Las alfombras están enrolladas contra las paredes que los vendedores suelen cubrir con las más vistosas, así que uno se siente totalmente rodeado del producto al entrar, sintiendo perderse de inmediato en la intensidad de los tintes, la complejidad de los diseños, la tersura según el material usado, aspectos a tomar en cuenta durante el regateo.

Los almacenes del souq despiden un olor característico de la fibra de pelaje de camello, una de las materias primas en el tejido, y ese olor se transporta a casa al comprar la alfombra. No es precisamente agradable, pero hasta para quienes nunca han estado en contacto con camellos, evoca una sensación de lejanía rural, de naturaleza animal, que contrasta con el simbolismo de las alfombras al ser la representación artística de pueblos nómadas que aun viviendo en la dureza del desierto, buscaron belleza al producir un objeto que no necesitaba ser estético y que, no obstante, resulta ser una obra de arte.



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